SOL OMNIBUS LUCET

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miércoles, 1 de abril de 2015

¡PADRINO PELONGO! (Crónica)

FINCA LA FLORIDA, vereda Los Cañitos, Cereté (Córdoba)
En primer plano Nabo Cogollo Guzmán jinete en uno de sus caballos de paso fino colombiano
Fotografía inédita
1985 (aprox.)

¡PADRINO PELONGO!
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
                                                                                                           
Avísenle a mi compadre que el bautizo es hoy,
La madrina viaja para Cereté… (Bis)
Quiero aprovechar ahora esta buena ocasión,
Porque el veinticuatro no lo puedo hacer.
…………….…………………………………………………….
Cumplida la ceremonia vendrá un parrandón
El padrino no es pelongo, cuenta se darán (Bis)
Con sancocho de gallina donde Miguel Veloy,
Con un baile bien sabroso se acompañará.
Usted con su guitarra, yo con mi acordeón
¡Es pará con ron hasta la madrugá!
…………….…………………………………………………….

Adolfo Pacheco Anillo – El bautizo

Una de las costumbres viejas más arraigadas en nuestra tierra sinuana y cordobesa, aun hace cosa de 20 o 30 años, máxime en las veredas, era la del apadrinamiento religioso como una forma de propiciar estrechos acercamientos entre las familias. Y dicho sea de paso, de lograr que un niño o niña obtuviese la protección de alguien que se consideraba persona prestante y con abundantes medios económicos, que le garantizaran una mejor forma u oportunidad de vida. La presión social que recaía sobre la persona del padrino era entonces muy grande… ¡Se esperaba que sufragara todos –o al menos la mayoría-, de los gastos del ahijado! Vestido, zapatos, medias… Y aparte de todo ello, era su deber ineludible pagar el costo de la infaltable papeleta y mandar la parada en cuanto lo tocante a las cajas de ron, la comilona de la fiesta del bautizo, hacerse cargo de la compra del pavo, las gallinas, los bollos, la música, el café, etc. ¡Caso contrario este infortunado padrino se ganaría el deshonroso remoquete de “padrino pelongo”, como una vez me pasó a mí, siendo yo muy joven en pretéritas calendas! Y la andanada de burlas no se dejaban esperar ni la familia del ahijado le perdonaría jamás semejante falta. La historia de mi padrinazgo pelongo fue la siguiente… ¡Pongan pues atención!

Corría el año 1982 y yo entonces cursaba el segundo año de bachillerato en el Colegio San Carlos de la familia Lemaitre en Cartagena de Indias, contaba escasos 14 años de vida. En razón que desde mi niñez había jugado con los niños de la vereda cereteana de Los cañitos, una de aquellas infaltables compañeras de juego, Socorro Ortega, a bien tuvo –junto con Tomás Ortega, el papá de ella, quien era entonces el compadre viejo-, nombrarme padrino de la hija primera de Socorrito. Se trataba de una encantadora niña morenita llamada Viviana del Carmen, de ojos vivarachos y negros. La madrina fue la agraciada hija del cuidandero de la finca Villa Patricia, Genaro Espitia. Ella se llamaba Carmen Espitia y la finca donde ella vivía era perteneciente por entonces al hacendado cereteano Tobías Assis. ¡La verdad y en medio de mi proverbial inexperiencia en torno al tema, no tenía la más mínima idea en qué lío me estaba metiendo al aceptar tan honrosa como grave designación! Sin pensarlo mucho les dije que sí, que claro, que contaran conmigo. Y luego cuando llegué a la casa a referirles a mis padres, estos nada me dijeron pero mi papá arrugó la cara en gesto de escepticismo como gallo jugao en varias plazas que sí era. Y optó por interrogarme de la siguiente manera…

-¿Y ese bautizo tuyo cuándo es que es?
-En quince días, papá…. Aprovechando que el cura de San Pelayo, Telmo Padilla, viene a la vereda de El Obligao, a decir misa y a bautizar pelaítos, ahí en la escuela…
-¡Ajá! ¿Y por qué te escogieron a ti pa´ eso?
-No sé papá, Tomás Ortega y Zenaida Pérez me dijeron que ellos querían que les bautizara a la nietecita; la primera hija de Socorro…
-¡Ajá!

