SOL OMNIBUS LUCET

SOL OMNIBUS LUCET

martes, 6 de enero de 2015

¿CERETÉ? ¿Y ESO DÓNDE MIERDAS QUEDA? (Crónica)

LOS TRADICIONALES RECOGEDORES DE ALGODÓN EN CERETÉ, CAPITAL AGROINDUSTRIAL DEL DEPARTAMENTO DE CÓRDOBA, COLOMBIA. NUESTRA CIUDAD ES CONOCIDA ANTE EL RESTO DEL PAÍS CON EL APELATIVO DE: CAPITAL DEL ORO BLANCO
¿CERETÉ? ¿Y ESO DÓNDE MIERDAS QUEDA?
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
(Crónica)

No es que el dinero en sí sea malo. No, él es bueno para fines nobles.
Pero a menudo el Libro y el dinero son bastante incompatibles,
en virtud de que el dinero mal concebido, tiende a esclavizar y la lectura a liberar

Manuel Santiago Palencia Caratt
(historiador cesarense)
In memoriam

Corría el mes de diciembre del año 1997 y en el seno de la Asamblea Departamental del Cesar se venían dando fuertes y acalorados debates en torno a la eventual aprobación del recién seleccionado Himno del Cesar, cuya convocatoria se había dado por parte del Instituto Departamental de Cultura y Turismo, desde el mes de octubre del mismo año, durante la vigencia del gobierno seccional del gobernador Mauricio Pimiento Barrera[1]. ¿A qué se debían los debates? De 17 obras enviadas de distintos lugares del Cesar y del resto de Colombia, fue escogida por unanimidad de los 4 jurados integrantes el himno escrito por Nabonazar Cogollo Ayala y musicalizado por el maestro Manuel Avendaño Castañeda (q.e.p.d.). La indignación e inconformidad de parte de algunos diputados de la Asamblea obedecía a que ninguno de los dos autores del Himno del Cesar, eran oriundos de esta parte de Colombia. El ilustre maestro, pianista y organista Manuel Avendaño Castañeda (ciego de nacimiento) era oriundo de la Ciudad del Sol y el Acero, Sogamoso (Boyacá). Mientras que el profesor Nabonazar Cogollo Ayala -quien esto escribe-,  era oriundo de Cereté (Córdoba), la ilustre Capital del Oro Blanco a orillas del tradicional caño Bugre, aunque con una larga residencia en Bogotá, desde 1987; lo que a los ojos de los cesarenses más recalcitrantes lo convertía indefectiblemente en “cachaco”.  

-¿Cómo así? ¡La tierra de los cantores y vallenatos tendrá un himno no hecho por un vallenato! ¡Eso no puede ser! ¡Ni más faltaba!

Decían a grito herido las voces de la indignación regional… Otros más atrevidos y ofensivos rezongaban:

-¡Ese es el himno cachaco!

En medio de esta batahola, quien defendía el Himno del Cesar, Cogollo-Avendaño, a brazo partido ante la Asamblea Departamental del Cesar, micrófono en mano y con la labia a flor de piel, era el maestro e historiador Manuel Palencia Caratt (q.e.p.d.), dueño de un cultivado verbo literario que lo llevaba  a expresarse con elevadas y a veces incomprensibles figuras literarias, dada su indeclinable afición a las bellas letras.

Dicho sea de paso el historiador Manuel Santiago Palencia Caratt era oriundo de Barranquilla, pero se había residenciado en Valledupar  desde la década del 50 y había logrado un cierto protagonismo en el mundillo cultural local desde los tiempos en que su hermano, el abogado e historiador Ernesto Palencia Caratt detentara la gobernación (a título de gobernador encargado del Cesar), por nombramiento del entonces gobernador titular Alfonso López Michelsen[2]. Esto se dio del 22 de mayo de 1975 al 5 de junio del mismo año. Los hermanos Ernesto y Manuel Palencia Caratt fundaron en Valledupar la Academia de Historia del Cesar en 1970, en la cual el maestro Manuel ejerció sus labores de orientador y guía de consultantes durante más de 30 años.

