REVERENDO PADRE GUMERSINDO DOMÍNGUEZ ALONZO EN CEREMONIA DE GRADUACIÓN DE BACHILLERES 1986 |
TRAVESURAS JUVENILES
Por:
Nabonazar Cogollo Ayala
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Los jóvenes en toda época y en todo
lugar siempre han sido y serán traviesos. El nivel, alcance y osadía de las
travesuras de los muchachos ha ido
cambiando con el paso de los años, quizás en proporción directa al respeto y
consideración que se tuviera en cada momento histórico a la generación
precedente, es decir, a la gente vieja.
Un amigo entrañable, antiguo compañero de estudios en el Colegio Diocesano Pablo VI de Cereté, me refirió alguna vez en la
ciudad de Valledupar (Cesar) entre risas y algazara, los hechos que a
continuación me dispongo a recrear para ilustrar cómo era el Cereté de hace poco
más de veinticinco años y qué tanto respetábamos por entonces a nuestros
mayores.
Corría el año 1984. Carlos Julio
Daza Boom refiere que él entonces cursaba cuarto año de bachillerato (lo que
actualmente es noveno) en el precitado Colegio
Pablo Sexto. El rector era el Rvdo. Padre Gumersindo Domínguez Alonzo quien
también hacía las veces de titular de la Parroquia
de San Antonio de Padua. El Padre José Correa debido a su avanzada edad
ejercía el cargo de adjunto en la Parroquia. Dicho sea de paso el Padre Gumersindo
era un misionero de nacionalidad española, oriundo de la Provincia de Galicia, más
exactamente del puerto camaronero de Vigo en la costa española sobre el
Atlántico. Llamaba la atención entre los cereteanos por su marcado castellano
ibérico y su naturaleza estricta e inflexible, lo cual él sabía equilibrar muy
bien en su temperamento con una bondad cristiana a toda prueba.
Era un día entre semana. Los
alumnos del Pablo Sexto salieron inusualmente temprano de la jornada escolar,
hacia las diez de la mañana, quizás porque se avecinaba una festividad
religiosa y se precisaba del concurso de la comunidad estudiantil para
organizar alguna de las procesiones tradicionales de Cereté. Lo cierto es que
Carlos Julio, ni corto ni perezoso, en compañía de Marcel Cogollo Herazo, “Ticoté” (José Francisco Saibis) y
Daniel Cortés, se encaminaron hacia el Colegio
de Nuestra Señora del Carmen de las RRHH Terciarias Capuchinas. ¿Cuál era la
finalidad de aquellos pillastres? Encaramarse en los amplios ventanales del
edificio que dan hacia la Calle de las
Flores para espiar a través de los barrotes a sus eternas enamoradas, que aún
no terminaban su jornada escolar. La situación se tornaba en extremo incómoda
para los pobres profesores que debían sufrir semejante intromisión en sus
clases, porque los espías silbaban a las chicas, les arrojaban papelitos de amor y les
gritaban toda suerte de cosas, sin que aquellos pudieran evitarlo.
Entretenidos como estaban, haciendo
de las suyas, los cuatro mucharejos no se percataron que justo detrás de ellos
se acababa de cuadrar muy silenciosamente el Jeep cuatro cilindros del Padre
Gumersindo. Lo único que los sacó abruptamente de las mieles y delicias del
amor fue el fuerte pitazo con que el religioso llamó su atención. Fuera de sí
el Padre Gumersindo los increpó de esta manera…
-
¡Vosotros
qué hacéis allí, hombre! ¿Acaso no veis que estáis incomodando las clases de
esos profesores? ¿Por qué sois así de irrespetuosos, ahh? ¡Os bajáis de allí ya
mismo!
Pálidos del susto los cuatro jovenzuelos pusieron, uno a uno, los pies en tierra ante la mirada severa y militar del Padre Gumersindo, que evidenciaba así el haber sido alguna vez en su juventud, soldado del ejército del dictador español Francisco Franco Bahamonde, cuya impronta lo marcaría por el resto de su vida.
-
Y bien… ¿Qué
tenéis que decirme? ¿Qué hacíais encaramados en esos ventanales como unos
ladrones, ahh?
Un pesado silencio se apoderó del
grupo, nadie respondió nada y la constante fueron cuatro cabezas gachas mirando
hacia el suelo.
-
Merecéis un
castigo muy severo. Primero os quiero formados… ¡Ya!
Los cuatro muchachos se organizaron
rápidamente en fila india, de menor a mayor. Encabezaba la hilera Carlos Julio
quien era el de menor edad y por ende de menor estatura.
-
Segundo, os
iréis marchando así como estáis, hacia el colegio por toda la Calle del Comercio. Allá os le
presentáis al profesor Gamero, le contáis lo que habéis hecho y que él decida
qué castigo deberéis cumplir. ¡Bien, andando!
