VIEJOS MITOS Y LEYENDAS EN TORNO A LA SEMANA SANTA SINUANA
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
-¡Blas! ¿Qué va a pasar el día de hoy?
Asumiendo una postura de docta suficiencia
me respondía…
-Hoy a medio día a la mata de Escobilla le sale un carbón en la pata (es
decir en la raíz). A los palos de mango les salen las Higas…
Estas últimas eran una especie de
abultamiento repentino que salía entre la corteza del árbol y la madera. Abultamiento
este que se extraía rápidamente con un cuchillo para descubrir una curiosa
pelotica hecha de madera. ¡Ciertamente se trataba de un prodigio! Alguna vez
tuve la oportunidad de sacar una yo mismo. Continuaba Blas Mercado su relato…
Esta noche -Viernes Santo- a las
doce de la noche los goleros cantan
(es decir los gallinazos) y cae en el suelo la flor del higuerón. Un hombre
animoso que la quiera, tiene que levantarse antecitos de la media noche y extender
debajo del palo del higuerón una sábana blanca. Luego tiene que sentarse en una
de las cuatro esquinas del lienzo con las piernas en cruz -en postura de flor de loto como dirían los budistas en
el Oriente-. Ahí hacia el punto de las doce de la media noche, le saldrá un
hombre negro con una voz cavernosa como de trueno y ojos encendidos como dos
brasas, que le dirá lo siguiente…
-¡Ya tú sabes quién soy yo! ¡Si estás aquí es porque algo quieres
conmigo! ¡Si no, no hubieras venido! ¿Pa´
qué quieres la Flor del Higuerón? ¡Tienes que decirme para qué la quieres y
demostrarme que eres merecedor de ella!
El hombre no tiene que tenerle
miedo y no darle nunca la espalda al Diablo, porque se lo come. Debe esconder
entre la mano derecha un escapulario bendito por el cura del pueblo, para
defenderse del Príncipe de las Tinieblas, porque si le da lado, se llamaba, –Decía Blas entre grandes aspavientos-. El hombre entonces le dice…
-¡Yo quiero la Flor del Higuerón pa´ peliá! ¡Pa´ que ningún hombre me
gane peleando a los puños!
-¡Muy bien! Allí la tienes…
Acto seguido en el centro de la
blanca sábana caerá como por arte de encantamiento, la grande y aromática Flor del Higuerón, tan bella, mágica y
atrayente como la irresistible flor de loto que comieron los hombres de Ulises,
para nunca jamás regresar a sus hogares y quedar presos de su misterioso e
indescifrable hechizo según lo narra el legendario poeta griego Homero en La Odisea…
El hombre de la sábana se abalanzará
deseoso sobre la Flor del Higuerón,
la cual deberá guardar en su seno, es decir, sobre el corazón para el resto de
su vida. La flor permanecerá viva y con sus colores naturales como si aún se
mantuviera prendida al pedúnculo floral.
-¡Oiga compadre! –Le recuerda entonces el hombre negro-. ¿No será que se le está olvidando algo? Allá
debajo de aquel palo de mango está aquel moreno que dice que usted tiene que
pelear con él, porque si no lo mata…
-¡Listo! Va pa´ esa…
Dice nuestro hombre, animado ya por los mágicos
efluvios que empiezan a irradiar en todo su cuerpo los pétalos nacarados de la Flor del Higuerón, que se ha prendido
misteriosamente a la piel de su nuevo dueño, haciéndose ahora piel con la piel.
