Nabo Cogollo Guzmán, jinete en uno de sus afamados caballos de paso fino colombiano Locación de la fotografía: FINCA LA FLORIDA, Cereté (Córdoba), 1985 (aprox.) |
¡NO MIRES PA´ ARRIBA MIJA QUE ESTOY ENCUERO!
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Tan bueno y tan noble como era mi padre
Y la muerte infame me lo arrebató…
Esos son los dolores, las penas tan grandes
Que a sufrir en la vida lo pone a uno Dios.
CAMILO NAMÉN RAPALINO – MI GRAN AMIGO
Corría
el año 1983 y el proverbial don Camilo Namén Rapalino, el afamado cantautor
cesarense oriundo de Chimichagua (Cesar)[1]
andaba de visita por tierras del departamento de Córdoba y había llegado concretamente
a Cereté, donde se había alojado en la finca La florida de don Nabo Cogollo Guzmán, el caballista y gallero que
era parte del mundo vallenato, a quien lo unía una entrañable amistad de vieja
data. A Camilo Namén se le recuerda entre varios cantares vallenatos, por
hermosos y sentidos cantos costumbristas de sabor autobiográfico como El hombre libre, Recuerdos de mi niñez, El
encuentro con el diablo, Mi gran amigo, Las canas de mi vieja, La ceiba del
puerto, De la misma manera, etc. La personalidad expansiva y la innegable
simpatía de “Camo” –como cariñosamente lo llamaran sus amigos y conocidos- eran
garantía suficiente de grandes parrandas vallenatas con el Nabo y sus amigos,
que se extendían durante varios días. La vena poética de Camilo se inflamaba
por la emoción de la parranda y los versos y estrofas fluían a raudales, al
compás de la caja, la guacharaca y el acordeón. El infaltable acordeonista
siempre era Lánder Prioló, humilde carpintero oriundo del barrio Venus de
Cereté, acompañado por Sanjuanete como cajero o guacharaquero, entre otros. El
Nabo todo lo disponía para una agradable velada vallenata cada vez que Camo lo
visitaba y esos encuentros parranderos resultaban inolvidables. Yo entonces
contaba con 14 o 15 años y estudiaba bachillerato en el Colegio San Carlos de la familia Lemaitre, en Cartagena de Indias,
solo iba a la finca en vacaciones. Aquel diciembre de 1983 llegué a la casa y
mi papá contaba entre chanzas y diversiones la siguiente anécdota, vivida con
don Camo, la última vez que aquel había estado en la casa. Contaba mi papá lo
siguiente:
“Hombe,
aquel día estábamos parrandeando con Camilo en el ranchón grande largo de la
finca, al pie de las caballerizas. Estábamos con José Miguel Ramos, Gabriel
Arrieta y otros amigos cereteanos más. Ya nos habíamos tomado varias cajas de
ron y le habíamos dicho a la negrita esta de La coroza[2],
a Elisa, que matara unas jopopelao[3]
y nos hiciera un sancocho, pa´ coger fuerzas. Ya habíamos comí´o y yo estaba
reposando un rato en una de las hamacas del rancho, iba siendo medio día. Camilo
había pedido permiso a los presentes porque desde hacía rato estaba con la
toalla en el hombro y la jabonera y no lo habíamos dejado ir a bañar, dele que
dele con la verseadera y la improvisación vallenata. Lánder tocaba el acordeón…
Bueno, Camilo se fue a duchar al baño de la casona grande del frente del camino
real. Y nosotros seguimos acá cantando y verseando, cuando de repente se oyó un
estrépito grandísimo y Camilo gritando en el baño…
-¡Nabo, Chave[4]!
Vengan a ayudarme que me caí… ¡Ay mi pierna!
Todos
dejamos de cantar y salimos corriendo pa´l baño, que de una vez se llenó de
gente, encontramos a Camilo enjabona´o, tira´o en el suelo, sobándose la pierna.
¿Qué pasó? Que Camo se estaba bañando a totumadas con el agua de la alberca. En
una de esas y sin darse cuenta, hizo contacto eléctrico entre la taza metálica
que estaba usando y el bombillo del baño. El corrientazo lo tiró al suelo y se
golpeó la pierna que alguna vez se había partí´o, lo que le produjo un fuerte
dolor en la tibia, pero no fue más. Camilo se quejaba mucho…
-¡Ay Nabo, me partí otra vez la pierna, me
duele mucho la pierna!
-Nombe no, cálmate, cálmate… ¡La tienes es
resentida por el golpe, pero eso se te pasa con una buena sobada con Vacol[5]!
–Le decía mi papá, al tiempo que le examinaba la pierna-…
-¿Vacol? ¡Pero si eso es pa´ burro,
ternero y caballo! ¿Quién te ha dicho a ti que eso es pa´ gente?
-¡Carajo Camilo! ¡Déjate de vainas que yo
sé lo que hago! ¡Elisa, Elisa!
-¡Sí don Nabo!
-Ven mija, sóbamele aquí la pierna a
Camilo pa´ que se le pase el porrazo que dice que le duele mucho, coge el Vacol
que ya me lo trajo corriendo Iván[6]”!