Retomamos el relato original: el maestro Manuel Palencia Caratt había tomado la vocería de la mesa del Jurado Calificador en el concurso Himno del Cesar[3], 30 años, con que se buscaba celebrar a la altura el trigésimo aniversario de la creación departamental, aquel emblemático 21 de diciembre de 1967. En uno de los tres debates en torno a la aprobación oficial del himno Cogollo-Avendaño, se dieron los siguientes pormenores, que me fueron relatados de forma directa por el maestro Manuel Palencia Caratt y que trataré de reproducir con la mayor objetividad y fidelidad histórica posible en lo que sigue:

“Aquel día ya habíamos hecho sonar por los altoparlantes del recinto de la Asamblea del Cesar el Himno del Cesar, ganador en la convocatoria nacional. Hubo toda clase de reacciones una vez que el himno concluyó. Unos diputados aplaudieron emocionados y dijeron:

-¡Ese es el Himno del Cesar! ¡Lo apoyamos!

Otros dijeron…

-¡No! ¿Cómo va a ser ese el Himno del Cesar? ¿Cómo es posible que una persona que nunca haya pisado el Cesar sea el autor de nuestro himno?

Entonces yo les refuté (Manuel Palencia Caratt):

-¡Cállense que ustedes de eso no saben nada, so ignorantes! Esas estrofas están muy bien hechas y hablan puntualmente de nuestra realidad y de nuestra cultura e historia. ¿Qué el autor no es del Cesar? Pues no lo será, pero es hasta más costeño que nosotros mismos, porque el Cesar no tiene costas y él es de una tierra que sí las tiene… ¡Él es de Cereté!

Entonces el diputado de Chimichagua (Cesar), José Ismael Namén Rapalino[4], dijo lo siguiente:

-¿Cereté? ¿Y eso dónde mierdas queda?
-¿Cómo que no lo sabe? ¡Cereté es la segunda ciudad de Córdoba, centro agroindustrial de importancia! ¡No les digo que son unos ignorantes! ¡Ni siquiera conocen la geografía de los departamentos costeños de Colombia, carajo! ¡Estudie! ¡Vaya a la Academia que allá yo mismo le enseño!

La presidenta de la Asamblea, la abogada Esther Cristina Canales, hacía desesperados esfuerzos por poner orden en el recinto de la duma  departamental, lo cual finalmente logró, bajo estrictas advertencias de vetar el derecho de intervención a los más altisonantes, si persistían en el tono irrespetuoso. Una vez terminado el último debate reglamentario del himno, se procedió a la votación y el himno Cogollo-Avendaño fue reconocido oficialmente mediante la ordenanza departamental # 046 de diciembre 21 de 1997 como Himno del Departamento del Cesar. Los insultos y salidas en falso empezaron a ser cosa del pasado”.

Posteriormente, cuando el maestro Manuel Palencia Caratt en amena tertulia a la sombra de una fresca tarde valduparense, en la terraza de su casa, me refiriera el hecho a manera de anécdota risible del pasado, no pude menos que sentir un regusto amargo en la garganta, aun cuando ya el hecho hubiera sido ampliamente superado. Unas discretas lagrimillas de tristeza asomaron a mis ojos y para mis adentros me dije…

-¡Hasta insultaron a mi bella ciudad, Cereté! Exalté con mi pluma a la excelsa tierra del Cesar y la incomprensión de algunos pocos me pagó con agravios a lo que más amo en la vida… Aun así los perdono, que no sea yo sino Dios quien los juzgue. Soy y me considero cesarense por adopción, bogotano y cundinamarqués por adopción también, aunque jamás renunciaré a mis orígenes cereteanos. Cereté es y será la cara tierra de mis ancestros, de mi niñez y de mi juventud. Por definición soy colombiano  y amaré y defenderé por siempre hasta el último rincón de mi patria, así no haya yo nacido allí. ¡Perdónalos Dios mío porque no saben lo que hacen!

