SOL OMNIBUS LUCET

SOL OMNIBUS LUCET

miércoles, 20 de abril de 2022

LA FIESTA EN EL CIELO (Fábula)

 


LA FIESTA EN EL CIELO[1]

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

(Fábula)

 

Hubo un día una fiesta en el cielo

Y del mundo del norte hasta el sur.

Animales de mil y mil clases

Remontaron los altos lugares

Y vistieron sus prendas de tul.

 

Tío Gochó con Gochoa su señora

Elegantes con manto y tacón.

Y con cresta de blancas auroras

Encargaron su cría a la patrona

Y se fueron cantando su son.

 

Detrás de ellos Chau Chau que se viste

Con magnífico azul de satín.

Se llenaba los buches de alpiste

Y cual viento que brisas embiste

Voló raudo hacia el alto confín.

 

Guacharaca la que arma relajo

Con su escándalo, vuela a cual más.

Y su cresta de rojo encarnado

Da presencia al gracioso avistrajo

Que repite ¡bailar al compás!

 

Tía Cotorra acicala sus plumas,

Las de verde esmeralda y olán.

Y su canto que imita las brumas

De las aguas, resuena en la altura

Como un barco de fiel capitán.

 

Y volando se van uno a uno

Gallinazo, Paloma y Perdiz.

¿Y quién lleva a volar al que sólo

Caminando en la tierra es un soplo

Sobre el polvo en el suelo infeliz?

 

¿Quién le da un chancecito a Tortuga,

A Conejo, a Culebra, a Ratón?

¿Cómo sube hacia el cielo que otea

Sobre el mundo, la pobre Hicotea

Que en el suelo es rastrero toncón?

 

¡No hay problema!.. Entre todos los llevan

Hasta a Sapo que es fiero y gritón.

¡Él se cuelga de Pavo, que vuela

Y del moco que al viento es estela

Va colgando contento el bocón!

 

Las palomas bien juntas remontan

Cual enjambre de abejas, al sol.

Y subiendo una hamaca gigante

Dan el chance a Conejo, aquel diantre

Al que Tigre le guarda rencor.

 

Y así todos subiendo consiguen

A las puertas del cielo llegar.

Y San Pedro feliz los recibe

Da su beso a las tías y prohíbe

A los tíos, del trago abusar.

 

Más llegó tempranito la banda

Pelayera vibrante al cantar.

Con trompetas que al viento resuenan,

Bombardinos que anuncian lo buena

Que la fiesta en el cielo va a estar.

 

Al caer de la tarde dio inicio

El fandango en la rueda ejemplar.

Las parejas con amplias polleras

Abanican la gris humareda

Que la vela tributa al bailar.

 

Guapirreo, tacón, gaita y canto

Amenizan la alegre reunión.

Mientras rasga los aires, contento

Con su canto de fuertes acentos

El tío Gallo con su vozarrón.

 

Todo marcha muy bien y San Pedro

Jubiloso se encuentra al mirar.

Que la fiesta en el cielo es grandiosa,

Que no hay gresca, pelea bochornosa

Ni conflicto en el santo lugar.

 

Sin embargo hay un hecho que asusta

A la gente en la amena reunión.

Gritó el Gallo… ¡Ya el ron se termina!

¡Mala vaina!... en la vieja cocina

Se acabó la feliz provisión.

 

¡Qué desgracia!  dijeron en coro

Las parejas en torno al cantor.

¡Calle banda!.. Sin trago no hay fiesta

¡Recojamos dinero y la cuesta

De regreso recorra un bribón!

 

Hasta el suelo y que compre en la tienda

Una caja de ron… ¡el mejor!

¡Pero rápido vaya quien quiera

Que la fiesta se acaba en la estera!

¡Combustible es el dulce licor!

 

¿Quién lo compra?... Pregunta Tío Gallo

A la gente que ve alrededor.

¡Nadie quiere! Ya todos se excusan

Tía Paloma su plumas expurga

No va Gallo, tampoco Ratón.

 

Nadie quiere y a nadie se obliga

¡Qué pesar! Se acabó el bailotear.