Y la
buena cocinera empezó a refregarle vigorosamente la pierna a don Camilo con la
pomada caliente, para que le aminorara el dolor por el golpe… Camilo le decía…
-No mires pa´ arriba mija, que estoy
encuero… ¡Soba, soba que ya me está pasando! ¡Razón tenía el Nabo! ¡Ah viejo
resabia´o ese! Ese Vacol es bendito…
Lo
más chistoso de todo era que el baño seguía lleno de gente y en medio de la
concurrencia, acostado en el piso húmedo, estaba don Camilo como Dios lo trajo
al mundo. Pasada la primera impresión y el susto, entre todos ayudaron a Camo a
vestirse y salir del baño, apoyándose en el hombro del Nabo, Camilo iba
cojeando y quejándose. Mi papá le decía…
-Nombe no, eso ya te pasa, esas son cosas
tuyas… Mira, acábate de vestir y ahora vamos allá a la sala que con una tusa yo
te quito esa cojera… ¡Ya verás!
-¿Con una tusa? ¿Y eso cómo vaina es? ¡Ay
Nabo, tú y tus métodos del tiempo viejo! Y lo mejor del caso es que resultan…
-¡Bueno, vas a ver el resultado!
Una
vez en la sala grande, el Nabo sacó de la nariz
de la palma[7]
del techo de la cocina vieja una tusa de maíz que tenía guardada ahí para lo
que se necesitara en el futuro, como hombre precavido que sí era. Acto seguido tiró
la tusa al piso y le dijo…
-Bueno, ven acá… Me vas a pisar esta tusa
contra el suelo, con el pie de la pierna enferma… Y vas a rodar, pa´ allá y pa´
acá, riquirraca, riquirraca, un rato hasta que la pierna ya no te duela… ¿Me
entendiste?
-Carajo Nabo, tú y tus vainas… ¡Presta a
ve´ hombe!
Y
Camo siguió las prescripciones terapéuticas del Nabo y movió al principio
lentamente por miedo al dolor, luego más rápidamente, su pie sobre aquel
improvisado rodillo vegetal… Los músculos fueron entrando en calor y la pierna
entera recuperó lentamente su movilidad, aunque quedaba algo de hinchazón por
el golpe sufrido. Luego de varios minutos de aquel inusitado tratamiento
campesino, Camilo se atrevió a andar por sí solo, sin ayuda de nadie. El
remedio casero del tiempo viejo sinuano había surtido su milagroso efecto.
-¡Te das cuenta, Camilo! Carajo si no lo
sabré yo… Esa es escuela vieja taponera del pa´e mío, Andrés Cogollo Berrocal[8]…
To´as esas cositas las aprendí de él!
-¡Si Nabo, ya me doy cuenta! Bueno pues,
voy a seguir andando un rato para acabar de desentumir la pierna y seguimos la
parranda… ¡Denme un ron mientras tanto, carajo!
-¡Camina, camina que andando la pierna se
te sana! ¡Iván, sírvanmele un Tres esquinas a Camo que ya se siente alenta´o! ¡Uva![9]
Y al
rato proseguía la parranda quizás más alegre y animada que antes, ahora con la
especial motivación del feliz desenlace de aquel infortunado incidente que a
Dios gracias no dejó hechos que lamentar.
Cuando
yo llegué a la casa en aquellas vacaciones esa fue la anécdota que me contaron
de primera línea, en diciembre de 1983, enriquecida con los datos y aportes de
los testigos directos: mi padre, Elisa e Iván Martínez, entre otros. Hoy he
querido compartirla con los amables lectores, treintaiún años después de
haberse dado esos hechos, por su valor histórico y testimonial.
Madrid
(Cundinamarca), junio 26 de 2014
Yegua de paso fino colombiano de la cría de Nabo Cogollo Guzmán Locación de la fotografía: FINCA LA FLORIDA (1963, aprox.) |
[1]
Junio 22 de 1944, fecha de su nacimiento.
[2]
La coroza es una vereda de aparceros
perteneciente al municipio de San Carlos, en límites con el municipio de Ciénaga
de Oro, departamento de Córdoba.
[3] Jopopelao era la forma coloquial por
demás de jocosa como mi padre se refería a las gallinas de corral.
[4]
Chave es Rosa Isabel Ayala de
Cogollo, la esposa del Nabo. Familiarmente se la llamaba Chave y don Camilo la tenía en gran estima.
[5]
Pomada o ungüento caliente de uso veterinario que mi papá usaba para golpes y
porrazos en la finca. Aunque estaba prescrita para animales él la usaba
indistintamente cuando se la requería como en este caso, debido a lo efectivo y
saludable del medicamento.
[6]
Iván Martínez el muchacho que hacía las veces de casero en la finca de mis
padres, donde apoyaba a mi padre en las labores del cuidado de los caballos de
paso fino colombiano y de ordeño de las reses, entre otras labores. Al igual
que Elisa Espitia, Iván era oriundo de la vereda de La
Coroza.
[7]
La nariz de la palma es una forma coloquial
de describir la parte superior de las hojas de palma amarga con que se suelen
techar las casas en la zona de las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba,
respectivamente.
[8]
La alusión a la escuela vieja taponera
hace referencia a la casa paterna del Nabo. La finca de sus padres, don Andrés
Cogollo Berrocal y Edelmira Guzmán de Cogollo, se ubicaba en la vereda de El Tapón, perteneciente al municipio
cordobés de San Pelayo, cerca de la
línea limítrofe con Cereté. El Nabo siempre se ufanó de la casa vieja de sus
padres a la que llamaba “la casa
taponera”.
[9]
Interjección que hacía las veces de grito parrandero del Nabo.
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