El ilustre maestro Manuel Palencia Caratt falleció el 18 de enero del año 2013, a la edad de 84 años en la matriarcal ciudad de Valledupar (Cesar), víctima de un paro cardíaco. La sociedad valduparense perdió a uno de los grandes baluartes académicos de la región. Dejó tras de sí el enorme legado de una vida dedicada a la enseñanza y la difusión de la cultura, con espíritu abierto y desinteresado. Bien se lo puede considerar como el padrino de bautismo del Himno del Cesar, que ya cumplió 17 años de haber sido estrenado y que se corea en los 25 municipios del Cesar, como un canto afirmativo de la cesareidad, sin asomo de duda. Dios bendiga y acoja en su gloria eterna el alma del maestro Manuel Santiago Palencia Caratt, hoy y siempre.

Madrid (Cundinamarca)
Mayo 31 de 2013

MAESTRO MANUEL SANTIAGO PALENCIA CARATT (Q.E.P.D.)
HISTORIADOR AUTODIDACTA Y COFUNDADOR DE LA ACADEMIA DE HISTORIA DEL CESAR
UN SENTIDO HOMENAJE Y RECONOCIMIENTO DE LA ACADEMIA DE HISTORIA DE CERETÉ (CÓRDOBA)

HOMENAJE AL MAESTRO MANUEL PALENCIA CARAT
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Consultante denodado del infolio y de la ciencia
Que la vida dedicaste a la virtud de educador…
Hoy evocan estas salas al eterno escrutador
Que buscaba el dato exacto, con magnífica paciencia

Hoy parece que observamos al que nutre su conciencia
Con autores tan prolijos como sabio era el mentor…
Que indagaba en el pasado, con espiritu avizor,
Construyendo el fundamento de verdad a la existencia.

De Bolívar a Nariño, desde Kant a Trespalacios
Con mirada escrutadora, tú llenaste estos espacios,
Con la esencia de una vida consagrada a la verdad.

Barranquilla fue tu cuna, mas el Valle fue esa escuela
Donde fuiste un sol radiente que orientaba con su estela
A la juventud ansiosa hacia la azul inmensidad.

Enero 3 de 2014





[1] Fue electo popularmente como gobernador del Cesar para el periodo comprendido entre el 1° de enero de 1995 y el 1° de enero de 1998.
[2] Cf. GOBERNACIÓN DEL CESAR. Cesar 30 años de progreso: 1967 – 1997. Eds. Guadalupe. Bogotá (Colombia), 1997. Pág. 48
[3] Los 4 jurados del concurso Himno del Cesar en 1997, fueron: el compositor Gustavo Gutiérrez Cabello; el historiador Manuel Palencia Caratt; el director musical Ariel Pérez Monagas; el director de la Sinfónica de Barranquilla, Salvador Emilio Montoya. Cf. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-713127. 31/05/14
[4] Hermano del cantautor vallenato Camilo Namén Rapalino, autor del Encuentro con el Diablo, Recordando mi niñez, Las canas de mi vieja, Mi gran amigo y otros bellos cantos costumbristas más. 

lunes, 5 de enero de 2015

SILVANO O EL JARDINERO DESLUCIDO (Crónica)

DESFILE DEL 12 DE OCTUBRE, AÑO 1985, ORGANIZADO POR EL CENTRO DOCENTE RURAL MIXTO DE RUSIA, REGENTADO ENTONCES POR LA SEÑO ORTENSIA REBECA ALARCÓN GAVIRIA, EDUCADORA INOLVIDABLE EN LA REGIÓN DE RUSIA Y LOS CAÑITOS, POR MÁS DE 20 AÑOS. SE PORTABAN LAS BANDERAS DE COLOMBIA Y DE CÓRDOBA, EN PRIMER PLANO. LA BANDERA AZUL, BLANCO Y AMARILLO EN EL MEDIO, ERA LA BANDERA ESCOLAR, QUE LLEGÓ A SER IDENTIFICADA COMO LA BANDERA VEREDAL DE RUSIA.
(Fotografía inédita)

SILVANO  O  EL  JARDINERO  DESLUCIDO
(Crónica)

El año en que sucedieron los hechos que ahora voy a narrar no lo preciso, como quiera que yo aún ni siquiera había nacido –hecho último este que se produjo en el mes de julio de 1967-.