Dijo Tigre que abriendo la cueva

De sus grandes quijadas bosteza

Mientras muestra colmillo y molar.

 

¡Un momento!... yo salvo la fiesta

¡Denme todos el costo y me voy

A comprarles el ron sin tardanza!

Siempre y cuando me lleve Torcaza

En su espalda, dijo Morrocoy.

 

¡Yo te llevo!.. Dijo Tía Paloma

Con mohín de disgusto y horror.

¡Ven y sube!... me voy al cemento

Y de lo alto, con tino y acierto

Te encaramas desde el corredor.

 

Dicho y hecho le dieron dinero

Rapidito se fue Morrocoy.

Pasó un día, otro más y el tercero

Sin saberse qué fue mandadero

¡Qué pasó con la plata y el ron!

 

Se llegó el cuarto día, quinto y sexto

Todo el mundo en el cielo de azul.

Se mostraba furioso, no había

Fiesta, trago… La melancolía

Se sentía cual pesado baúl.

 

Una tarde reunidos estaban

Bostezando en el amplio salón.

Y empezaron a hablar con fiereza

Contra el fiel mandadero y empieza

El Tío Gallo… ¡Esto huele a traición!

 

¡Sí que huele!  -contesta Tío Sapo-

El vergajo del tal Morrocoy…

Hizo creer que iba a hacer el mandado

¡Y quién sabe dónde enguayabado

Estará con la plata del ron!

 

¡Maldecido el Morroco, lo mato!

-Dijo Pato graznando la voz-

¡Yo también!... ¡Yo te ayudo!  -Dijeron

La Tía Iguana junto a Tío Carnero

Rastrillando con rabia el salón-.

 

¡Yo lo quemo! ¡Lo lincho! corearon

Tío Conejo y Tío Tigre que al fin.

Entre tanto esperar se amistaron

Y sus odios de antaño olvidaron

Y se unieron al fiero motín.

 

Mientras tanto volteado impotente

Sobre el casco el pobre Morrocoy…

Se esforzaba por darse la vuelta,

Con patadas, con miles revueltas…

¡Todo en vano!... hasta el día de hoy.

 

¿Qué pasó? Tía Paloma, mezquina

Dijo así ¡Te la haré, ya verás!

Y en postura que el mal dictamina,

Bajo aquel corredor va y se quita

Cuando quiere Morroco trepar.

 

Morrocoy cae y se estrella estridente

Se golpea con rudo traspiés.

Rueda varios peldaños abajo,

Al zaguán y con miles trabajos

Bota plata y queda de revés.

 

Cuando escucha todo lo que dicen

Sus amigos allá en la reunión.

Con esfuerzo febril, sobrehumano

Y formando corneta con manos

Va y les grita… ¡yo así ya no voy!

 

¿Cómo así que me insultan y ultrajan?

¡Dicen todos que soy un ladrón!

¡Y no ven que caí de las faldas

De Paloma y quedé fue de espaldas

Al caerme desde el corredor!

 

Cuando todos lo escuchan, revientan

Carcajadas como un batallón.

Mientras van y bien raudo voltean

A Morroco y le dicen ¡No Creas!

¡Era embuste! Anda ve por el ron.

 

Llega el ron y prosigue la fiesta

¡Y qué fiesta! ¡Más buena no hay!

Se acabó y todo el mundo decía

Pobrecito era que no podía

Morrocoy, darse vuelta y andar.

 

Nunca creas en la fiel apariencia

Aunque fiel,  puede serte falaz.

Guía tu juicio más bien por las causas

Verdaderas,  que dan pie a desgracias…

¡Sé prudente, no seas lenguaraz!

Enero 6 de 2006





[1] Fábula adaptada de una historia infantil tradicional de los departamentos de Córdoba y Sucre, Colombia. Esta fábula en su versión popular me la refirió mi padre cuando yo era niño, en mi natal Cereté (Córdoba); hoy la ofrezco en mi propia versión rimada y revisada, para que mis coterráneos la degusten y la enseñen a sus hijos, como una forma de preservar nuestro legado histórico, cultural y espiritual. 


viernes, 25 de marzo de 2022

EL MITO DE LAS NIÑAS (Poema)

 


EL MITO DE LAS NIÑAS

 

(Poema)

 

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Salían del caño Bugre tres cisnes esplendentes

Envueltos entre luces con tonos de cristal…

Sus cantos melodiosos cual lira musical

Parece que entregaran mensajes a las gentes.