No fue más. Sin tener una clara conciencia del papel que de mí se esperaba en esa aparentemente inocente institución social -tanto cordobesa como sucreña y surbolivarense, proseguí adelante con los preparativos del bautizo, en colaboración con la madrina. Unos días antes llegaron en cicla a la casa vieja de la finca, la futura comadre, acompañada por Cecilia Ortega, una de sus hermanas mayores, para decirme lo siguiente…

-¡Compadre! Buenas tardes… que es que la niña necesita lo del vestidito, que es para irlo a comprar a Cereté porque ya el bautizo es en dos días y toca dejarla lista…
-Ah bueno… Ya vengo, deje a ver y averiguo por acá con los viejos a ver qué me dan…

Yo me alejé unos minutos entre optimista y confiado. La respuesta de mis padres fue un pétreo muro de indiferencia, estaban almorzando en ese momento en el salón grande y me dijo mi papá, ante mi inocente petición…

-¡Yo no sé pa´ qué te metiste en ese lío! ¡Yo plata ahora no tengo! Tú verás a vé´ cómo sales de tu problema… ¡El que corta su palo redondo ya verá a vé´ cómo se lo tira al hombro! ¡Carajo!

Avergonzado como si cargara encima el peso de un piano de cola, salí a decirle a la comadre lo siguiente…

-¡Ay comadrita! Que me dicen los viejos que no tienen plata, que mire a ver cómo me las arreglo… ¡Me da pena pero plata ahora no tengo!

Un rictus entre molestia e incredulidad fue el que se reflejó en aquellos instantes en la cara de las dos mujeres, quienes solo optaron por mirarse entre sí. Amablemente dieron las gracias y se despidieron. Después supe que fueron donde la madrina y que ella sí les dio en seguida lo del vestido, el cual compraron en el comercio de Cereté, confeccionado en fina y blanca seda, con perlas y muchos encajes. En aquella  época la inversión fue cercana a los mil pesos.

Las molestias apenas comenzaban y las amargas sorpresas no se harían esperar. Llegado el gran día del bautizo, Socorrito fue hasta mi casa a las volandas bien por la mañana para decirme lo siguiente…

-¡Compadre! Que toca llevar en un papel anotao el dato de los abuelos paternos, maternos y los papás de la niña… ¡Eso lo tiene que hacé usté, compae!
-¡Listo! Eso no tiene problema… Y sobre el colchón de la cama mal anoté lo que creí que era y se lo entregué a la comadre a través de la ventana, mientras acababa de arreglarme para irnos en carro de plaza para la vereda de El Obligao…
-¡Compadre! Que dice mi papá que usté también tiene que pagarle al cura lo de la papeleta del bautizo… ¡No se le olvide!
-¡Tranquila que no se me olvida!

Cuando acabé de alistarme me fui –con mi acostumbrado optimismo y confianza- hasta donde mi papá, quien tomaba un oreo en una fresca hamaca, a media mañana, dándose onda…

-Papá, que ya me tengo que ir pa´ lo del bautizo de la hija de Socorro. De allá me mandaron a decí  los compaes viejos, que yo tenía que hacerme cargo de pagá  lo de la papeleta… ¿Usté sabe cómo es eso, papá?
-Ah sí, eso es lo que le tienes que pagá al cura para que haga el bautizo… ¡Eso te toca pagarlo a ti por ser el padrino!
-¿Y eso cuánto cuesta, papá?

Haciendo gesto de hombre ducho en el tema y poniendo pie en tierra, para salirse de la enorme hamaca de manta sinuana, me contestó mi papá…

-¡Eso es barato, eso no es que cueste mayor cosa!
-¿Cuánto es, papá?
-¡Eso por ahí… cincuenta pesos! ¡Eso no te vale más! Toma, llévate cien, con eso te alcanza y pa´ que pagues el pasaje de ida y vuelta hasta El Obligao…

No muy seguro de estar haciendo bien las cosas, le recibí el billete de cien pesos y me fui todo pensativo a la casa de los Ortega, para esperar el carro colectivo que nos llevaría a la escuela pública de la vereda. El pasaje entonces valía veinte pesos, la sola ida. Ida y vuelta una sola persona, desde Los cañitos hasta El Obligao y viceversa, valdría entonces cuarenta pesos. Con gesto de incredulidad las elegantes comadres –tanto la joven como la veterana-, se miraron entre sí, cuando vieron que una vez llegados a nuestro destino, me limité a pagar solamente mi pasaje y que obvié el del resto de la familia y acompañantes, según era lo esperado que se hiciera en esos casos. Las risitas y los cuchicheos empezaron. Yo me hice el indiferente pero por dentro sabía que todo aquello estaba muy mal y que el nombre tanto mío como de mi familia estaban quedando por el suelo. Ya no había marcha atrás así que seguí adelante… Las indirectas cayeron como lluvia de banderillas sobre los lomos de un novillo de año y medio, en corraleja de fiestas patronales… Decía la comadre vieja hablándole a Socorro…

-¡Ay mija! Qué bueno que trajimos plata que nos dio la madrina, porque si no… ¡Nos hubiéramos tenío que vení a pie! ¡Ja ja ja!
-¿Veddá compae? ¿Edchá pata nos hubiera tocao, veddá?