Conjeturo que la ocurrencia de dicho episodio se pudo haber dado a principios de la década de los sesenta, quizás entre los años de 1962 y 1964. En fin, como quiera que haya sido, yo desde los lejanos días de mi niñez me acostumbré a escuchar esta divertida anécdota de parte de mis padres y hermanos, cuando en las calurosas noches de marzo o abril, alrededor de una refrescante gaseosa común, la volátil y ágil mente de Papá evocaba aquel lejano suceso risible para exorcizar el fantasma del cansancio de la dura jornada del día y luego de referirla entre grandes aspavientos y actitud de circunstancia, lograr a voz en cuello un torrente de infaltables y diáfanas carcajadas.

¿Cuál fue el referido suceso? Es el siguiente, tal y como a mí me fue referido una y otra vez a lo largo de los ya lejanos días de mi niñez.

Mis padres luego de haber comprado la pequeña finca llamada La Florida, a orillas del viejo Camino Real que lleva desde la vereda de El Obligado hasta Cereté, pasando por las veredas de Rusia y Chuchurubí, se instalaron en aquella solariega y menuda casa, techada con palma amarga y graciosamente pintada con un pálido color celeste. Según Mamá nos refería el precio de aquella estancia campestre se había fijado en sesenta mil pesos, lo que implicó que ellos vendieran la finca Yarumal en la que anteriormente vivieran –en la vereda de Calderón- ; no obstante lo cual el dinero obtenido por dicha venta resultaba insuficiente. Ante dicha eventualidad debieron vender además una nutrida cría de cerdos y gallinas que poseían, para poder completar aquella suma que entonces era considerada fabulosa. Una vez instalados en la nueva casa, la dicha no podía ser mayor. El matrimonio contaba entonces únicamente con cuatro hijos, que en su orden eran los siguientes: Raúl, Álvaro, Consuelo e Isabel Cristina. El quinto y último de los hermanos –quien esto escribe- pasarían aún varios años para su advenimiento al mundo.

Mi Mamá era entonces una mujer ciertamente hermosa, de agraciados ojos color miel, piel blanca y estatura señorial, que frisaba los treinta años. Ella se dedicaba buena parte del día a los quehaceres de la finca, que iban desde el riego de las plantas ornamentales de aquel enorme jardín del frente de la casa, hasta el ordeño de las vacas y la elaboración del queso para el consumo de la familia durante la semana. Para efectos de ayudarle en tantas y tan disímiles tareas, mi padre determinó contratar a alguien que le aliviara al menos la carga que suponía regar, limpiar y podar aquel jardín –que ciertamente es el más grande que yo jamás haya visto en mi vida-. Fue así como llegó a nuestra casa un mucharejo de escasos quince años llamado Silvano, quien vivía en la vecina vereda de Rusia y llegaba al amanecer y se marchaba con los últimos rayos del sol de la tarde. Obediente y diligente el buen jardinero resultó de gran ayuda para mi atareada madre, quien además debía sacar tiempo para atender a cuatro inquietos y traviesos rapazuelos.

Cierto día Mamá recibió la visita de varias señoras de la sociedad cereteana, quienes pasaron todo un día entre las delicias del viento sabanero y el dulce zumo de las múltiples frutas que entonces la finca escanciara en abundancia. Encantadas con aquel paraíso campestre a escasos tres kilómetros de la cabecera municipal, las señoras se marcharon al caer de la tarde con la promesa de volver otro día acompañadas por lo más granado de la alta clase cereteana, con el fin de relacionar socialmente a mi madre, a quien veían sola y excesivamente aislada entre el quehacer diario de la finca. Y efectivamente así fue. Cierto día a media mañana un par de carros atestados de gente, señoras encopetadas, atildadas abuelas y niños correlones, hicieron su entrada estelar en el patio central de la finca. Vinieron los consabidos saludos, abrazos, caricias, apretones de manos y presentaciones formales. Aquel día prometía ser de lo más entretenido para visitantes y visitados.