Y no se fue el sacerdote hasta no
ver al último muchacho de la hilera desaparecer marchando, al doblar la esquina
de la consabida calle de Telecom. Acto seguido encendió su vehículo y se fue,
seguro de haber sido obedecido. Y efectivamente así fue. Nuestros espías del
amor siguieron marchando acompasadamente hasta llegar a la esquina de la intersección
con la Calle del Comercio. Allí
doblaron hacia la Calle Cartagenita,
para lo cual debieron atravesar, siempre al paso de su ritmo marcial por el
principal viaducto del centro de Cereté, lo que provocó curiosidad entre los
presentes, risas y burlas. Pero ellos, haciendo caso omiso de toda la barahúnda
de chanzas que se les vinieron encima, prosiguieron su marcha camino hacia el Pablo Sexto, siempre formados en fila
india. Más de media hora después llegaron finalmente a la sede del Colegio, en
la precitada Calle Cartagenita. El sol estaba alto en el
firmamento y se aproximaban las doce del medio día. Se presentaron ante los
docentes que encontraron ahí, pero no hallaron al prefecto de disciplina, el
profesor Gamero, quien momentáneamente se hallaba ausente. Así las cosas, les
dieron la orden que se dirigieran a un salón a esperarlo. El tiempo
transcurrió, el hambre hacía de las suyas y el colegio empezaba a quedarse
desierto. Una de la tarde, dos y nada que aparecía el prefecto de disciplina.
Los espías del amor, para espantar el tedio y conjurar un poco el fantasma de
miedo al castigo, se dispusieron a entretenerse improvisando música y baile.
Ticoté, Marcel y Daniel tomaron pupitres a manera de tambores e improvisaron
una amena versión del Mapalé. Carlos
Julio mientras tanto, se puso a bailar y cantar animadamente en el centro del
salón, haciendo gala de gracia y espíritu festivo. En esas estaban cuando los
sorprendió el profesor Gamero.
-
¡Ah, con
que estas tenemos, no! Carlos Julio Daza… ¿Qué era lo que usted estaba haciendo
ahoritica?
-
Bbbbailando
y cantando El Mapalé, profesor Gamero.
-
Bueno muy bien,
me parece estupendo. Yo me voy a sentar aquí y que sus compañeros toquen los
tambores mientras usted baila y canta El Mapalé. Si no lo hacen, no se va
ninguno de aquí. Ya me contaron lo que hicieron en el colegio de las Capuchinas
y eso estuvo muy mal. ¡Que empiece la función!
Los improvisados tamboreros
empezaron tímidamente su ejecución, pero Carlos Julio se negó sistemáticamente
a hacer su parte.
-
¡Ajá
Daza! ¿Y por qué es que no quiere bailar y cantar?
-
No profesor
Gamero, me da pena. Yo no hago esas cosas delante de usted.
-
Bueno, pues
entonces ninguno se va de aquí. Yo me voy a almorzar, ya vengo.
Con actitud desesperada los otros
tres compañeros intimaron a Carlos Julio para que bailara y cantara, porque
ellos decían tener mucha hambre. Pero él se mantuvo firme en su resolución.
Pasada la hora del almuerzo volvió el prefecto de disciplina, pero el alumno
Daza nada que bailaba ni cantaba. En razón de lo cual los mantuvo en dicho
salón hasta las tres de la tarde. Llegada esa hora, les dijo…
-
Muchachos,
váyanse para sus casas, ya cumplieron su castigo. Pero eso sí, nunca más
vuelvan a hacer lo de las ventanas en el colegio de las monjas.
Felices, como si los hubieran
librado de una condena a la silla eléctrica, los cuatro rapazuelos atravesaron
corriendo la cancha de baloncesto del colegio y se precipitaron hacia la puerta
de salida. La lección les quedó grabada a sangre y fuego para siempre: ¡Nunca
más interrumpirían clases en otras instituciones, por enamorados que
estuvieran!
Llama poderosamente nuestra
atención el respeto y los miramientos de los cuatro muchachos para con su
rector y párroco, en esas ya lejanas épocas. No solamente reconocieron la falta
cometida sino que cumplieron con creces los castigos recibidos en consecuencia.
Duele reconocer que actualmente esas costumbres han venido en franco declive y
decadencia, por cuenta de la fuerte penetración cultural norteamericanizante,
que ha contribuido a formar muchachos respondones, anárquicos, altaneros y
hasta agresivos. Afortunadamente aún hay en nuestra tierra honrosas excepciones
a esta odiosa regla general.
Apreciados lectores de esta
columna: ¡No relajemos jamás nuestros valores ancestrales en nombre de una
falsa idea de modernismo, tecnologización o mundialización de la cultura! Ser ciudadanos del siglo XXI no implica necesariamente
hacer a un lado los valores sociales y del individuo con que nos formaron
nuestros padres y maestros.
Sobrecoge el alma leer esta emotiva
historia de la vida real, porque ella deja traslucir el profundo respeto y
aprecio que Carlos Julio, Marcel, Ticoté y Daniel profesaban hacia el Rvdo.
Padre Gumersindo, aquel sacerdote ibérico hijo de la lejana Galicia, que dejó
profundas huellas y enseñanzas entre quienes tuvimos el enorme privilegio de
conocerlo en nuestra amada ciudad.
Ad
majorem Dei Gloriam!
(¡Para
mayor gloria de Dios!)
nacoayala@hotmail.com
Fuente: DOMÍNGUEZ PÉREZ, Marlene. Biografía del Padre Gumersindo Domínguez Alonzo hijo ilustre y adoptivo
de Córdoba. Ed. En PDF, Caracas (Venezuela), diciembre de 2010. Págs. 47 a
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