Yo forcé una risa a medio esbozar en aquella incómoda situación, oleadas de vergüenza y calor azotaban mi rostro. Seguir adelante, me dije… ¿qué más podía hacer? Llegamos en la graciosa vereda de El Obligao a una espaciosa casa solariega, a orillas del camino, donde nos invitaron a pasar. Era de una madre de familia de la escuela donde se oficiaba en ese momento la primera misa, pero no era todavía la de los niños, sino una misa de difunto. Aprovechamos ese compás de espera para elaborar con precisión el papel de los datos genealógicos de la niña, yo les gasté unas gaseosas entonces a las comadres para conjurar un poco el bochorno veraniego. Uno de los acompañantes era un hijo de Luis Padilla, el proverbial Pacho, quien salió en auxilio de la situación. Hombre experimentado en el tema, Francisco empezó a anotar con precisión las minucias de los datos que se pedían, para el diligenciamiento del documento bautismal. Se aclaró entonces quiénes eran los abuelos maternos, los paternos, sus nombres completos y documentos de identidad; los nombres de los padres, de los padrinos, etc. ¡Salió página y media de datos familiares! Hasta en eso fui inexperto yo. Antes que se acabara la misa de difuntos, nos encaminamos hacia la escuela de El Obligao, en cuyo salón grande estaba el sacerdote, tomándose un breve refrigerio, mientras la vieja y bondadosa maestra local hacía las veces de secretaria. 

Ella vendía las papeletas de bautizo y tomaba los datos para el diligenciamiento del acta de bautismo.  Nos hicimos entonces en la cola, llegado nuestro turno yo encabezaba la delegación familiar. Una vez frente a la mesa, le pregunté confiadamente a la profesora…

-Buenos días… ¿Cuánto cuesta la papeleta de bautismo?
-¡Vale doscientos cincuenta pesos, señor!
-¿Cómo? ¿Vale todo eso?
-¡Si señor!  Eso vale… ¿Los tiene  o no los tiene, señor padrino? ¡Apúrese que hay más gente en la fila!

Yo empecé entonces a sacar mis arrugados billeticos de veinte pesos y unas pocas monedas de mi bluyín. La madrina quien venía tras de mí, al notar mi apuro, me habló tranquilizadoramente, así…

-¡No te preocupes! Si no te alcanza yo aquí tengo dinero suficiente, dime cuanto te hace falta y yo los pongo entonces…
-¡No, no! ¡Ah bueno, sí! mejor dicho, sí… ¡Préstamelos todos que yo en la casa te los devuelvo!

La sonrosada e impecable chica me miró entre comprensiva y divertida y abrió su femenil monedero, para pasarme, acto seguido, cinco crujientes billetes de cincuenta pesos, nuevecitos. Tras de ella, la comadre, la mamá, la abuela y las tías de la niña, mal disimulaban sus risas, porque no se perdieron un ápice de la escena. Una de ellas salió al patio grande de la escuela a darle rienda suelta a las carcajadas, porque ya no podía contenerlas más. Entonces por allá por debajero se oyó este comentario…

-¡Carajo! ¿Hasta en eso? ¡Padrino pelongo hasta la cacha! Ja, ja, ja… ¡Qué chasco! ¡Qué vergüenza! Ja, ja, ja… ¿Y no que tienen plata? ¡Quién lo creyera!

¡Más banderillas!  Pero paciencia, padrino pelongo, paciencia, que aquello pronto llegaría a su fin. Una vez Viviana del Carmen fue bautizada y consagrada como cristiana, asistimos al complemento de la misa. La niña lucía radiante. Por cierto que el Padre Telmo Padilla al término de la eucaristía, lanzó una fuerte advertencia contra los padrinos presentes aquel día. Sus palabras exactas fueron estas, las cuales aún resuenan en mi mente como si fuera ayer…

-¡Ah! Una cosita muy importante, especialmente para los padrinos… ¡Esa papeleta que ustedes pagaron no la vayan a botar, porque ahí quedó consignado el futuro del ahijado o ahijada!  No sea que ahora lleguen y luego de emparrandarse por el bautizo y de mucho comer y beber, les vaya a dar daño de estómago. Y salga el padrino a media noche, en medio de la parranda, camino a la platanera porque tiene diarrea y a falta de otro papel con que limpiarse, acabe usándola para esos menesteres… ¡No vayan a hacer eso! ¡Guarden la papeleta de sus ahijados en un archivo bajo llave porque es muy importante!

