SOL OMNIBUS LUCET

SOL OMNIBUS LUCET

martes, 22 de marzo de 2022

LA SAYONARA (Poema)

 


LA SAYONARA

(Poema)

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Había en la calle vieja del centro del comercio

Una repostería al tope de las gradas…

De todo se vendía, llamaban Sayonara,

Donde los bizcochuelos se daban a buen precio.

 

Los panes aromaban la calle en sortilegio,

Embrujo que atraía a la gente que pasaba;

La rica mercancía tampoco era muy cara,

Los clientes degustaban el pan dorado y regio.

 

Era el negocio viejo de Eduardo el antioqueño

Quien vino a nuestra tierra buscando el vivo sueño

De hacerse a una fortuna y familia cereteana.

 

Nació la Sayonara con aires japoneses,

Que ofrece lengua y tinto, sabrosos entremeses

¡A todo el que visite su espacio en la mañana!

 

Febrero 14 de 2021

Madrid - Cundinamarca

 


sábado, 12 de marzo de 2022

UNA TARDE PASADA POR FUEGO (Crónica)

 

FOTOGRAFÍA DE 1973

UNA TARDE PASADA POR FUEGO

(Crónica) 

Corría apacible el año 1979 y yo por entonces frisaba los 11 periplos planetarios de existencia. Entonces yo era una extraña mezcla entre científico loco, artista pluri experimental  y rapazuelo de los mil demonios, que vivía metido en aventuras y vivencias de toda calaña y especie; desde apalear a los viejos caballos de las caballerizas de mi papá, para arrancarle sus últimas fuerzas a galope tendido, por la llanura; hasta sacarle humaredas y chispas a los cables eléctricos de la casa, mediante luminiscentes y peligrosos cortos circuitos que constituían el colmo de mi alegría y expectación. ¡Ese era yo! ángel y demonio, que en más de una oportunidad hice llorar de desespero y angustia a mi pobre madre, quien me soportaba con paciencia y estoicismo admirables.

Pues bien, solía yo entretenerme elaborando moldecitos de cera derretida. Para ello me valía de una vieja jarra de aluminio de la enorme cocina de mi casa, en cuyo interior picaba y fundía trocitos de vela. Una vez obtenido el humeante fluido lo vertía dentro de aquellos agraciados frasquitos de vidrio blanco que, alguna vez habían contenido droga veterinaria y que mi papá desechaba a la basura, en abundancia cada semana. Una vez enfriada la parafina, rompía el recipiente y ¡qué delicia era regalarme con aquellas inigualables botellitas de vela, cuyos estilizados cuellos de traslúcida apariencia constituían toda mi dicha y deleite en aquellos inolvidables instantes!

Esa tarde había regresado del colegio y me había dedicado a husmear por aquí y por allá, en procura de algo que satisficiera mi insaciable y cruel curiosidad. Una vez me encontré con varios pedazos de vela, de variados y surtidos colores, producto de la última celebración navideña; determiné rápidamente hacia donde encaminar todo el cúmulo de mis palpitantes energías de gañán ocioso y desocupado… ¡Haría botellitas de vela! ¡Listo! Puestas las manos a la obra, busqué rápidamente la vieja jarra de aluminio que se empeñaba en mantener algo de la vieja tintura azulosa que tuviera desde los lejanos tiempos de su mocedad jarreril. Piqué en ella con el enorme cuchillo de la cocina los cabos de vela multicolor y, sin pensarlo mucho, coloqué a pleno fuego el recipiente, así dispuesto, en uno de los fogones de la estufa a gas que campeaba en medio de aquel gigantesco espacio de la cocina.    