 

Salían de las aguas los tres efervescentes

Y entonces asumían figura angelical…

Vestidas de plateado su encanto sin igual

A todos hechizaba con mágicos presentes.

 

¡Somos las Niñas Sabias! Consejos curativos

Les damos a quien oiga la voz oracular…

De nuestras prescripciones de ciencia secular

¡Curamos con remedios caseros efectivos!

 

Venimos de otras partes luceros preventivos

Inspiran con sus rayos de luz crepuscular…

Los nítidos consejos que damos al andar,

Profundos como el caño de cienos siempre vivos.

 

Debajo de las aguas existe un mundo hermoso

Donde todo deslumbra con oro especular…

¡Doradas son las casas, la gente y el lugar!

¡Dorada la existencia y un sol maravilloso!

 

Si acaso alguien quisiera venirse muy curioso

Hacia este mundo puro, dorado, existencial…

¡Es siempre bienvenido! ¡Lo habremos de llevar!

Pero se queda preso en el mundo subacuoso.

 

Los niños se los llevan las Niñas mansamente

Al mundo bajo el agua con juegos de ilusión…

¡Magnífica es la estancia! ¡Comida a borbotón!

¡Se juega todo el tiempo y hermosa es esa gente!

 

Los árboles dorados dan frutos simplemente

Cual brotan las cascadas de miel en la estación…

Redondos y perfectos, graciosa producción

Que hechiza a los que comen sus carnes suavemente.

 

Las Niñas se marcharon ya no se manifiestan

Dejaron el recado que un día volverán…

Cuando los cereteanos conquisten el afán

¡Del límpido progreso que unidos hoy le apuestan!

 

Cuando se limpie el caño y el pueblo y la floresta,

Regresen las canoas, planchones y el champán…

¡La Niñas las tendremos! ¡Seguro aquí estarán!

 ¡Luchemos siempre unidos! 

¡La unión poco nos cuesta!

 

Febrero 28 de 2021

Madrid – Cundinamarca

Colombia



martes, 22 de marzo de 2022

LA SAYONARA (Poema)

 


LA SAYONARA

(Poema)

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Había en la calle vieja del centro del comercio

Una repostería al tope de las gradas…

De todo se vendía, llamaban Sayonara,

Donde los bizcochuelos se daban a buen precio.

 

Los panes aromaban la calle en sortilegio,

Embrujo que atraía a la gente que pasaba;

La rica mercancía tampoco era muy cara,

Los clientes degustaban el pan dorado y regio.

 

Era el negocio viejo de Eduardo el antioqueño

Quien vino a nuestra tierra buscando el vivo sueño

De hacerse a una fortuna y familia cereteana.

 

Nació la Sayonara con aires japoneses,

Que ofrece lengua y tinto, sabrosos entremeses

¡A todo el que visite su espacio en la mañana!

 

Febrero 14 de 2021

Madrid - Cundinamarca

 


sábado, 12 de marzo de 2022

UNA TARDE PASADA POR FUEGO (Crónica)

 

FOTOGRAFÍA DE 1973

UNA TARDE PASADA POR FUEGO

(Crónica) 

Corría apacible el año 1979 y yo por entonces frisaba los 11 periplos planetarios de existencia. Entonces yo era una extraña mezcla entre científico loco, artista pluri experimental  y rapazuelo de los mil demonios, que vivía metido en aventuras y vivencias de toda calaña y especie; desde apalear a los viejos caballos de las caballerizas de mi papá, para arrancarle sus últimas fuerzas a galope tendido, por la llanura; hasta sacarle humaredas y chispas a los cables eléctricos de la casa, mediante luminiscentes y peligrosos cortos circuitos que constituían el colmo de mi alegría y expectación. ¡Ese era yo! ángel y demonio, que en más de una oportunidad hice llorar de desespero y angustia a mi pobre madre, quien me soportaba con paciencia y estoicismo admirables.