Y efectivamente bajo de un imponente árbol de mango de corazón, se veía un
boxeador de estatura descomunal, con piel oscura y hercúleos brazos de
pugilista. Su aliento más que de hombre parecía de toro. ¡El combate prometía
ser brutal! Nuestro hombre sin dejarse amedrentar por aquella misteriosa aparición
del Averno, se abalanza hacia el boxeador, más decidido y temerario que
consciente de sus actos. La ruda pelea comienza. Un puño cerrado y duro como la
piedra se estrella contra la mandíbula del boxeador de ultratumba quien se cimbra
en todo su ser y responde con un demoledor derechazo que el Hombre de la Sábana alcanza a esquivar
con elásticos reflejos. Un nuevo puñetazo de este se estrella contra la
carótida del pugilista y pese a la diferencia de estatura entre el hombre real y
el hombre fantasmagórico, el golpe pleno hace tambalear a este último, quien
ahora cae de espaldas trastabillando para perder para siempre el equilibrio de
manera aparatosa. Aquella aparición del averno queda tendida en el suelo mientras
nuestro Hombre de la Sábana se repone
de aquella repentina liberación de adrenalina. Segundos después el pugilista del
otro mundo se ha esfumado. El hombre negro se le aparece a nuestro Hombre de la
Flor del Higuerón para verificarse el siguiente diálogo…
-¡Buena esa hombre, buena esa! ¡Sabes usar muy bien esos golpes de tus
nudillos! De ahora en adelante no habrá hombre ni normal ni ayudado, que te
pueda derrotar! ¡Te la ganaste en franca lid, úsala para el bien nunca para el
mal!
Y así, el hombre recoge su blanca sábana
del suelo, se le echa al hombro y se va contento con su flor….
-¿Cómo así Blas? ¿La Flor del Higuerón nunca se debe emplear para el mal?
-¡No, Nunca! El Diablo te la da, pero si la empleas para el mal la Flor
del Higuerón un día te llevará. Pero si la empleas solamente para el bien,
llegará el día en que ya no la tengas pegada a la piel y ya te hayas liberado de ella para siempre. ¡Ese
día ella volverá de nuevo al palo del Higuerón, hasta el año entrante cuando
venga otra nueva Semana Santa y otro hombre arriesgado y animoso venga por ella!
-¡Qué bonita esa historia Blas a la vez que terrible! ¡Cuéntame esa otra
que me contaste el año pasado de los Hombres de Oro que te salieron allá en el
palo grande de laurel de la división del ganado, allá atrás!
¡Ah sí! Eso fue cuando yo era
muchacho que todavía no me había casado con Rosa. Yo tenía como veintidós años,
más o menos. Don Nabo aún no había comprado la finca pequeña de Calderón. La Florida llegaba entonces hasta la
segunda división del ganado, la del palo grande de laurel tumbado que hay allá,
ese que está caído a medio lado por un rayo que le cayó pero que no alcanzó a
tumbarlo del todo. Yo una noche venía en el caballo viejo, el Parranda y venía de ese lado. El Parranda tenía sed así que me arrimé al
bebedero largo de concreto con forma de T que tu papá mandó a colocar allí. Serían
como las once y media de la media noche más o menos y precisamente era Semana Santa, pero todavía no llegaba el
Viernes Santo. Oiga, yo llegué ahí al bebedero y el viejo Parranda estaba bebiendo, yo no desmonté. En esas estaba cuando yo vi
del otro lado del palo grande de laurel un resplandor intenso como si fuera un
bombillo de varias bujías que estuviera por ahí encendido. Calladito la boca me
bajé del caballo y le dejé la rienda larga para que siguiera bebiendo agua en
el abrevadero y para que comiera un poco de pasto de la pangola. Me escondí tras del tronco de ese palo que
como tú sabes es grueso y alto como un edificio y es bastante nervudo… ¡Ah
sorpresa! Pude ver algo así como una caverna subterránea que se abría en la
cara posterior del árbol, a la cual se accedía por unas largas escalinatas
resplandecientes. Unas especies como de puertas hechas de la corteza aún viva
de la gigantesca planta, se abrían y dejaban ver en su interior aquel recinto
precioso todo enchapado en oro resplandeciente como si se tratara de otro mundo u otra dimensión. ¡Salía mucha luz
pero ignoro de dónde venía! Lo cierto es que allí dentro todo era de oro puro y
macizo. Se veían unos seres, una especie como de rey. Este era un hombre alto de
gran apostura de unos cuarenta años quizás, tocado en su cabeza con una alta
corona de oro puro, que se remataba con gemas que jugaban con aquella luz
mágica. Alcanzo a recordar que eran diamantes y rubíes. Este rey de las
profundidades de la tierra estaba vestido con una larga e imponente túnica de
seda dorada hasta los pies, bordada con hilos de oro que imitaba en sus diseños
la filigrana más fina. En su mano derecha tenía una larga vara de oro rematada
con un diamante esférico, a manera de cetro o bastón de mando. Lo acompañaba
una señora vestida de similar manera que me imagino sería la reina, su esposa,
porque cuando ella le hablaba le decía…
-¡Mi Rey y señor, la reina su esposa e indigna servidora!..
