SOL OMNIBUS LUCET

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viernes, 3 de abril de 2015

¡NO MIRES PA´ ARRIBA MIJA QUE ESTOY ENCUERO! (Crónica)

Nabo Cogollo Guzmán, jinete en uno de sus afamados caballos de paso fino colombiano
Locación de la fotografía: FINCA LA FLORIDA, Cereté (Córdoba), 1985 (aprox.)
¡NO MIRES PA´ ARRIBA MIJA QUE ESTOY ENCUERO!
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Tan bueno y tan noble como era mi padre
Y la muerte infame me lo arrebató…
Esos son los dolores, las penas tan grandes
Que a sufrir en la vida lo pone a uno Dios.

CAMILO NAMÉN RAPALINO – MI GRAN AMIGO

Corría el año 1983 y el proverbial don Camilo Namén Rapalino, el afamado cantautor cesarense oriundo de Chimichagua (Cesar)[1] andaba de visita por tierras del departamento de Córdoba y había llegado concretamente a Cereté, donde se había alojado en la finca La florida de don Nabo Cogollo Guzmán, el caballista y gallero que era parte del mundo vallenato, a quien lo unía una entrañable amistad de vieja data. A Camilo Namén se le recuerda entre varios cantares vallenatos, por hermosos y sentidos cantos costumbristas de sabor autobiográfico como El hombre libre, Recuerdos de mi niñez, El encuentro con el diablo, Mi gran amigo, Las canas de mi vieja, La ceiba del puerto, De la misma manera, etc. La personalidad expansiva y la innegable simpatía de “Camo” –como cariñosamente lo llamaran sus amigos y conocidos- eran garantía suficiente de grandes parrandas vallenatas con el Nabo y sus amigos, que se extendían durante varios días. La vena poética de Camilo se inflamaba por la emoción de la parranda y los versos y estrofas fluían a raudales, al compás de la caja, la guacharaca y el acordeón. El infaltable acordeonista siempre era Lánder Prioló, humilde carpintero oriundo del barrio Venus de Cereté, acompañado por Sanjuanete como cajero o guacharaquero, entre otros. El Nabo todo lo disponía para una agradable velada vallenata cada vez que Camo lo visitaba y esos encuentros parranderos resultaban inolvidables. Yo entonces contaba con 14 o 15 años y estudiaba bachillerato en el Colegio San Carlos de la familia Lemaitre, en Cartagena de Indias, solo iba a la finca en vacaciones. Aquel diciembre de 1983 llegué a la casa y mi papá contaba entre chanzas y diversiones la siguiente anécdota, vivida con don Camo, la última vez que aquel había estado en la casa. Contaba mi papá lo siguiente:

“Hombe, aquel día estábamos parrandeando con Camilo en el ranchón grande largo de la finca, al pie de las caballerizas. Estábamos con José Miguel Ramos, Gabriel Arrieta y otros amigos cereteanos más. Ya nos habíamos tomado varias cajas de ron y le habíamos dicho a la negrita esta de La coroza[2], a Elisa, que matara unas jopopelao[3] y nos hiciera un sancocho, pa´ coger fuerzas. Ya habíamos comí´o y yo estaba reposando un rato en una de las hamacas del rancho, iba siendo medio día. Camilo había pedido permiso a los presentes porque desde hacía rato estaba con la toalla en el hombro y la jabonera y no lo habíamos dejado ir a bañar, dele que dele con la verseadera y la improvisación vallenata. Lánder tocaba el acordeón… Bueno, Camilo se fue a duchar al baño de la casona grande del frente del camino real. Y nosotros seguimos acá cantando y verseando, cuando de repente se oyó un estrépito grandísimo y Camilo gritando en el baño…

-¡Nabo, Chave[4]! Vengan a ayudarme que me caí… ¡Ay mi pierna!

Todos dejamos de cantar y salimos corriendo pa´l baño, que de una vez se llenó de gente, encontramos a Camilo enjabona´o, tira´o en el suelo, sobándose la pierna. ¿Qué pasó? Que Camo se estaba bañando a totumadas con el agua de la alberca. En una de esas y sin darse cuenta, hizo contacto eléctrico entre la taza metálica que estaba usando y el bombillo del baño. El corrientazo lo tiró al suelo y se golpeó la pierna que alguna vez se había partí´o, lo que le produjo un fuerte dolor en la tibia, pero no fue más. Camilo se quejaba mucho…

-¡Ay Nabo, me partí otra vez la pierna, me duele mucho la pierna!
-Nombe no, cálmate, cálmate… ¡La tienes es resentida por el golpe, pero eso se te pasa con una buena sobada con Vacol[5]! –Le decía mi papá, al tiempo que le examinaba la pierna-…
-¿Vacol? ¡Pero si eso es pa´ burro, ternero y caballo! ¿Quién te ha dicho a ti que eso es pa´ gente?
-¡Carajo Camilo! ¡Déjate de vainas que yo sé lo que hago! ¡Elisa, Elisa!
-¡Sí don Nabo!
-Ven mija, sóbamele aquí la pierna a Camilo pa´ que se le pase el porrazo que dice que le duele mucho, coge el Vacol que ya me lo trajo corriendo Iván[6]”!

