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sábado, 7 de marzo de 2015

VIEJOS MITOS Y LEYENDAS EN TORNO A LA SEMANA SANTA SINUANA (Crónica)


VIEJOS MITOS Y  LEYENDAS EN TORNO A LA SEMANA SANTA SINUANA
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
 
BLAS ARCADIO MERCADO SUÁREZ
Narratólogo natural y espontáneo, oriundo de la vereda de San Antonio del Táchira (Ciénaga de Oro), radicado en la zona rural de Cereté (Córdoba) en la década del sesenta.
Cereteano por adopción. En la actualidad cuenta con 60 años y vive en la vereda de Los cañitos, rodeado por sus 2 hijas y varios nietos.


Había en la casa vieja de mis padres un trabajador cuyo nombre era Blas Arcadio Mercado Suárez, oriundo de una vereda de Ciénaga de Oro llamada
San Antonio del Táchira. Blacho Merca –como lo acostumbrábamos llamar cariñosamente en la casa, llegó a la finca de mis padres siendo él apenas un adolescente, hacia 1964 o 1965 quizás. Yo aún no había nacido. Los años le pasaron en nuestra finca, cuando yo tuve conciencia suficiente como para recordarlo ya él había franqueado el umbral de los treinta años. En la vereda de Los Cañitos (Cereté) consiguió esposa, Rosa Pérez, con quien tuvo tres hijos. Al parecer Blas jamás regresó a su natal San Antonio.  Siendo yo apenas un niño, entre diez o doce años recuerdo los abundantes mitos y leyendas que la mente privilegiada de Blas me contaba a propósito de la Semana Santa o Semana Mayor. El día Viernes Santo yo le preguntaba, entre divertido y curioso…

-¡Blas! ¿Qué va a pasar el día de hoy?

Asumiendo una postura de docta suficiencia me respondía…

-Hoy a medio día a la mata de Escobilla le sale un carbón en la pata (es decir en la raíz). A los palos de mango les salen las Higas…

Estas últimas eran una especie de abultamiento repentino que salía entre la corteza del árbol y la madera. Abultamiento este que se extraía rápidamente con un cuchillo para descubrir una curiosa pelotica hecha de madera. ¡Ciertamente se trataba de un prodigio! Alguna vez tuve la oportunidad de sacar una yo mismo. Continuaba Blas Mercado su relato…

Esta noche -Viernes Santo- a las doce de la noche los goleros cantan (es decir los gallinazos) y cae en el suelo la flor del higuerón. Un hombre animoso que la quiera, tiene que levantarse antecitos de la media noche y extender debajo del palo del higuerón una sábana blanca. Luego tiene que sentarse en una de las cuatro esquinas del lienzo con las piernas en cruz -en postura de flor de loto como dirían los budistas en el Oriente-. Ahí hacia el punto de las doce de la media noche, le saldrá un hombre negro con una voz cavernosa como de trueno y ojos encendidos como dos brasas, que le dirá lo siguiente…

-¡Ya tú sabes quién soy yo! ¡Si estás aquí es porque algo quieres conmigo! ¡Si no, no hubieras venido!  ¿Pa´ qué quieres la Flor del Higuerón? ¡Tienes que decirme para qué la quieres y demostrarme que eres merecedor de ella!

El hombre no tiene que tenerle miedo y no darle nunca la espalda al Diablo, porque se lo come. Debe esconder entre la mano derecha un escapulario bendito por el cura del pueblo, para defenderse del Príncipe de las Tinieblas, porque si le da lado, se llamaba,  –Decía Blas entre grandes aspavientos-.  El hombre entonces le dice…

-¡Yo quiero la Flor del Higuerón pa´ peliá! ¡Pa´ que ningún hombre me gane peleando a los puños!
-¡Muy bien! Allí la tienes…

Acto seguido en el centro de la blanca sábana caerá como por arte de encantamiento, la grande y aromática Flor del Higuerón, tan bella, mágica y atrayente como la irresistible flor de loto que comieron los hombres de Ulises, para nunca jamás regresar a sus hogares y quedar presos de su misterioso e indescifrable hechizo según lo narra el legendario poeta griego Homero en La Odisea

El hombre de la sábana se abalanzará deseoso sobre la Flor del Higuerón, la cual deberá guardar en su seno, es decir, sobre el corazón para el resto de su vida. La flor permanecerá viva y con sus colores naturales como si aún se mantuviera prendida al pedúnculo floral.