En cuanto a mi refiere hice entrega formal de aquella suspirada papeleta a la comadre vieja, la madre de Socorro, comae Zenaida. Finalizada la ceremonia, nos dirigimos a la plazoleta de El Obligao a esperar el colectivo de regreso. Ya se acercaba la hora del mediodía. Tanta gente se subió en el único carro colectivo que salió, media hora más tarde, que los hombres que ahí veníamos tuvimos que cederles el puesto a las damas y venirnos colgados en la parte trasera del viejo jeep, de pie, con inminente riesgo de nuestra seguridad personal. La polvareda de la carretera destapada hasta Los Cañitos era proverbial, así que Pacho y yo comimos una buena y generosa ración de polvo caminero. Las pestañas nos terminaron rubias de la tierra. Cuando pasamos frente a la casa de la familia Pérez y de la casa de Blas Mercado –quien era trabajador de la finca-, toda aquella numerosa familia estaba reunida a la orilla de la cerca de alambre del camino. Cuando me vieron venir me hicieron fiestas, entre risas y chanzas me gritaron a voz en cuello…

-Padrino pelongo… ¡Ahí va el padrino pelongo! Ja, ja, ja…

Yo festejé el chiste porque enfurruñarme ya nada solucionaría y les dije adiós con la mano, con gesto divertido. ¡Así había sido y no lo podía negar, qué más daba ya! Pedí al conductor que me dejara entonces en la esquina antes de enfilar hacia la carretera Cereté – Lorica y ahí me bajé, a pocos metros de la finca de mis padres, volviendo a pagar solo mi pasaje porque nada de dinero me quedaba ya. ¡Estaba extenuado y hambriento! Tanta banderilla me había abierto el apetito. Entonces me dijeron las comadres…

-¡Ay compadre! ¿Y no va a ir a probar la gallina que gastó la madrina?
-Comadre, yo llego a la casa a descansar y ya pasó allá donde ustedes…

La verdad lo que yo quería era escapar cuanto antes de toda aquella incómoda situación. ¡Qué gallina ni qué nada, yo quería era irme para mi casa! Y así lo hice. Llegué a la casa cuando mis padres degustaban una humeante sopa de carne de res, al momento justo del medio día. Mi papá me preguntó entonces lo siguiente…

-¡Llegó el hombre del bautizo! -¡Ajá mijo!- ¿Y cómo te fue?
-¡Mal, papá! Muy mal. Lo que usted me dio me alcanzó apenas para los pasajes y para gastarles una gaseosa allá a las comadres, ahí como para medio disimular la pelonguera. ¡La papeleta del bautizo esa, costaba doscientos cincuenta pesos! ¡Imagínese! Usted me dijo que valía no más cincuenta. Eso sería antes, eso ya no es así…
-¿Verdad? ¡Ja, ja, ja! ¡Padrino pelongo entonces! ¡Ji, ji, ji!

Mi papá rió de buena gana cuando le conté todo el amargo peso de mis desventuras de aquel día. Días después fui hasta el campamento de Tobías Assis a devolverle a la madrina el dinero que me había facilitado. Aquella amarga experiencia fruto de la improvisación y la juventud, intenté corregirla un poco al año siguiente, cuando ya Viviana del Carmen contaba con casi dos añitos de edad; fui hasta donde entonces ella vivía junto con la comadre, en la misma vereda de Los cañitos y me resarcí obsequiándole unos aretes de oro, que había comprado en una fina joyería en Cartagena.

No sé si me libraría, con esa acción, del remoquete local de “padrino pelongo”, pienso que no, porque lo sucedido aquel infortunado día del bautizo, dio pie para risas y chanzas varios años después.  Y fue así como aprendí con prueba de fuego qué cosa era y significaba ser un padrino en mi tierra. Y los peligros espantables de convertirse en padrino pelongo, cuando la disposición económica y la solvencia no nos acompañan.

Madrid (Cundinamarca), abril 1° de 2015

Nabonazar Cogollo Ayala de 15 años en el puente Román, en Cartagena de Indias (Bol.) año 1985
Fotografía inédita




4 comentarios:

  1. Con esta crónica se vienen a la memoria más de un "Padrino pelongo". Grato es evocar estos recuerdos y costumbres Cordobesas Nabo. Saludos.

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  2. Vacanisima excelente crónica... Padrino pelongo (mondao) gracias por mantenernos apegados a nuestras costumbres...tus historias nos huelen a moñinga de vaca y a tierra moja....puro Sinú y caño bugre.

    HENRY SILVA CALUME

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  3. Una excelente crónica, llena de humor y picardía; que describe fielmente la idiosincrasia y las costumbres de nuestra tierra. Felicitaciones Nabo por ese talento que Dios te regaló. Un abrazo.

    CARLA MEJÍA

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  4. Excelente, eso me recuerda algo parecido, ya hasta había olvidado la expresión. Jajaja. "Padrino pelongo"

    ENRIQUE PEÑA

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