Pues bien, solía yo entretenerme elaborando moldecitos de cera derretida. Para ello me valía de una vieja jarra de aluminio de la enorme cocina de mi casa, en cuyo interior picaba y fundía trocitos de vela. Una vez obtenido el humeante fluido lo vertía dentro de aquellos agraciados frasquitos de vidrio blanco que, alguna vez habían contenido droga veterinaria y que mi papá desechaba a la basura, en abundancia cada semana. Una vez enfriada la parafina, rompía el recipiente y ¡qué delicia era regalarme con aquellas inigualables botellitas de vela, cuyos estilizados cuellos de traslúcida apariencia constituían toda mi dicha y deleite en aquellos inolvidables instantes!

Esa tarde había regresado del colegio y me había dedicado a husmear por aquí y por allá, en procura de algo que satisficiera mi insaciable y cruel curiosidad. Una vez me encontré con varios pedazos de vela, de variados y surtidos colores, producto de la última celebración navideña; determiné rápidamente hacia donde encaminar todo el cúmulo de mis palpitantes energías de gañán ocioso y desocupado… ¡Haría botellitas de vela! ¡Listo! Puestas las manos a la obra, busqué rápidamente la vieja jarra de aluminio que se empeñaba en mantener algo de la vieja tintura azulosa que tuviera desde los lejanos tiempos de su mocedad jarreril. Piqué en ella con el enorme cuchillo de la cocina los cabos de vela multicolor y, sin pensarlo mucho, coloqué a pleno fuego el recipiente, así dispuesto, en uno de los fogones de la estufa a gas que campeaba en medio de aquel gigantesco espacio de la cocina.    

Pero… ¡ah olvido de un desmemoriado empedernido! ¿En qué habría de verter la vela derretida si ni siquiera había conseguido un frasco pequeño que me sirviera de molde para hacer las anheladas botellitas? Con la velocidad de un gamo salí corriendo a todo lo que daban mis delgadas piernas de mucharejo onceañero, a buscar en todos aquellos escondrijos mágicos que yo conocía más que de memoria, donde pudiera hallar uno o varios de aquellos providenciales frasquitos, tan necesarios en aquel momento.  Llegué jadeante hasta la descomunal habitación de mis padres, en el extremo opuesto de la casa. ¡El mueble de la cabecera de la cama de mi mamá solía atesorar maravillosos elementos jugueteables, como nadie pudiera jamás imaginarse! Pero, nada. Ahí no había dejado yo en ningún momento anterior frasco de vidrio, botella o nada que se le pareciera. Acto seguido reencaminé mi veloz andanada de viento huracanado hacia las caballerizas, en cuya enorme pila de estiércol equino seco, en la parte de atrás del corral pequeño, solía Papá botar las abundantes botellitas de droga, cuidadosamente empacadas y dispuestas tal como cuando él las había comprado en las droguerías veterinarias de Cereté o Montería. Pero tampoco. Aquella tarde no había siquiera una empacadura de cartón en las que aquellas solían venir.  ¿Qué hacer? ¿La vela derretida? ¡La vela derretida! Entonces caí en cuenta que ya habían pasado más de diez minutos desde el momento en que había colocado al fuego la jarra de aluminio con los pedazos de cera. ¡La casa se podía incendiar!  Luego de haber cobrado repentina conciencia del daño que podía causar lo irresponsable de mi atolondrada acción, me dirigí como alma que lleva el diablo hacia la cocina, de donde gruesas bocanadas de humo empezaban a salir por las puertas, lo mismo que por la pequeña chimenea que le había dispuesto el maestro Oquendo, en la parte alta del caballete de palma amarga, cuando la había diseñado y techado.

Una vez llegué a la cocina, pálido como un papel y con el susto a flor de piel ante lo inevitable, coincidí en mi llegada, con la entrada estelar de Mamá, quien hacía simultáneamente su ingreso al recinto por la puerta opuesta, para presenciar con ojos desorbitados la flagrancia de mis azotables y terribles pilatunas. 