Aquel rey y su señora la reina
salieron de ese maravilloso recinto. Yo estaba alelado con todo aquello pero no
me podía dejar ver de ellos, por nada…
-¿Por qué Blas?
¡Porque en ese mundo todo es
hermoso, todo es atrayente y todo es hechizador también! ¡Ese es el mundo del Encantamiento del Oro! Cuando yo era pelao por allá en Planeta Rica ya me
habían hablado de él. Si esos reyes y sus esplendidos servidores –que los
tienen y en gran número-, se te llegan a aparecer, te ofrecen oro y piedras
preciosas y tú no te puedes negar. Ellos tienen ojos grandes, negros y
pestañudos que lo embrujan a uno… ¡Uno de mil amores se va con ellos! Y te
alojan en esplendidos palacios bajo de la tierra y te ofrecen la comida más
deliciosa que tú jamás hayas probado en toda tu existencia…. ¡Pero tú nada de
eso deberás comer, ni dormir en esas camas ni aceptar nada de aquellos
maravillosos placeres y lujos! Porque si
lo haces te empiezas a olvidar de los tuyos, de tus seres queridos. Pero aun
cuando así fuera, hay algo que te salva y que a ellos les da mucha rabia…
-¿Qué cosa?
Que en el mundo de arriba, de la
superficie, los tuyos te extrañen, te recuerden, te lloren y te hagan velorio…
¡Ellos eso no lo soportan, no lo consienten! Les da una especie como de
soberbia cuando alguien acá arriba te llora. Y te cogen a patadas y te echan de
su mágico mundo de oro. Tú pierdes entonces el conocimiento ante toda esa
andanada de golpes que entre reyes y servidores reales te dan… ¡Luego
despiertas a la orilla de la ciénaga o del palo grande de laurel donde todo
comenzó! ¿Si me entiendes ahora?
-¡Cristo bendito! ¿Y todo eso es verdad, Blas?
Sí señor… A mí esa vez casi me
llevan porque el Parranda se alejó
mucho y se puso a resoplar porque habían unos mosquitos que lo estaban
molestando. Los reyes esos que estaban todavía por fuera de aquel recinto
escalonado de oro, voltearon entonces a mirar. Pero vieron al caballo viejo ese
solo y a mí no me pudieron pillar. Aunque llamaron a grandes gritos a unos
pajecitos de la reina para que salieran a mirar, alumbrándose con unas
fantásticos farolitos de oro puro y vidrios de diamante, a ver si era que por
ahí andaba alguien. Yo me metí entre una de las grietas que formaban las raíces
de aquel viejo palo y como yo estaba vestido de negro y con camisa marrón, me
bajé el ala del sombrero vueltiao y pasaron de largo y no me vieron…
-¿Cómo eran esos pajecitos?
Eran unos muchachitos muy graciosos,
como de unos quince o dieciséis años, pero sé que los hombres y mujeres del Mundo del Encantamiento del Oro viven
miles de años. Nosotros para ellos somos unos pobres seres que apenas si
logramos vivir máximo setenta u ochenta años. Aquellos singulares pajecitos se
vestían con pantalones bombachos de seda dorada a media pierna y usaban en el
cabello adornitos de oro con forma de mariposas. Las camisas eran de mangas
largas bombachas recamadas de oro resplandeciente. Y en los codos y rodillas
llevaban tintineantes cascabeles de oro y plata. Su piececitos eran calzados
por zapatos de grana negra, adornados con una amplia hebilla de plata y un
cascabelito de oro puro en el talón. ¡Gracias a esos cascabeles pude saber
cuándo venían y cuándo se fueron finalmente!