-¡Oiga compadre! –Le recuerda entonces el hombre negro-. ¿No será que se le está olvidando algo? Allá debajo de aquel palo de mango está aquel moreno que dice que usted tiene que pelear con él, porque si no lo mata…
-¡Listo! Va pa´ esa… 

Dice nuestro hombre, animado ya por los mágicos efluvios que empiezan a irradiar en todo su cuerpo los pétalos nacarados de la Flor del Higuerón, que se ha prendido misteriosamente a la piel de su nuevo dueño, haciéndose ahora piel con la piel. Y efectivamente bajo de un imponente árbol de mango de corazón, se veía un boxeador de estatura descomunal, con piel oscura y hercúleos brazos de pugilista. Su aliento más que de hombre parecía de toro. ¡El combate prometía ser brutal! Nuestro hombre sin dejarse amedrentar por aquella misteriosa aparición del Averno, se abalanza hacia el boxeador, más decidido y temerario que consciente de sus actos. La ruda pelea comienza. Un puño cerrado y duro como la piedra se estrella contra la mandíbula del boxeador de ultratumba quien se cimbra en todo su ser y responde con un demoledor derechazo que el Hombre de la Sábana alcanza a esquivar con elásticos reflejos. Un nuevo puñetazo de este se estrella contra la carótida del pugilista y pese a la diferencia de estatura entre el hombre real y el hombre fantasmagórico, el golpe pleno hace tambalear a este último, quien ahora cae de espaldas trastabillando para perder para siempre el equilibrio de manera aparatosa. Aquella aparición del averno queda tendida en el suelo mientras nuestro Hombre de la Sábana se repone de aquella repentina liberación de adrenalina. Segundos después el pugilista del otro mundo se ha esfumado. El hombre negro se le aparece a nuestro Hombre de la Flor del Higuerón para verificarse el siguiente diálogo…

-¡Buena esa hombre, buena esa! ¡Sabes usar muy bien esos golpes de tus nudillos! De ahora en adelante no habrá hombre ni normal ni ayudado, que te pueda derrotar! ¡Te la ganaste en franca lid, úsala para el bien nunca para el mal!

Y así, el hombre recoge su blanca sábana del suelo, se le echa al hombro y se va contento con su flor….

-¿Cómo así Blas? ¿La Flor del Higuerón nunca se debe emplear para el mal?
-¡No, Nunca! El Diablo te la da, pero si la empleas para el mal la Flor del Higuerón un día te llevará. Pero si la empleas solamente para el bien, llegará el día en que ya no la tengas pegada a la piel y ya  te hayas liberado de ella para siempre. ¡Ese día ella volverá de nuevo al palo del Higuerón, hasta el año entrante cuando venga otra nueva Semana Santa y otro hombre arriesgado y animoso venga por ella!

-¡Qué bonita esa historia Blas a la vez que terrible! ¡Cuéntame esa otra que me contaste el año pasado de los Hombres de Oro que te salieron allá en el palo grande de laurel de la división del ganado, allá atrás!