¿Qué pasaba en aquellos instantes con la jarra de aluminio? Ya no solamente arrojaba abundante humo, sino que ahora se hallaba incendiada por la parte de arriba, a la manera de una enorme y amenazadora antorcha, cuyas prolongaciones de fuego se alzaban varios centímetros por encima del recipiente. Mamá puso cara de tragedia y abrió tamaña boca, al tiempo que agitaba ambas manos en actitud de desconcierto y debacle apocalíptica. Ante lo rápido de los hechos ni siquiera alcanzó a articular media palabra. Yo, sin meditarlo un segundo, volé como un rayo hasta la estufa y armado con un viejo trapo de cocina, tomé el recipiente con ambas manos por el asa y lo llevé hasta el inmenso espacio del lavaplatos, donde lo coloqué en medio de llamas anaranjadas y humaredas azufradas, que se tornaban azulosas y blanquecinas a la vez. ¡Mamá miraba todo estupefacta, sin atinar siquiera a hablar! Acto seguido y sin miedo alguno a quemaduras, metí las manos entre las llamas y abrí al máximo la vieja llave del agua, con el fin de apagar aquel naciente infierno de vela, humo y candela. ¡El resultado de aquella acción temeraria y desesperada resulta casi indescriptible! Al contacto del líquido frío con el fluido graso e hipercaliente, salió de la boca de aquella vieja jarra una gigantesca llamarada enrojecida que bien pudo hacer palidecer al más sofisticado lanzallamas de acción bélica, fabricado por las grandes potencias en tiempos de la Guerra Fría. Aquel inusitado y poderoso torrente de fuego vivísimo se alzó varios metros encima de mí –unos dos quizás- y llegó peligrosamente hasta el elevado techo de palma de la cocina, donde hizo un espectacular efecto de fuente abierta en abanico, que hizo a mi pobre madre vivir verdaderos momentos de pánico por lo que pudiera pasarme.

Mamá siguió maquinalmente con la cabeza la trayectoria del fuego, hasta llegar al clímax del luminiscente y aterrador efecto llameante, que culminó con la agarrada a dos manos de su pobre cabeza. Yo, consciente de la gravedad de todo aquello y de la infaltable azotaina que sobre mí se cernía, opté una vez hecho lo anterior por poner pies en polvorosa y correr a todo lo que mis amados piececitos pudieran permitirme en aquellos fatídicos momentos. ¡La cocina se prendió! Fue lo único que atiné a pensar, al tiempo que corría como un desesperado hacia la enorme huerta de mangos, guamos, cocoteros y demás árboles frutales que campeaban en la parte trasera de la enorme casa campestre de mis padres.  Ese era mi refugio cuando la ira desencadenada de Mamá amenazaba, zurriago en mano, con ajustarme cuentas por alguna de mis infaltables y traviesas pilatunas. 

La tarde transcurrió aparentemente en calma, mientras yo, encaramado en lo alto de un árbol de rojas peras (que en el interior del país lo llaman pomarroso), observaba circunspecto lo que seguía después del presunto “incendio”. Hacia las 9 de la noche, me atreví a volver a la casa. Ya Mamá dormía plácidamente y mis hermanas, Consuelo e Isabel Cristina, me referían que el agua abierta a borbotones de la llave había apagado rápidamente la ígnea reacción de la vela derretida; aun cuando las telarañas de la palma en lo más alto del techo habían quedado incendiadas durante unos segundos, con enorme peligro para la estructura global de la casa, por lo que hubo que humedecerlas rápidamente para evitar una posible conflagración.  Pasada la primera reacción, se apresuraron a mirarme las manos, para comprobar si había salido ileso de toda aquella extraña aventura, inspección esta que culminó con un emocionado abrazo de lágrimas y suspiros, para decirme.

 

-          ¡Ay Nabo! ¡Tú por qué haces esas cosas! ¿Qué tal si te hubiera pasado algo, ahh?   