La enorme visita se esparció a diestra y siniestra hasta los últimos rincones de la finca. Los chicuelos se adueñaron de la huerta de árboles frutales donde hicieron de las suyas, por cuenta de guamas, mangos, caimitos, naranjas y mamoncillos. Por su lado las abuelas y señoras se dividieron en dos grupos. Unas se deleitaban en escuchar el canto de los turpiales que mamá mantenía en la enorme pajarera empotrada en el suelo, que campeaba a un costado del patio grande. Mientras otras se sentaron en sendas mecedoras, a pierna cruzada, en la terraza lateral de la casa, para dar fresco y contentillo a los múltiples temas de conversación que entonces se hallaban en primer plano  en los mundillos sociales de Cereté y Montería.  ¡Ciertamente entonces la vida era hermosa y plena!

Al caer de la tarde los refrescos y manjares escasearon y de tanto hablar, fumar, reír y jugar naipes, la sed y el hambre volvieron a hacer de las suyas. ¿La solución? Mi papá vino en auxilio de la situación e hizo llamar al buen  Silvano a grandes voces para que con su consabida agilidad se encaramara en uno de los altísimos cocoteros que franqueaban la entrada a la finca y bajara el mayor número posible de cocos, cargados de dulcísimo y tierno manjar con su natural agua de refresco, para aplacar la creciente necesidad de hidratación de los múltiples invitados. Hasta ahí todo marchaba muy bien. Hizo Silvano su entrada triunfal en la terraza ante el grupo de señoras y causó admiración por su contextura morena y fibrosa, al igual que por su humilde indumentaria, compuesta por un grueso suéter de lana cruda y unos raídos pantalones de lona, mochos a media pierna y sujetos a la cintura con un cordel ordinario de pita de fique.

-        ¡Silvano! Súbete al palo de coco ese de más acá, el que está más parido. ¡Ve con las señoras! Para que ellas te digan cuáles cocos quieren…
-        ¡Sí Don Nabo!

Acto seguido y luego de atravesar el enorme patio de tierra apisonada, precedido por un nutrido grupo de mujeres entre jóvenes y viejas, Silvano escogió el árbol más cargado de frutos. Y sin mayores preámbulos inició su rítmico y formidable ascenso por aquel espigado y anillado tronco, haciendo gala de fuerza con sus musculosos y juveniles brazos. Es de anotar que el cocotero escogido por el jardinero era bien alto y llegaría quizás al límite de los veinte o veinticinco metros, como quiera que fuera uno de los más antiguos de la finca. Ello implicaba un esfuerzo fuera de lo normal para cualquier hombre –por joven o ágil que este fuera-. Y efectivamente quizás Silvano sobreestimaba sus fuerzas, porque lo cierto es que el ascenso del árbol le llevaría más tiempo y trabajo de lo que él en principio estimaba. Cuando el muchacho iba hacia la mitad del tronco de la gigantesca palmera, sus raídos pantalones no aguantaron más la estrecha tirantez a que habían sido sometidos y de un extremo hasta el otro se abrieron en una formidable ruptura que iba desde la bragueta delantera, pasando por las entrepiernas, hasta el hilo trasero de la cintura. Afín a la costumbre generalizada entre los campesinos sabaneros, el buen Silvano no admitía el uso de ropa interior como prenda de vestir. ¡Con sus pantalones gruesos de lona –pensaba él- era más que suficiente! Fue así como de buenas a primeras y ante la vista expectante de su nutrido auditorio femenino en tierra, el jardinero quedó a medio tramo del espigado cocotero, exhibiendo con claridad meridiana sus partes nobles, ante el asombro hecho malicia, la risa y la algazara de las señoras que no le quitaban los ojos de encima. Una de ellas solo atinó a decir…

-        ¡Ay señor! ¡se quedó encuero!

Azorado hasta el límite de la desesperación por la inesperada e incómoda encrucijada en la cual se encontraba ahora y agarrando desesperadamente con una mano lo que quedaba de sus raídos y rotos pantalones, Silvano optó por abandonar el ascenso y dejarse deslizar rápidamente por el tronco del cocotero. Ninguna de las encopetadas damas se movió de su sitio, como obedeciendo a un secreto impulso que las llevaba a olvidar el hambre y la sed que las habían acuciado minutos antes y a permanecer como clavadas en su sitio, para incomodidad del avergonzado jardinero.