¡Ah sí! Eso fue cuando yo era muchacho que todavía no me había casado con Rosa. Yo tenía como veintidós años, más o menos. Don Nabo aún no había comprado la finca pequeña de Calderón.  La Florida llegaba entonces hasta la segunda división del ganado, la del palo grande de laurel tumbado que hay allá, ese que está caído a medio lado por un rayo que le cayó pero que no alcanzó a tumbarlo del todo. Yo una noche venía en el caballo viejo, el Parranda y venía de ese lado. El Parranda tenía sed así que me arrimé al bebedero largo de concreto con forma de T que tu papá mandó a colocar allí. Serían como las once y media de la media noche más o menos y precisamente era Semana Santa, pero todavía no llegaba el Viernes Santo. Oiga, yo llegué ahí al bebedero y el viejo Parranda estaba bebiendo, yo no desmonté. En esas estaba cuando yo vi del otro lado del palo grande de laurel un resplandor intenso como si fuera un bombillo de varias bujías que estuviera por ahí encendido. Calladito la boca me bajé del caballo y le dejé la rienda larga para que siguiera bebiendo agua en el abrevadero y para que comiera un poco de pasto de la pangola.  Me escondí tras del tronco de ese palo que como tú sabes es grueso y alto como un edificio y es bastante nervudo… ¡Ah sorpresa! Pude ver algo así como una caverna subterránea que se abría en la cara posterior del árbol, a la cual se accedía por unas largas escalinatas resplandecientes. Unas especies como de puertas hechas de la corteza aún viva de la gigantesca planta, se abrían y dejaban ver en su interior aquel recinto precioso todo enchapado en oro resplandeciente como si se tratara de  otro mundo u otra dimensión. ¡Salía mucha luz pero ignoro de dónde venía! Lo cierto es que allí dentro todo era de oro puro y macizo. Se veían unos seres, una especie como de rey. Este era un hombre alto de gran apostura de unos cuarenta años quizás, tocado en su cabeza con una alta corona de oro puro, que se remataba con gemas que jugaban con aquella luz mágica. Alcanzo a recordar que eran diamantes y rubíes. Este rey de las profundidades de la tierra estaba vestido con una larga e imponente túnica de seda dorada hasta los pies, bordada con hilos de oro que imitaba en sus diseños la filigrana más fina. En su mano derecha tenía una larga vara de oro rematada con un diamante esférico, a manera de cetro o bastón de mando. Lo acompañaba una señora vestida de similar manera que me imagino sería la reina, su esposa, porque cuando ella le hablaba le decía…

-¡Mi Rey y señor, la reina su esposa e indigna servidora!..

Aquel rey y su señora la reina salieron de ese maravilloso recinto. Yo estaba alelado con todo aquello pero no me podía dejar ver de ellos, por nada…

-¿Por qué Blas?

¡Porque en ese mundo todo es hermoso, todo es atrayente y todo es hechizador también! ¡Ese es el mundo del Encantamiento del Oro! Cuando yo era pelao por allá en Planeta Rica ya me habían hablado de él. Si esos reyes y sus esplendidos servidores –que los tienen y en gran número-, se te llegan a aparecer, te ofrecen oro y piedras preciosas y tú no te puedes negar. Ellos tienen ojos grandes, negros y pestañudos que lo embrujan a uno… ¡Uno de mil amores se va con ellos! Y te alojan en esplendidos palacios bajo de la tierra y te ofrecen la comida más deliciosa que tú jamás hayas probado en toda tu existencia…. ¡Pero tú nada de eso deberás comer, ni dormir en esas camas ni aceptar nada de aquellos maravillosos placeres y lujos!  Porque si lo haces te empiezas a olvidar de los tuyos, de tus seres queridos. Pero aun cuando así fuera, hay algo que te salva y que a ellos les da mucha rabia…

-¿Qué cosa?

Que en el mundo de arriba, de la superficie, los tuyos te extrañen, te recuerden, te lloren y te hagan velorio… ¡Ellos eso no lo soportan, no lo consienten! Les da una especie como de soberbia cuando alguien acá arriba te llora. Y te cogen a patadas y te echan de su mágico mundo de oro. Tú pierdes entonces el conocimiento ante toda esa andanada de golpes que entre reyes y servidores reales te dan… ¡Luego despiertas a la orilla de la ciénaga o del palo grande de laurel donde todo comenzó! ¿Si me entiendes ahora?  

-¡Cristo bendito! ¿Y todo eso es verdad, Blas?

Sí señor… A mí esa vez casi me llevan porque el Parranda se alejó mucho y se puso a resoplar porque habían unos mosquitos que lo estaban molestando. Los reyes esos que estaban todavía por fuera de aquel recinto escalonado de oro, voltearon entonces a mirar. Pero vieron al caballo viejo ese solo y a mí no me pudieron pillar. Aunque llamaron a grandes gritos a unos pajecitos de la reina para que salieran a mirar, alumbrándose con unas fantásticos farolitos de oro puro y vidrios de diamante, a ver si era que por ahí andaba alguien. Yo me metí entre una de las grietas que formaban las raíces de aquel viejo palo y como yo estaba vestido de negro y con camisa marrón, me bajé el ala del sombrero vueltiao y pasaron de largo y no me vieron…

-¿Cómo eran esos pajecitos?

Eran unos muchachitos muy graciosos, como de unos quince o dieciséis años, pero sé que los hombres y mujeres del Mundo del Encantamiento del Oro viven miles de años. Nosotros para ellos somos unos pobres seres que apenas si logramos vivir máximo setenta u ochenta años. Aquellos singulares pajecitos se vestían con pantalones bombachos de seda dorada a media pierna y usaban en el cabello adornitos de oro con forma de mariposas. Las camisas eran de mangas largas bombachas recamadas de oro resplandeciente. Y en los codos y rodillas llevaban tintineantes cascabeles de oro y plata. Su piececitos eran calzados por zapatos de grana negra, adornados con una amplia hebilla de plata y un cascabelito de oro puro en el talón. ¡Gracias a esos cascabeles pude saber cuándo venían y cuándo se fueron finalmente!

-¿No te llamó  la atención irte con ellos, Blas?

¡Nombe! Yo los quería mucho a ustedes que eran como mi familia… ¡Yo que me iba a ir con esa gente para nunca más volver a salir de esas profundidades, por más oro que tuvieran o que me dieran! 

-¿Y cada cuanto aparecen esos seres del Mundo del Encantamiento del Oro?

Esos salen cada Semana Santa, donde hay palos grandes y viejos o a las orillas de caños o de ciénagas… Esa vez tocó a ese palo. Otra vez será a otro y así…

La pureza e ingenuidad de estos relatos nos sobrecoge el alma y el corazón. ¡Esa es nuestra tierra, nuestros campesinos, nuestros hombres y mujeres de esta tierra, que fabulan sus mundos interiores viendo en el interior de la tierra lo que renace y pulula en el interior de ellos mismos!

Que Dios nos bendiga y proteja a todos y a cada uno de nosotros en estas maravillosas fiestas de la Semana santa o Semana Mayor. ¡Quise en la columna del día de hoy rendir un cálido tributo a unos viejos y enmohecidos recuerdos de mi niñez, que fueran pintados en su momento con colores y matices tan espectaculares que me parecieron dignos de ser compartidos con todos mis conciudadanos cereteanos! Estos recuerdos y crónicas no pertenecen a Blas Mercado ni a mí ni a nadie en particular… ¡Pertenecen a todo un pueblo, toda una raza, toda una colectividad que fortalece los lazos invisibles de su identidad y de su mismidad a través de los mitos y leyendas frutos de nuestra tradición oral, que perpetúan nuestra mentalidad de padres a hijos y nos hacen ser más nosotros mismos! ¿Absurdos? ¡No! ¡Nuestros simplemente! Tan verdaderos  en su ingenua verdad enunciada como prístinos y cálidos en sus manifestaciones. Tanto más verdaderos cuanto más nuestros, cuanto más propios y telúricos.

Apreciados lectores que Dios los fortalezca y haga felices en esta cálida Semana Santa, esperemos que el año entrante por estas mismas calendas podamos estar refiriendo otros episodios de la mágica Flor del Higuerón, de las higas de los mangos, de la mata de Escobilla o del Mundo del Encantamiento del Oro, para deleite de nuestros lectores.  ¡Dios nos proteja a todos!

nacoayala@hotmail.com
 
JERÓNIMO BERROCAL (derecha, con sombrero)
FOTOGRAFÍA CON SUS PRIMOS PEQUEÑOS HACIA 1966, APROX.
EN UNA FIESTA PATRONAL DE CERETÉ
BLACHO MERCA
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Homenaje de gratitud y cariño a
Blas Arcadio Mercado Suárez,
Mago insomne de los relatos maravillosos en mi niñez…

Señor de las historias de lejanas resonancias
Amigo de la infancia y fiel mentor de juventud…
Con mágicos pinceles de dorada excelsitud
Trazabas vivos cuadros con tu verbo de distancias.

Y entonces te hacías otro, la emoción con vivas ansias
Llevaba tu relato hacia la magia en plenitud…
El oro refulgía, ponderabas su virtud
En ese mundo etéreo de lumínicas estancias.

¡Dorados esos tiempos, apreciado Blas Mercado!
Cuando tu mente fácil me llevaba hacia otro lado
Por un sendero pleno de luciente ensoñación…

Los años se marcharon más jamás fuiste olvidado
El tinte iridiscente de esos lienzos del pasado
¡Hoy brilla más que nunca en un fraterno corazón!

Madrid (Cundinamarca)
Agosto 27 de 2014