-¿No te llamó la atención irte con
ellos, Blas?
¡Nombe! Yo los quería mucho a
ustedes que eran como mi familia… ¡Yo que me iba a ir con esa gente para nunca
más volver a salir de esas profundidades, por más oro que tuvieran o que me
dieran!
-¿Y cada cuanto aparecen esos seres del Mundo del Encantamiento del Oro?
Esos salen cada Semana Santa, donde hay palos grandes y
viejos o a las orillas de caños o de ciénagas… Esa vez tocó a ese palo. Otra
vez será a otro y así…
La pureza e ingenuidad de estos relatos
nos sobrecoge el alma y el corazón. ¡Esa es nuestra tierra, nuestros
campesinos, nuestros hombres y mujeres de esta tierra, que fabulan sus mundos
interiores viendo en el interior de la tierra lo que renace y pulula en el
interior de ellos mismos!
Que Dios nos bendiga y proteja a
todos y a cada uno de nosotros en estas maravillosas fiestas de la Semana santa o Semana Mayor. ¡Quise en
la columna del día de hoy rendir un cálido tributo a unos viejos y enmohecidos
recuerdos de mi niñez, que fueran pintados en su momento con colores y matices
tan espectaculares que me parecieron dignos de ser compartidos con todos mis
conciudadanos cereteanos! Estos recuerdos y crónicas no pertenecen a Blas
Mercado ni a mí ni a nadie en particular… ¡Pertenecen a todo un pueblo, toda una
raza, toda una colectividad que fortalece los lazos invisibles de su identidad
y de su mismidad a través de los mitos y leyendas frutos de nuestra tradición
oral, que perpetúan nuestra mentalidad de padres a hijos y nos hacen ser más
nosotros mismos! ¿Absurdos? ¡No! ¡Nuestros simplemente! Tan verdaderos en su ingenua verdad enunciada como prístinos
y cálidos en sus manifestaciones. Tanto más verdaderos cuanto más nuestros,
cuanto más propios y telúricos.
Apreciados lectores que Dios los fortalezca
y haga felices en esta cálida Semana
Santa, esperemos que el año entrante por estas mismas calendas podamos
estar refiriendo otros episodios de la mágica Flor del Higuerón, de las higas de los mangos, de la mata de
Escobilla o del Mundo del Encantamiento
del Oro, para deleite de nuestros lectores. ¡Dios nos proteja a todos!
nacoayala@hotmail.com
JERÓNIMO BERROCAL (derecha, con sombrero) FOTOGRAFÍA CON SUS PRIMOS PEQUEÑOS HACIA 1966, APROX. EN UNA FIESTA PATRONAL DE CERETÉ |
BLACHO MERCA
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Homenaje de gratitud y cariño a
Blas Arcadio Mercado Suárez,
Mago insomne de los relatos
maravillosos en mi niñez…
Señor de las historias de lejanas resonancias
Amigo de la infancia y fiel mentor de juventud…
Con mágicos pinceles de dorada excelsitud
Trazabas vivos cuadros con tu verbo de distancias.
Y entonces te hacías otro, la emoción con vivas
ansias
Llevaba tu relato hacia la magia en plenitud…
El oro refulgía, ponderabas su virtud
En ese mundo etéreo de lumínicas estancias.
¡Dorados esos tiempos, apreciado Blas Mercado!
Cuando tu mente fácil me llevaba hacia otro lado
Por un sendero pleno de luciente ensoñación…
Los años se marcharon más jamás fuiste olvidado
El tinte iridiscente de esos lienzos del pasado
¡Hoy brilla más que nunca en un fraterno corazón!
Madrid (Cundinamarca)
Agosto 27 de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario