SOL OMNIBUS LUCET

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sábado, 26 de octubre de 2024

¡TÍA CHAVE, NO PUEDO BAJARME, NO PUEDO! (Crónica)

 

Nabonazar Cogollo Ayala y mi madre, Rosa Isabel Ayala de Cogollo (q.e.p.d.)


¡TÍA CHAVE, NO PUEDO BAJARME, NO PUEDO!

(crónica)

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

1967

 

Una de las anécdotas más viejas que desde niño me refirieron una y otra vez, tiene como protagonistas a dos de las primas más apreciadas de ambas familias, me refiero a Carmencita Moreno Cogollo[1] y a María Antonia Lozano[2], respectivamente. Sin mayores preámbulos procederé a reproducirla íntegra, luego de haberla reconstruido lo más fielmente posible, con el aporte de los recuerdos de sus testigos presenciales quienes han facilitado la literalización de aquellos pretéritos hechos, que enmarcaron mis primeros días de vida.  

Corría el mes de junio del año 1967 y según me refiere mi madre yo había nacido en el Hospital San Jerónimo de Montería, el 18 de junio del citado año, siendo el quinto hijo del matrimonio Cogollo Ayala. Luego del insuceso de la destrucción parcial del pabellón de maternidad del referido centro asistencial, mi madre tuvo que ser traída a las volandas a pasar su convalecencia postparto, en la finca[3] porque en el hospital no era posible ya. Dice mi madre lo siguiente…

“Yo estaba en la finca, en el cuarto grande de la casa del frente y tenía cuatro días de paría[4]. El pelaíto lo teníamos acosta´o en la cama grande y yo estaba en ese momento con mi hija Cocho[5] y con mi sobrina la Toña. Carmen estaba por los la´os de la cocina… Bueno, ahora verás… Dije yo…

-¡Ay! Yo quisiera guindarle este toldo a ese pelao, que de noche la mosquitera lo tiene enfermo… ¡Como no hay mosquito aquí en La Florida, hombe!  Pero pa´ eso tocaría encaramitarse allá arriba en el canastero del techo de la casa… ¿Cómo hiciera?

Y sale la Toña como gente grande y sin que nadie la mandara…

-¡Ay Tía Chave! Venga deme la pita del toldo que yo me subo allá arriba y yo se lo guindo…

-¡No Toña, no te subas allá, muchacha! Tú estás muy gorda, no sea que te vayas a esmazatá de allá arriba y después me meto yo en cipote ´e  lío con José Lozano, tu pa’e…

-¡Nombe tía, qué va! Déjeme que yo me subo rapidito de una vez… ¡Deme la pita del toldo, venga a vé…![6]

Y diciendo y haciendo, antes que nadie se lo impidiera, la Toña empezó a subirse hacia el canastero de la casa grande, haciendo escaleras en los amplios ventanales y en las cenefas de la habitación. Efectivamente, pasados unos minutos ya había alcanzado la parte más alta de la estructura de madera que sostuviera el cobertizo de palma amarga de la casa. Con su robusta corpulencia, logró llegar a la baranda del canastero, justo donde era necesario y útil colgar la pita de fique para disponer el toldillo. Una vez ahí, pasó la pierna por encima del barandal de madera y deslizó la pita de fique, la cual luego le tiró a Chave, para que se izara el toldillo. Hasta ahí todo iba muy bien…. El problema fue cuando la Toña se quiso ir a bajar…

-“Ya Toña… ¡Gracias mija! Ya se guindó el toldo, bueno ahora bájate…

-¡No tía! No sé qué me pasa… ¡No puedo![7]

-¿Cómo así que no puedes, cristiana de Dios? ¡Así como te encaramitaste allá arriba, ahora bájate, apura ligero es que es!

-Tía Chave, no puedo bajarme… ¡No puedo![8]

Un repentino ataque de nerviosismo aquejó a María Antonia quien quizás al ver los varios metros de altura que había subido, alentó vértigo o miedo. Lo cierto es que ella se quedó paralizada en lo alto del canastero sin atreverse a bajar. La chica entre llorosa y pálida, se aferraba al madero en el que estaba a horcajadas, como su tabla de salvación que en ese momento era… Chave atinó a decirle…

-Bueno, entonces quédate ahí quietecita, mija, que yo ruedo la cama grande pa´ que te jondees de allá arriba… ¡Espérame un ratico! ¡Consuelo! ¡Cocho!

-¡Sí, mamá…

-Recíbeme al pelaíto, ténmelo ahí mientras yo le ruedo la cama a la Toña, pa´ ponésela debajo pa´ que ella se tire de allá arriba…

Carmencita no estaba en el cuarto grande en esos momentos. Ella complementa el relato de la siguiente manera…

-“Yo estaba en ese momento en la cocina calentando una olla de agua en la hornilla e´  leña de la casa de atrás, cuando de repente oí el griterío y salí corriendo pa´ vé qué era… Yo vi a la Toña enjorquetá  allá arriba en la nariz de la palma, se había puesto nerviosa y se había enreda´o todita, no sabía qué hacé y no daba pa´ bajarse… Tu mamá le dijo que se quedara ahí que le iba a rodá  la cama pa´ que se tirara, porque la cama tenía dos colchones somieres y un esprín de resortes, en lugar de tablas… ¡Ella caería abullonadita ahí![9]

Prosigue mi madre su relato…

-“Bueno y yo con cuatro días de paría que estaba, rodé como pude ese camón tan grande que era, carajo y se lo puse a la Toña debajito, pa´ que se tirara… Y… ¡Juápata! Ella se dejó caer y no le pasó na´! La cama la esperó con los dos colchones que tenía y las cuatro almohadas… ¡Y listo el pollo! Se solucionó el problema…   

Después cuando ya le había pasa´o el susto, yo le preguntaba a la Toña, muerta é  la risa…

-¡Oh Toña! ¿Y qué fue lo que te dio allá arriba que no dabas tú pa´ bajarte, muchacha?