Y la buena cocinera empezó a refregarle vigorosamente la pierna a don Camilo con la pomada caliente, para que le aminorara el dolor por el golpe… Camilo le decía…

-No mires pa´ arriba mija, que estoy encuero… ¡Soba, soba que ya me está pasando! ¡Razón tenía el Nabo! ¡Ah viejo resabia´o ese! Ese Vacol es bendito…

Lo más chistoso de todo era que el baño seguía lleno de gente y en medio de la concurrencia, acostado en el piso húmedo, estaba don Camilo como Dios lo trajo al mundo. Pasada la primera impresión y el susto, entre todos ayudaron a Camo a vestirse y salir del baño, apoyándose en el hombro del Nabo, Camilo iba cojeando y quejándose. Mi papá le decía…

-Nombe no, eso ya te pasa, esas son cosas tuyas… Mira, acábate de vestir y ahora vamos allá a la sala que con una tusa yo te quito esa cojera… ¡Ya verás!
-¿Con una tusa? ¿Y eso cómo vaina es? ¡Ay Nabo, tú y tus métodos del tiempo viejo! Y lo mejor del caso es que resultan…
-¡Bueno, vas a ver el resultado!

Una vez en la sala grande, el Nabo sacó de la nariz de la palma[7] del techo de la cocina vieja una tusa de maíz que tenía guardada ahí para lo que se necesitara en el futuro, como hombre precavido que sí era. Acto seguido tiró la tusa al piso y le dijo…

-Bueno, ven acá… Me vas a pisar esta tusa contra el suelo, con el pie de la pierna enferma… Y vas a rodar, pa´ allá y pa´ acá, riquirraca, riquirraca, un rato hasta que la pierna ya no te duela… ¿Me entendiste?
-Carajo Nabo, tú y tus vainas… ¡Presta a ve´ hombe!

Y Camo siguió las prescripciones terapéuticas del Nabo y movió al principio lentamente por miedo al dolor, luego más rápidamente, su pie sobre aquel improvisado rodillo vegetal… Los músculos fueron entrando en calor y la pierna entera recuperó lentamente su movilidad, aunque quedaba algo de hinchazón por el golpe sufrido. Luego de varios minutos de aquel inusitado tratamiento campesino, Camilo se atrevió a andar por sí solo, sin ayuda de nadie. El remedio casero del tiempo viejo sinuano había surtido su milagroso efecto.

-¡Te das cuenta, Camilo! Carajo si no lo sabré yo… Esa es escuela vieja taponera del pa´e mío, Andrés Cogollo Berrocal[8]… To´as esas cositas las aprendí de él!
-¡Si Nabo, ya me doy cuenta! Bueno pues, voy a seguir andando un rato para acabar de desentumir la pierna y seguimos la parranda… ¡Denme un ron mientras tanto, carajo!
-¡Camina, camina que andando la pierna se te sana! ¡Iván, sírvanmele un Tres esquinas a Camo que ya se siente alenta´o! ¡Uva![9]

Y al rato proseguía la parranda quizás más alegre y animada que antes, ahora con la especial motivación del feliz desenlace de aquel infortunado incidente que a Dios gracias no dejó hechos que lamentar.

Cuando yo llegué a la casa en aquellas vacaciones esa fue la anécdota que me contaron de primera línea, en diciembre de 1983, enriquecida con los datos y aportes de los testigos directos: mi padre, Elisa e Iván Martínez, entre otros. Hoy he querido compartirla con los amables lectores, treintaiún años después de haberse dado esos hechos, por su valor histórico y testimonial.
Madrid (Cundinamarca), junio 26 de 2014


Yegua de paso fino colombiano de la cría de Nabo Cogollo Guzmán
Locación de la fotografía: FINCA LA FLORIDA (1963, aprox.) 


[1] Junio 22 de 1944, fecha de su nacimiento.
[2] La coroza es una vereda de aparceros perteneciente al municipio de San Carlos, en límites con el municipio de Ciénaga de Oro, departamento de Córdoba.
[3] Jopopelao era la forma coloquial por demás de jocosa como mi padre se refería a las gallinas de corral.
[4] Chave es Rosa Isabel Ayala de Cogollo, la esposa del Nabo. Familiarmente se la llamaba Chave y don Camilo la tenía en gran estima.
[5] Pomada o ungüento caliente de uso veterinario que mi papá usaba para golpes y porrazos en la finca. Aunque estaba prescrita para animales él la usaba indistintamente cuando se la requería como en este caso, debido a lo efectivo y saludable del medicamento.
[6] Iván Martínez el muchacho que hacía las veces de casero en la finca de mis padres, donde apoyaba a mi padre en las labores del cuidado de los caballos de paso fino colombiano y de ordeño de las reses, entre otras labores. Al igual que Elisa Espitia, Iván era oriundo de la vereda de La Coroza.
[7] La nariz de la palma es una forma coloquial de describir la parte superior de las hojas de palma amarga con que se suelen techar las casas en la zona de las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba, respectivamente.
[8] La alusión a la escuela vieja taponera hace referencia a la casa paterna del Nabo. La finca de sus padres, don Andrés Cogollo Berrocal y Edelmira Guzmán de Cogollo, se ubicaba en la vereda de El Tapón, perteneciente al municipio cordobés de San Pelayo, cerca de la línea limítrofe con Cereté. El Nabo siempre se ufanó de la casa vieja de sus padres a la que llamaba “la casa taponera”.
[9] Interjección que hacía las veces de grito parrandero del Nabo.