JUANA PETRONA JIMÉNEZ ÁVILA (1907-1993) |
LA VÍRGEN ESTÁ RABIOSA
(Cuento histórico con base real)
Por: Nabonazar Cogollo
Ayala
La señora Juana Jiménez Ávila era una
bondadosa anciana de piel ajada por los años y alma marchita por los recuerdos,
que frisaba los setenta años hacia 1978. Año en el cual se dieron los hechos
que ahora se narrarán. ¿Cuántos hijos había tenido? Doce o quizás trece. Unos
cuantos le habían sobrevivido luego de la pavorosa llegada de la fiebre del
tifo a aquellas apartadas regiones de la costa norte colombiana, a principios
del siglo XX. Aquellas tempranas pérdidas le habían cicatrizado el alma, la
cual se le había curtido en el dolor y el sufrimiento, por la soledad que la
vejez ahora le deparara. ¿En qué refugiaba Juana la soledad de sus últimas
décadas de vida? En atender una empobrecida tienda a orillas del camino real,
próxima a su humilde vivienda. Y en elevar a Dios, a San Gregorio y a la Virgen María sus más sentidas y
piadosas plegarias, con el puntual cumplimiento
del sol de las frescas mañanas de mayo. Llegado el mes de la Virgen, la buena
anciana dispuso toda su industria y oficio en organizar en la pequeña vereda de
Belén, la piadosa procesión votiva en homenaje de la Madre del Resucitado.
Cada noche cantidad de mujeres creyentes
invadían la pequeña y graciosa casita de la Señora Juana, para rezar con
blanquecinas camándulas entre sus dedos temblorosos, el rosario a la Virgen
María. Al finalizar de cada sesión la anfitriona obsequiaba a las visitantes
con tisana de limonaria, servida en pocillos de loza china; la cual era
bendecida finalmente con una dulce menta comprada al efecto en el mercado local
de la fluvial Cereté.
- - ¡La Señora Juana cómo es de buena!
Se decían las buenas mujeres, cuando
entre las ocho y las nueve de la noche tornaban complacidas a sus hogares, de
donde la noticia se difundía rápidamente al resto de la vereda. Al día
siguiente la asistencia crecía en número y los entremeses a las asistentes
debían por tanto redoblarse. Pero no importaba, Juana todo lo había dispuesto
para que la atención a sus visitantes fuese esmerada y no diese lugar a queja
alguna.
Pero los días de mayo avanzaban
rápidamente y era necesario cuanto antes darse prisa para organizar la pequeña
procesión en honor de la Virgen el día trece. La tarde del once, luego de haber
atendido su pequeño negocio por la mañana y de haber dispuesto su esmerado aseo
y demás cosas propias de su pequeña morada, la Señora Juana se dirigió
rápidamente a casa de la Blanca, la más pudiente y acomodada de las señoras
devotas de aquel pequeño villorrio. Pero no fue sola: se hizo acompañar de su
nuera -a quien cariñosamente apodaban de antaño la Negra-, lo mismo que de Olga
–la otra tendera del lugar- y dos de sus sobrinas, hijas de su difunta hermana
Tita Jiménez Ávila. El piadoso grupo de señoras llegó hasta donde la Blanca
cuando ya iban a ser las cuatro de la tarde y el ardiente sol tropical había
amainado un poco su resplandeciente látigo de fuego.
- -Uehhh Niña Blanca ¿cómo está
usted?
Saludó Juana al entrar a la amplia
estancia campestre, que generalmente era resguardada por dos enormes perros
guardianes.
- - ¡Ay! si es la Señora Juana y con
compañía. ¡Qué alegría tenerlas por acá! ¿Y eso qué las trae?
Hechos los saludos de rigor y estampados
los femeniles besos del caso, la Señora Juana le espetó a su anfitriona, sin
mayores preámbulos el porqué de su inesperada visita…
- -Es que pasado mañana es la fiesta de
Nuestra Señora de Fátima y las señoras y yo estamos organizando una
procesioncita en homenaje a la Virgen. A ver si usted nos colabora prestándonos
su imagen –que es más grande que la mía- y nos da lo necesario para comprar las
flores, los arreglos; y para contratar además dos horas de música tocadas por
la banda del Compadre Abel, para acompañar el cortejo.