 

Abrazo este al que se sumó Mamá, quien en realidad no se hallaba dormida y esperaba con ansiedad mi aparición desde la profunda jungla de la huerta doméstica, guarida de mis fechorías e inefables travesuras. Luego de los reconocimientos, los perdones y los actos de contrición del caso, torné a mi cama satisfecho de haber salido en bien de toda aquella baraúnda de cosas; lo cual me daba nuevas fuerzas y bríos para emprender otra nueva aventura tan pronto como el sol hubiera salido; porque mi insaciable curiosidad de científico loco y artista pluriexperimental nunca jamás hallaron sosiego ni satisfacción total, mientras duraron aquellos inolvidables y dorados años de lo que fuera mi niñez en la casa de mis padres.

 

Nabonazar Cogollo Ayala

Septiembre 18 de 2006.

Madrid (Cundinamarca)


domingo, 20 de febrero de 2022

REVERENDO PADRE GUMERSINDO DOMINGUEZ ALONZO (Artículo)


Reverendo Padre GUMERSINDO DOMÍNGUEZ ALONZO, oriundo del puerto camaronero de Vigo, en la provincia de Galicia (España), donde nació en 1923. Fue soldado raso del generalísimo Francisco Franco Bahamonde, lo cual lo llena de orgullo. Proviene de una familia de agricultores del maíz en Galicia, fue ordenado sacerdote en Salamanca (España) siendo muy joven. A sus escasos 26 años fue enviado como misionero a las tierras del Alto Sinú, Departamento de Córdoba (Colombia), año de 1949, donde misionó varios años entre los indígenas, con quienes aprendió a dormir a cielo descubierto y a comer mico colorado entre otras cosas extrañas para un europeo. Habla gallego, castellano, latín eclesiástico y también inglés con fluidez. En la actualidad acaba de cumplir 98 años de edad, el pasado 9 de abril de 2021. Fue rector del Colegio Diocesano Pablo VI de Cereté durante poco más de 10 años, llevando a dicha institución hasta niveles de desarrollo y expansión nunca antes vistos, con celo pastoral y académico inigualables. El Padre Gumer se ha declarado cereteano de corazón, porque según él afirma sus familiares son todos los cereteanos porque sus familiares nutricios en Galicia (España) en su mayor parte han fallecido, por lo cual él ha declarado a Cereté su segunda patria chica, la cual lo ha acogido con beneplácito y regocijo. El padre Gumer tiene, no obstante, dos sobrinas, en Venezuela quienes lo aman entrañablemente, una de ellas, historiadora, la señora Marlene Coromoto Domínguez.

Dios bendiga hoy y siempre a este eximio cereteano nacido en las tierras gallegas.

DEUS BENEDICAM TUUS.

Nabonazar Cogollo Ayala

HIMNO  AL  REVERENDO  PADRE

GUMERSINDO  DOMÍNGUEZ  ALONZO

-Coro-

¡Salve, salve varón generoso!

¡Salve aurora de excelsa virtud!

¡Salve espiga de Cristo amoroso!

¡Salve faro de la juventud!

 

De las llanuras gallegas un día

Raudo viniste a traer viva luz.

A nuestra tierra que vio tu hidalguía

Y tu estandarte de Cristo Jesús.

 

-1-

El Diocesano Colegio adorado

De Pablo Sexto gallardo bastión.

Fue el rico erial donde frutos dorados

Fiel cosechara la luz de tu acción.

 

Firme guardián de conciencias, seguiste

Con noble celo nuestra formación.

Y tu grandeza de alma ofreciste

A quien tuviera en su ser aflicción.

(Coro)

 

-2-

Fuiste de Cristo el modelo ferviente

Cada momento al amar, cada vez…

Que tu ideal de progreso creciente

Diera sus frutos cual trigo en la mies.

 

Por eso henchidas las almas de gozo

Hoy entretejen con gran emoción…

¡Oh Gumersindo Domínguez Alonzo!

¡Un Himno altivo a tu gran corazón!

(Coro)

 

Letra: Nabonazar Cogollo Ayala

(Julio 9 de 2006)

Música:

Decreto de honores
Alcaldía Municipal de Cereté
1991

Decreto de honores
Alcaldía Municipal de Sahagún
2009


Homenaje de la REVISTA EXPECTATIVA
2012