-Ay tía, no sé pero no pude… Una vez que vi esa profundidad y a ustedes chiquiticas que las veía yo allá abajo, no pude! Me dieron nervios…

-¡Ay María Santísima! Por suerte que yo tuve presencia de ánimo pa´ rodá esa camona, mija...

Con cuatro días de paría que yo estaba, antes no me dio una vaina en la matriz, pero Dios y la virgen son muy grandes y naitica malo me pasó… ¡Menos mal! [10]

Estos anecdóticos hechos sucedieron en la casa de mis padres, hace exactamente 47 años, justo la edad que ya he cumplido días atrás. He querido compartir con los amables lectores el relato de estos sucesos que quizás revestirán algún interés porque de alguna manera reflejan la mentalidad y forma de vida de unos tiempos ya pasados, que nunca jamás volverán, en mi natal y amado Cereté, tierra de mis mayores y cuna de mis ancestros.  


Madrid (Cundinamarca) julio 6 de 2014

 

 

 

 



[1] Edelmira del Carmen Moreno Cogollo, posteriormente de Santos; hija de la tía Idalides Cogollo Guzmán, una de las hermanas mayores de mi padre, don Nabo Cogollo Guzmán (q.e.p.d.). Para estas épocas la prima Carmen contaba con 14 años de edad.

[2] María Antonia Lozano López; hija del tío José Lozano Jiménez, hermano natural de mi madre. La Toña –como cariñosamente le dijéramos-, tenía para estas épocas 12 años de edad y se caracterizaba por ser robusta tendiendo un poco hacia la gordura.

[3] La finca La Florida se ubicaba a 3 kilómetros del casco urbano de Cereté, sobre la vía Cereté - San Pelayo, que entonces era destapada. Quedaba en zona rural cereteana y anteriormente le había pertenecido a Rodrigo Berrocal.  

[4] Debía ser el 22 de junio de 1967 si se tiene en cuenta la referencia… “tenía cuatro días de paría”. Yo había nacido el día 18.

[5] Se trata de la mayor de las hijas del matrimonio Cogollo Ayala, a saber Olga de la Consolación, a quien llamábamos cariñosamente Consuelo, reducido al hipocorístico “Cocho”. Ella falleció en Cali (Valle del Cauca), antes de cumplir los 21 años, en noviembre de 1981, aquejada por la artritis juvenil.

[6] AYALA DE COGOLLO, Rosa Isabel. Referencia directa, julio 4 de 2014, vía telefónica. Mi mamá en la actualidad cuenta con 74 años, pero goza de una lucidez mental asombrosa y sus recuerdos están intactos.

[7] COGOLLO AYALA, Olga de la Consolación. Referencia directa que alguna vez me contara, siendo yo niño, en la finca La Florida, Cereté (Córdoba). 1980, aprox.

[8] Ibíd.

[9] MORENO DE SANTOS, Edelmira del Carmen. Referencia directa vía telefónica, julio de 2014.

[10] Ibíd.

De izquierda a derecha; Nabonazar, la niña Chave y mi hermana Isabel Cristina Cogollo Ayala
Locación: Finca La Florida, 1975 aprox. Cereté - Córdoba



miércoles, 9 de octubre de 2024

EL CANTO DEL MARTINERO (oda)

 

Corregimiento de Martínez (Cereté - Córdoba)
Fuente de la fotografía: LA RAZÓN.CO (diario digital)
https://larazon.co/cerete/corregimiento-de-martinez-ya-disfruta-de-novedoso-parque-central/

EL CANTO DEL MARTINERO

 (oda)

Yo soy de Martínez, la tierra bonita

Donde resucita la historia de ayer;

El caño refresca su suelo y agita

La brisa el sombrero zenú de mi ser.

El alma ancestral en mi pecho palpita

Con sangre de abuelo de eterno saber;

Mi espíritu todo en sus campos le grita:

¡Te quiero, Martínez, con limpio querer!

 

Mi madre es bollera y me crió entre maizales,

Mi padre es de rula, angarilla, azadón;

Aquí conocí los más bellos paisajes

Bebí leche pura en aquel corralón.

Los pájaros dieron su canto en mi cuna

También la cotorra me dio bendición;

Andando en canoa pesqué la fortuna

Que dio el bocachico a mi recio fogón.

 

Con el guapirreo y la décima vieja

Se alegra mi alma en la diaria labor;

El canto vaquero en el viaje refleja

Gentil sentimiento en mi fiel corazón.

¡Yo soy martinero! Corea la trompeta

Mientras las parejas bailando su son;

En nuestro fandango de rueda completa

Le dan a la patria nuestra tradición.

 

¡Yo soy martinero!, mi espíritu canta  

Con recia garganta en el amplio playón;

La chicha del bollo las penas espanta,

Mi pecho se agranda al sonar mi canción.

A mi enamorada le llevo mis versos

Ante su ventana que escucha mi voz;

¡Un día mis hijos serán herederos

De amor martinero por gracia de Dios!

 

Autor: Nabonazar Cogollo Ayala

Agosto 18 de 2024