- -Ay Señora Juana. Mire, yo les colaboro
en lo que yo pueda. Porque la verdad es que plata yo no tengo mucha, está
poquita. Yo les presto la Virgen y si les parece organizamos y decoramos el
paso de la procesión, para que salga desde mi casa y pase por todo el Camino
Real, hasta la escuela pública de Manguelito y de ahí nos devolvemos. Pero para
lo que no va a haber es para la música. ¡Esa banda de Abel cobra mucho y no
alcanza!..
- -¡Ay, no, Niña Blanca! No diga usted eso.
¿Entonces vamos a hacer la procesión sin nadita de música?
- - Si mi señora, así nos tocará… ¡Porque le
cuento que no hay para más! Eso ahí le vamos cantando a la Virgen el Ave de
Fátima, mientras usted va dirigiendo el Santo Rosario.
Ante la rotunda negativa a la música, al
grupo de señoras no le quedó de otra que aceptar a regañadientes la magra
alternativa que la Blanca les ofrecía. Llegado el día doce, los ajetreos para
la gran celebración eran proverbiales: de la casa de Juana salían grandes
floreros adornados con olorosos cartuchos de diferentes colores, y coronados
con palmas fúnebres y vistosos moños de nacaradas cintas de encajes. ¡Todo
estaba listo para que al día siguiente, muy a las ocho de la mañana, la
procesión se tomara la principal vía de circulación de la vereda de Belén, por
unas cuantas horas!
Y efectivamente así fue. Las señoriales
matronas de la localidad se dieron cita en casa de la acomodada anfitriona,
todas impecablemente vestidas de blanco y tocadas con mantillas de vaporoso
encaje, con la infaltable camándula de perlas nacaradas entre sus manos. El
cuadrante del reloj marcaba las ocho en punto de la mañana, cuando el grupo
ceremonial empezó su triunfal recorrido por el ducto vial, entre el lúgubre
rezo de la Salve y el Ave
María. La Señora Juana precedía el grupo más nutrido, en el que cuatro
corpulentos cargadores –contratados para el efecto- llevaban en hombros el
voluminoso paso donde se veía en alto la sonrosada imagen de la Virgen de
Fátima.
No bien habrían avanzado unos cuantos
metros –sin siquiera haber avistado todavía la rosácea casa de la Señora
Juana-, cuando de la manera más insólita e inexplicable, la imagen de yeso de
la Virgen saltó de su base en el paso, se precipitó a tierra y fue a dar de
lleno contra las duras piedras del destapado Camino Real, quebrándose en mil
pedazos. Ante la vista de este terrible hecho, los asistentes se echaron, todos
la bendición, sobrecogidos de angustia y espanto a la vez.
- -¿Se da usted cuenta, Niña Blanca, se da
cuenta? ¡La Virgen está brava porque usted no le quiso pagar ni siquiera una
hora de música con Abel! Mire… ¡No le quiso aceptar la procesión sin banda! ¿Y
ahora qué vamos a hacer?
Le increpó severamente Juana a la
Blanca. Pálida por los acontecimientos esta última optó por cubrirse el rostro
con su blanquecina mantilla y devolverse rápidamente hacia su casa, dándoles la
orden a los cargueros que se devolvieran porque ya no iba a haber procesión ni
nada. Con cara de grandes y graves acontecimientos los presentes optaron por
devolverse cada uno hacia su casa, comentando lo terrible de lo que había
sucedido.
Aun varios años después la Señora Juana
no cesaba de comentar entre los asistentes a su casa, en el mes de mayo, cómo
la Virgen se había portado con ellas esa vez, que la Blanca por tacaña se había
negado a amenizar su sacrosanta procesión con la humilde limosna de dos horas
de música de la banda de Abel.
- - ¡La Virgen María se puso rabiosa, mis
hijas! Es que con la Virgen no se juega…
Abril 8 de 2007
Madrid (Cundinamarca)