Silvano llegó al suelo en cuestión de segundos, completamente desnudo de la cintura para abajo, sin que la cruel insistencia de la mirada de las señoras lo librara de la enorme vergüenza, que se traducía en su rostro en  insistentes oleadas de calor. Luego de dar un grito de desesperación, el mucharejo puso pies en polvorosa  y bajándose el suéter de lana cruda lo más que pudo para cubrirse, echó a correr por el camino de la entrada principal a la finca, rumbo a su humilde vivienda en la vereda de Rusia. Tras de sí solamente se escuchaba la barahúnda de carcajadas con que el grupo de mujeres celebraba la situación, tan divertida para ellas.

Aquél triste suceso pasó y de Silvano no se volvió a saber nunca más en la casa de mis padres, sólo que aquella tarde había decidido marcharse para siempre, por cuenta de la inusitada turbación de su espontáneo strip tease ante un respetable y encopetado grupo de señoras de la alta sociedad cereteana, crema y nata de los más depurados y encumbrados valores que la moral y las buenas costumbres suponen, en cualquier nación civilizada de la faz del viejo planeta tierra.

Nabonazar Cogollo Ayala
Marzo 19 de 2007.
Madrid (Cundinamarca)
ALUMNOS DEL 4° GRADO DE PRIMARIA EN EL CENTRO DOCENTE RURAL MIXTO DE RUSIA REALIZANDO UNA REVISTA GIMNÁSTICA EN EL MARCO DE LA CELEBRACIÓN DEL 12 DE OCTUBRE DE 1985. AL FONDO LAS DOS AULAS QUE CONSTITUÍAN LA ENTIDAD EDUCATIVA RURAL. EL AULA DE TECHO ROJO FUE CONSTRUIDA POR GESTIÓN DE LA SEÑO ENEDINA PETRO (1968) UN AÑO DESPUÉS DE FUNDADA LA ESCUELITA, EN TERRENOS DONADOS POR EL GANADERO DON RAMÓN BERROCAL. EL AULA DONDE SE APRECIA EL ESCUDO ESCOLAR LA CONSTRUYÓ INCORA AÑOS DESPÚES.
(Fotografía inédita)

domingo, 4 de enero de 2015

EL TÍO CONEJO Y EL TÍO TIGRE (Fábula)



EL TÍO CONEJO Y EL TÍO TIGRE [1]
(Fábula)

En un día de invierno feliz Tío Conejo
Se fue a la espesura en la selva a buscar.
Comida, siguiendo aquel sabio consejo
Que le dio Tío Mico, sabihondo, ejemplar.

Buscó zanahorias, buscó calabazas
Al fin dio en el suelo con rico manjar.
Hallóse corozos, feliz abundancia
En un gran racimo que lo hace babear.

Se va con su rico tesoro de frutos
Y bajo un arbusto sobre un terraplén.
Tritura la dura corteza, el maduro
Corozo le extrae en un santiamén.

Y traga y tritura, anhelante devora
El rico racimo con delectación.
Más no se imagina que justo a esa hora
Pasaba Tío Tigre, con hambre de león.

-        ¿Qué comes Conejo?  Le dice Tío Tigre
Me muero del hambre, yo quiero probar.
Las tripas me gruñen, no hallé codornices,
Ni Mico ni nada…. ¿qué das de tragar?

¡Conejo Celeste! -Se dice el tunante-
¿Y ahora yo qué hago, pues ya se acabó,
El dulce corozo? – Medita un instante
Solo queda uno… ¡Todo se arregló!

¡Hombre Tío Tigre! No hay nada que darte
Solo hay esta dulce y magnífica nuez…
Busqué mi alimento, febril en la tarde
Y al nada encontrar tuve un plan a mi vez.

Tomé mis corozos  y sobre esta piedra
Les di con un mazo y feliz encontré.
Un coco más dulce que frutas de hiedra
Del monte, comí y delicioso lo hallé.

¿Quieres tú probar lo que digo? ¡Es muy rico!
Ni el Mono ni el Mico comieron jamás.
El dulce manjar de mis dos corocicos,
Es coco endulzado y reblando a cual más.

Muy bien, dame quiero probar lo que dices
Que el hambre no espera… ¡Qué rico, es verdad!
¡Sutil, muy sabroso! No quiero perdices,
Quiero de ese coco en gentil variedad.

¡Me temo Tío Tigre que no hay más, lo siento!
Solo había dos nueces, todo se acabó.
Comí yo primero, te di mi alimento,
Mis pobres corozos, la miel terminó.

¡Espera Tío Tigre!... ¿qué tal si tú pones
Tu par de corozos, sabrosos aquí?
Y luego de abrirlos tú pruebas y comes
El coco que tienen adentro de sí.

¡Qué ricos serán!, imagina Tío Tigre
Si los míos son buenos, mayor lo serán.
Los tuyos, que son como mangos, festines
Los dos nos daremos… ¡ven, pon y tan tan!

El pobre Tío Tigre no ve la malicia
Que cruel acaricia el Conejo al pensar.
Y pone sus nueces cual manso cordero
Sobre el golpeadero, esperando el manjar.

Y baja Conejo la piedra con fuerza
Sobre los corozos del Tigre a una vez.
Retumba en el monte la rabia y fiereza
Del pobre Tío Tigre, con grito y traspiés.

Corre sudoroso, llora junto al río
Revuelca en el suelo su enorme dolor.
Maldice al Conejo… ¡Bellaco eres Tío!
¿Cómo fuiste a hacerme ese daño de horror?

Conejo corriendo se va a carcajadas,
Salta por el monte con tono burlón…
El Tigre se soba el dolor a horcajadas
Tendido en el suelo contra un gran horcón.

¡Maldito! – Se dice- siempre me las hace,
Pero esto no sigue pues ya se acabó.
La próximo cojo, lo mato y su carne
Será el alimento que se me escapó.

Y de esta manera fue como Conejo
Le hizo al Tío Tigre su negra maldad.
La próxima vez la felina venganza
Dará sin tardanza y con justa equidad…

Al fiero tunante la tunda esperada
Solo falta, empero, que el Tigre, sutil…
Urdir sepa artero la lívida trampa
Que acabe las chanzas del aquel tío cerril.

No dejes que el mundo te guíe con sus trampas,
En él solo existen codicia y maldad.
Sé cauto y prosigue con tiento tu andanza,
Lleva tu balanza con sabia verdad.

Nabonazar Cogollo Ayala
Enero 12 de 2006





[1] Fábula adaptada con base en una historia propia de la tradición oral cordobesa. El relato original me lo narró mi padre, Nabo Cogollo Guzmán, cuando yo tenía 9 años, es decir, en 1976, en Cereté (Córdoba). Esta es mi versión revisada y versificada para que la difundamos entre nuestros niños y jóvenes, para preservar las tradiciones culturales de nuestra tierra.

sábado, 3 de enero de 2015

SONETOS VARIOS DEDICADOS A CERETÉ


BANDERA TRICOLOR DEL MUNICIPIO DE CERETÉ, DISEÑADA EN 1986 POR EL ALCALDE DE LA ÉPOCA DR. FRANCISCO DE PAULA PINEDA GARCÍA, ADOPTADA HACIA EL MES DE OCTUBRE POR EL CONCEJO MUNICIPAL


BANDERA DEL MUNICIPIO DE CERETÉ
(Soneto)

Bandera cereteana... La memoria
Revive del ayer con añoranza…
El tiempo en que forjaron tu semblanza,
Nacida al margen mismo de la historia.

Con oro filigrana de la gloria
Del ámbito zenú, tu ser avanza.
Conquistas las alturas con templanza
¡Con blanco de alborada ejecutoria!

Tu verde esmeraldino de esperanza
Es límpida pastura en lontananza
Que traza un porvenir de heroico vuelo.

¡Cruzada sobre el pecho, con dulzura!
Te llevo como heráldica figura
De amor a mi terruño y a su suelo.

Nabonazar Cogollo Ayala
Junio 17 de 2012
El Yopal (Casanare)


IGLESIA SAN ANTONIO DE PADUA DE CERETÉ, DEPARTAMENTO DE CÓRDOBA
REPÚBLICA DE COLOMBIA. 2014

TEMPLO DE SAN ANTONIO DE PADUA
(Soneto)

La iglesia de mi tierra es imponente
Con líneas de apolínea arquitectura…
Se elevan cual agujas en la altura
Dos torres del neoclásico en su frente.

Vitrales con su aspecto iridiscente
Coronan de sus naves la hermosura,
A Cristo se le ve con su figura
Altivo como un sol resplandeciente.

El templo dedicado a San Antonio
Heráldico enemigo del demonio
Fue alzado en el lugar de vieja ermita…

El Padre de la Cruz Correa Romero
Lo alzó con entusiasmo y mucho esmero…
¡Su esfuerzo traspasó la historia escrita!
 Nabonazar Cogollo Ayala
2011
El Yopal (Casanare)

MURAL DEBIDO AL PINCEL DEL PINTOR CERETEANO WALDINO PATERNINA AMÍN, EN EL CUAL SE EXALTA A TRES GRANDES VALORES DE LA CIUDAD: EL COMPOSITOR DE MÚSICA POPULAR LUIS FELIPE "EL CABO" HERRÁN, EL DIRECTOR SINFÓNICO Y COMPOSITOR MAESTRO FRANCISCO "PACHO" ZUMAQUÉ Y EL PUGILISTA CÉSAR CANCHILA.

CERETÉ
(Soneto)
Canto tu nombre, tu fe, tu estandarte
Canto el risueño sabor que hay en ti…
Canto a tu gente y a aquel frenesí
Que grita al mundo… ¡No soy de otra parte!

Amo tu entraña materna. Al amarte
Siento que soy de ese limo de aquí…
Del caño Bugre en la orilla nací
Un día marché pero vengo a cantarte.

¡Tierra adorada de carimañolas
De gallinitas de barro en las olas,
De ese pasado que no olvidaré!

¡Tierra de bongas, de gaita y cumbiamba
Donde el fandango es la voz patizamba
Que grita al mundo feliz… ¡Cereté!

                                                                                      Nabonazar Cogollo Ayala
(El Yopal, Casanare. Junio 4 de 2012. A las 4:56 a.m.)



CENTRO CULTURAL RAÚL GÓMEZ JATTIN DE CERETÉ
CON SEDE RESTAURADA EN EL ANTIGUO EDIFICIO DEL MERCADO
MERCADO VIEJO DE CERETÉ
(Soneto)

Recuerdo que de niño me llevaba
Temprano mi buen padre a hacer mercado…
Miraba yo con aire embelesado
Aquella construcción de vieja aldaba.

Malsano era su ambiente… ¡Yo lo odiaba!
¡Olía a carne fresca y a pescado!
Recuerdo me aturdía el olor pesado
De vísceras que todo lo inundaba!

¡Pasaron muchos años! Todo pasa
Aquél bello edificio es hoy la casa
Donde el feliz poeta halló cobijo…

Al menos su recuerdo allí pervive
Raúl en sus pasillos hoy revive
¡La noble Cereté recoge al hijo!

Nabonazar Cogollo Ayala
Junio 12 de 2012
El Yopal (Casanare)

TRADICIONAL CALLE DEL COMERCIO DE CERETÉ - CÓRDOBA
AL FONDO SE ELEVA EL PALACIO MUNICIPAL
CALLE VIEJA DEL COMERCIO
(Soneto)

La Calle del Comercio fue una senda
Que la historia en su prolífico vaivén…
Convirtiera poco a poco en almacén,
Venta rica, droguería y variada tienda.

La dinámica del tiempo en su prebenda
La dotó de graderías a tutiplén…
La plomada niveló su terraplén
Convirtiéndola en colina y en trastienda.

En su cruce con la Calle del Progreso
Se hace plana y espaciosa en su receso,
Continúa con su amplitud hasta el final.

Llega al Parque de Nariño donde abraza
La glorieta principal. El Hotel Plaza
La saluda con su espíritu ancestral.

Nabonazar Cogollo Ayala
Junio 9 de 2012
(El Yopal – Casanare)