Pero… ¡ah olvido de un desmemoriado empedernido! ¿En qué habría de verter la vela derretida si ni siquiera había conseguido un frasco pequeño que me sirviera de molde para hacer las anheladas botellitas? Con la velocidad de un gamo salí corriendo a todo lo que daban mis delgadas piernas de mucharejo onceañero, a buscar en todos aquellos escondrijos mágicos que yo conocía más que de memoria, donde pudiera hallar uno o varios de aquellos providenciales frasquitos, tan necesarios en aquel momento.  Llegué jadeante hasta la descomunal habitación de mis padres, en el extremo opuesto de la casa. ¡El mueble de la cabecera de la cama de mi mamá solía atesorar maravillosos elementos jugueteables, como nadie pudiera jamás imaginarse! Pero, nada. Ahí no había dejado yo en ningún momento anterior frasco de vidrio, botella o nada que se le pareciera. Acto seguido reencaminé mi veloz andanada de viento huracanado hacia las caballerizas, en cuya enorme pila de estiércol equino seco, en la parte de atrás del corral pequeño, solía Papá botar las abundantes botellitas de droga, cuidadosamente empacadas y dispuestas tal como cuando él las había comprado en las droguerías veterinarias de Cereté o Montería. Pero tampoco. Aquella tarde no había siquiera una empacadura de cartón en las que aquellas solían venir.  ¿Qué hacer? ¿La vela derretida? ¡La vela derretida! Entonces caí en cuenta que ya habían pasado más de diez minutos desde el momento en que había colocado al fuego la jarra de aluminio con los pedazos de cera. ¡La casa se podía incendiar!  Luego de haber cobrado repentina conciencia del daño que podía causar lo irresponsable de mi atolondrada acción, me dirigí como alma que lleva el diablo hacia la cocina, de donde gruesas bocanadas de humo empezaban a salir por las puertas, lo mismo que por la pequeña chimenea que le había dispuesto el maestro Oquendo, en la parte alta del caballete de palma amarga, cuando la había diseñado y techado.

Una vez llegué a la cocina, pálido como un papel y con el susto a flor de piel ante lo inevitable, coincidí en mi llegada, con la entrada estelar de Mamá, quien hacía simultáneamente su ingreso al recinto por la puerta opuesta, para presenciar con ojos desorbitados la flagrancia de mis azotables y terribles pilatunas. 

¿Qué pasaba en aquellos instantes con la jarra de aluminio? Ya no solamente arrojaba abundante humo, sino que ahora se hallaba incendiada por la parte de arriba, a la manera de una enorme y amenazadora antorcha, cuyas prolongaciones de fuego se alzaban varios centímetros por encima del recipiente. Mamá puso cara de tragedia y abrió tamaña boca, al tiempo que agitaba ambas manos en actitud de desconcierto y debacle apocalíptica. Ante lo rápido de los hechos ni siquiera alcanzó a articular media palabra. Yo, sin meditarlo un segundo, volé como un rayo hasta la estufa y armado con un viejo trapo de cocina, tomé el recipiente con ambas manos por el asa y lo llevé hasta el inmenso espacio del lavaplatos, donde lo coloqué en medio de llamas anaranjadas y humaredas azufradas, que se tornaban azulosas y blanquecinas a la vez. ¡Mamá miraba todo estupefacta, sin atinar siquiera a hablar! Acto seguido y sin miedo alguno a quemaduras, metí las manos entre las llamas y abrí al máximo la vieja llave del agua, con el fin de apagar aquel naciente infierno de vela, humo y candela. ¡El resultado de aquella acción temeraria y desesperada resulta casi indescriptible! Al contacto del líquido frío con el fluido graso e hipercaliente, salió de la boca de aquella vieja jarra una gigantesca llamarada enrojecida que bien pudo hacer palidecer al más sofisticado lanzallamas de acción bélica, fabricado por las grandes potencias en tiempos de la Guerra Fría. Aquel inusitado y poderoso torrente de fuego vivísimo se alzó varios metros encima de mí –unos dos quizás- y llegó peligrosamente hasta el elevado techo de palma de la cocina, donde hizo un espectacular efecto de fuente abierta en abanico, que hizo a mi pobre madre vivir verdaderos momentos de pánico por lo que pudiera pasarme.

Mamá siguió maquinalmente con la cabeza la trayectoria del fuego, hasta llegar al clímax del luminiscente y aterrador efecto llameante, que culminó con la agarrada a dos manos de su pobre cabeza. Yo, consciente de la gravedad de todo aquello y de la infaltable azotaina que sobre mí se cernía, opté una vez hecho lo anterior por poner pies en polvorosa y correr a todo lo que mis amados piececitos pudieran permitirme en aquellos fatídicos momentos. ¡La cocina se prendió! Fue lo único que atiné a pensar, al tiempo que corría como un desesperado hacia la enorme huerta de mangos, guamos, cocoteros y demás árboles frutales que campeaban en la parte trasera de la enorme casa campestre de mis padres.  Ese era mi refugio cuando la ira desencadenada de Mamá amenazaba, zurriago en mano, con ajustarme cuentas por alguna de mis infaltables y traviesas pilatunas. 

La tarde transcurrió aparentemente en calma, mientras yo, encaramado en lo alto de un árbol de rojas peras (que en el interior del país lo llaman pomarroso), observaba circunspecto lo que seguía después del presunto “incendio”. Hacia las 9 de la noche, me atreví a volver a la casa. Ya Mamá dormía plácidamente y mis hermanas, Consuelo e Isabel Cristina, me referían que el agua abierta a borbotones de la llave había apagado rápidamente la ígnea reacción de la vela derretida; aun cuando las telarañas de la palma en lo más alto del techo habían quedado incendiadas durante unos segundos, con enorme peligro para la estructura global de la casa, por lo que hubo que humedecerlas rápidamente para evitar una posible conflagración.  Pasada la primera reacción, se apresuraron a mirarme las manos, para comprobar si había salido ileso de toda aquella extraña aventura, inspección esta que culminó con un emocionado abrazo de lágrimas y suspiros, para decirme.

 

-          ¡Ay Nabo! ¡Tú por qué haces esas cosas! ¿Qué tal si te hubiera pasado algo, ahh?   

 

Abrazo este al que se sumó Mamá, quien en realidad no se hallaba dormida y esperaba con ansiedad mi aparición desde la profunda jungla de la huerta doméstica, guarida de mis fechorías e inefables travesuras. Luego de los reconocimientos, los perdones y los actos de contrición del caso, torné a mi cama satisfecho de haber salido en bien de toda aquella baraúnda de cosas; lo cual me daba nuevas fuerzas y bríos para emprender otra nueva aventura tan pronto como el sol hubiera salido; porque mi insaciable curiosidad de científico loco y artista pluriexperimental nunca jamás hallaron sosiego ni satisfacción total, mientras duraron aquellos inolvidables y dorados años de lo que fuera mi niñez en la casa de mis padres.

 

Nabonazar Cogollo Ayala

Septiembre 18 de 2006.

Madrid (Cundinamarca)


domingo, 20 de febrero de 2022

REVERENDO PADRE GUMERSINDO DOMINGUEZ ALONZO (Artículo)


Reverendo Padre GUMERSINDO DOMÍNGUEZ ALONZO, oriundo del puerto camaronero de Vigo, en la provincia de Galicia (España), donde nació en 1923. Fue soldado raso del generalísimo Francisco Franco Bahamonde, lo cual lo llena de orgullo. Proviene de una familia de agricultores del maíz en Galicia, fue ordenado sacerdote en Salamanca (España) siendo muy joven. A sus escasos 26 años fue enviado como misionero a las tierras del Alto Sinú, Departamento de Córdoba (Colombia), año de 1949, donde misionó varios años entre los indígenas, con quienes aprendió a dormir a cielo descubierto y a comer mico colorado entre otras cosas extrañas para un europeo. Habla gallego, castellano, latín eclesiástico y también inglés con fluidez. En la actualidad acaba de cumplir 98 años de edad, el pasado 9 de abril de 2021. Fue rector del Colegio Diocesano Pablo VI de Cereté durante poco más de 10 años, llevando a dicha institución hasta niveles de desarrollo y expansión nunca antes vistos, con celo pastoral y académico inigualables. El Padre Gumer se ha declarado cereteano de corazón, porque según él afirma sus familiares son todos los cereteanos porque sus familiares nutricios en Galicia (España) en su mayor parte han fallecido, por lo cual él ha declarado a Cereté su segunda patria chica, la cual lo ha acogido con beneplácito y regocijo. El padre Gumer tiene, no obstante, dos sobrinas, en Venezuela quienes lo aman entrañablemente, una de ellas, historiadora, la señora Marlene Coromoto Domínguez.

Dios bendiga hoy y siempre a este eximio cereteano nacido en las tierras gallegas.

DEUS BENEDICAM TUUS.

Nabonazar Cogollo Ayala

HIMNO  AL  REVERENDO  PADRE

GUMERSINDO  DOMÍNGUEZ  ALONZO

-Coro-

¡Salve, salve varón generoso!

¡Salve aurora de excelsa virtud!

¡Salve espiga de Cristo amoroso!

¡Salve faro de la juventud!

 

De las llanuras gallegas un día

Raudo viniste a traer viva luz.

A nuestra tierra que vio tu hidalguía

Y tu estandarte de Cristo Jesús.

 

-1-

El Diocesano Colegio adorado

De Pablo Sexto gallardo bastión.

Fue el rico erial donde frutos dorados

Fiel cosechara la luz de tu acción.

 

Firme guardián de conciencias, seguiste

Con noble celo nuestra formación.

Y tu grandeza de alma ofreciste

A quien tuviera en su ser aflicción.

(Coro)

 

-2-

Fuiste de Cristo el modelo ferviente

Cada momento al amar, cada vez…

Que tu ideal de progreso creciente

Diera sus frutos cual trigo en la mies.

 

Por eso henchidas las almas de gozo

Hoy entretejen con gran emoción…

¡Oh Gumersindo Domínguez Alonzo!

¡Un Himno altivo a tu gran corazón!

(Coro)

 

Letra: Nabonazar Cogollo Ayala

(Julio 9 de 2006)

Música:

Decreto de honores
Alcaldía Municipal de Cereté
1991

Decreto de honores
Alcaldía Municipal de Sahagún
2009


Homenaje de la REVISTA EXPECTATIVA
2012







 

jueves, 17 de febrero de 2022

ESCUDO DE LOS CORDOBESES (Poema)



ESCUDO DE LOS CORDOBESES

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Con el alma entusiasmada por mi patria cordobesa

Hoy inspiran estos versos su magnífico blasón…

El escudo que en mi pecho es palpitante corazón

¡Y que muestro al mundo entero levantando mi cabeza!

 

En su campo se recuerda al español cuya presencia

Levantara sus banderas al llegar a la región…

Del Zenú gallardo y fiero que luchó con decisión

¡Contra aquellos hombres raros que esperaban obediencia!

 

El escudo dividido en dos cuarteles muestra altivo

En la parte superior al general de división…

Inmortal José María que de Córdoba es bastión

¡Por su heroica ejecutoria en Ayacucho decidido!

 

El más joven de los héroes con su gesto enardecido

Dirigió la tropa recia con la garra de un león…

Contra el fuego virreinal que libertara la nación

¡Del peruano desde entonces por Colombia redimido!

 

El cuartel que redondea nuestro escudo con nobleza

Muestra al tigre americano con su luz al trascender…

De los pueblos ancestrales es el tótem del ayer,

¡Que defiende el territorio con magnífica entereza!

 

¡Es la fuerza de este sol y de la luna en su belleza!

¡Es la forma misteriosa del chamán que asume el ser

Del terrífico jaguar que le confiere su poder

¡Con la fuerza en sus colmillos de acerada fortaleza!

 

La bandera colombiana es la bordura del emblema

Que con ánimo patriota nos inspira el proceder…

De luchar por siempre unidos construyendo por doquier

¡El progreso en nuestro suelo con la paz como diadema!

 

Una voz del Evangelio es la proclama siempre plena:

¡Todo nace en nuestra tierra por el propio proceder!

Nuestro suelo fructifica en un eterno renacer

¡Cual gracioso paraíso donde el alma es siempre buena!

 

¡Viva, viva el bello escudo de mi Córdoba gloriosa!

Que en mi pecho con orgullo cual lucero llevaré…

¡Es un símbolo caribe como un sol de eterna fe!

¡Que reafirma mi existencia luchadora y generosa!

16/01/2022






domingo, 6 de febrero de 2022

MI FAMILIA SINUANA (Poema de valores familiares y regionales)

MI FAMILIA SINUANA

(Poema de valores familiares y regionales)

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Gracias Padre, Señor de los cielos

Por brindarme un hermosa familia…

La mejor que hoy existe y que quiero

Con amor que en mí nunca se olvida.

Mi familia es mi padre y mi madre

Mis hermanos también mis abuelos…

Y mis tíos que son otros padres

Que me ofrecen amantes desvelos.

 

Mi familia es la cuna amorosa

Que de niño por siempre ha acunado…

Mi existencia con faz cariñosa

Y amorosa atención y cuidado.

Mi familia es mi madre a mi lado

Cuando siente que me he puesto enfermo.

Con solícito amor desbordado

Mil remedios me da su ser tierno.

Mi familia es papá siempre atento

Quien orienta mis muchas tareas…

Él trabaja, mas saca un momento

Para hacerme entender lo que sea.

Mi familia es mi bella abuelita

¡La más tierna y hermosa que existe!

Ella siempre me mima, bonita,

Con sus premios de amor y confite.

¡Viva siempre mi hermosa familia!

Y mi patria Colombia la grande…

Soy de aquí, pues nací yo a la vida

En un bello país junto al Ande.

Soy un niño sinuano y adoro

A la bella región cordobesa.

Donde el padre zenú con su oro

Asombrara a este mundo en belleza.

Aborigen de raza valiente

Fue el zenú quien aquí conviviera…

Trabajando este valle excelente

Con orgullo de raza pionera.

Hombres recios fueron mis ancestros

Y orgulloso lo siento en mis venas…

¡Fueron grandes como mis abuelos!

¡Y elevaron su recia bandera!

¡Es por eso que grito a los vientos…

¡Soy un niño sinuano, orgulloso!

¡Descendiente de un pueblo que siento

Palpitar en mi ser con gran gozo.

En mi tierra sinuana hay grandeza

Hay trabajo y ruidosa alegría…

¡Y por eso mi altiva cabeza

Yo levanto con sana hidalguía!

 

Madrid (Cundinamarca), junio 3 de 2013 

sábado, 15 de enero de 2022

RUSIA (Poema)

Fotografía aportada por: Ana Mendoza, habitante de Rusia (15/01/2022)

RUSIA

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Por el camino viejo Los Cañitos a la orilla

Que viene desde el pueblo riberano Calderón…

Se encuentran las casitas de esta añeja población

Con nombre de potencia de euroasiática semilla.

 

Un caño seco estrecho rebordeaba la esterilla

Del pueblo comenzando el siglo veinte su estación…

Europa se enfrentaba con trinchera y batallón

¡Y aquí llegaban ecos de la guerra y la guerrilla!

 

Entonces dos familias comenzaron pelotera

Y en el poblado viejo resonaba en gritadera:

- ¡Malditos! ¡Que se mueran!  ¡Esa gente es lo peor!

 

Las gentes que cruzaban la estrechura del camino

Decían: - ¡Eso es Rusia!  ¡La pelea es su destino!

¡De allí le vino el nombre a este poblado luchador!

 

Madrid – Cundinamarca

                                                                                                                                                                                        Noviembre 28 de 2021

Fotografía aportada por: Ana Mendoza, habitante de Rusia (15/01/2022)

Fotografía aportada por: Ana Mendoza, habitante de Rusia (15/01/2022)




 

viernes, 7 de enero de 2022

CRISTO EN CÓRDOBA (Poema)

 

CRISTO EN CÓRDOBA
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Por el Sinú pasó Cristo con las abarcas en la mano,
En el San Jorge bebió agua y en una hamaca descansó.
En las sabanas lloró un rato, contemplando la hermosura,
De la espléndida pradera que a su alma entusiasmó.

Con sus lágrimas ardientes se formaron nuestras costas
Y las olas reventaron su zafiro bajo el sol…
Dijo Cristo: ¡Esta es la tierra más grandiosa que he pisado
Donde bollo y mantequilla son manjar sin parangón.

Con un grito guapirrero bailó un porro emocionado
Y en la rueda del fandango le brincó su corazón.
La pareja que elevaba las espermas bajo el cielo
Le alumbraba su camino como brasa en el fogón.

Tomó chicha en la totuma que le dieron como trago
Y ese gusto fermentado del maíz de la región…
Le irradió en el alma entera y en un gesto arrebatado
Fue y se puso en la cabeza un vueltiao de tradición.

Probó un plato de sancocho palitiao de bocachico
Con buen ñame, buena yuca y un crujiente patacón…
Y sudó la gota gorda, cuchareando sin respiro,
Para así seguir camino hacia la altura en su misión.

Cuando Cristo subió al cielo se llevó entre las pupilas
Las imágenes sagradas de esta tierra de emoción…
La que adora desde entonces cual lucero que titila
En las tardes cordobesas de rojiza ensoñación.

Madrid (Cundinamarca)
Mayo 10 de 2017