SOL OMNIBUS LUCET

SOL OMNIBUS LUCET

miércoles, 1 de abril de 2015

¡PADRINO PELONGO! (Crónica)

FINCA LA FLORIDA, vereda Los Cañitos, Cereté (Córdoba)
En primer plano Nabo Cogollo Guzmán jinete en uno de sus caballos de paso fino colombiano
Fotografía inédita
1985 (aprox.)

¡PADRINO PELONGO!
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
                                                                                                           
Avísenle a mi compadre que el bautizo es hoy,
La madrina viaja para Cereté… (Bis)
Quiero aprovechar ahora esta buena ocasión,
Porque el veinticuatro no lo puedo hacer.
…………….…………………………………………………….
Cumplida la ceremonia vendrá un parrandón
El padrino no es pelongo, cuenta se darán (Bis)
Con sancocho de gallina donde Miguel Veloy,
Con un baile bien sabroso se acompañará.
Usted con su guitarra, yo con mi acordeón
¡Es pará con ron hasta la madrugá!
…………….…………………………………………………….

Adolfo Pacheco Anillo – El bautizo

Una de las costumbres viejas más arraigadas en nuestra tierra sinuana y cordobesa, aun hace cosa de 20 o 30 años, máxime en las veredas, era la del apadrinamiento religioso como una forma de propiciar estrechos acercamientos entre las familias. Y dicho sea de paso, de lograr que un niño o niña obtuviese la protección de alguien que se consideraba persona prestante y con abundantes medios económicos, que le garantizaran una mejor forma u oportunidad de vida. La presión social que recaía sobre la persona del padrino era entonces muy grande… ¡Se esperaba que sufragara todos –o al menos la mayoría-, de los gastos del ahijado! Vestido, zapatos, medias… Y aparte de todo ello, era su deber ineludible pagar el costo de la infaltable papeleta y mandar la parada en cuanto lo tocante a las cajas de ron, la comilona de la fiesta del bautizo, hacerse cargo de la compra del pavo, las gallinas, los bollos, la música, el café, etc. ¡Caso contrario este infortunado padrino se ganaría el deshonroso remoquete de “padrino pelongo”, como una vez me pasó a mí, siendo yo muy joven en pretéritas calendas! Y la andanada de burlas no se dejaban esperar ni la familia del ahijado le perdonaría jamás semejante falta. La historia de mi padrinazgo pelongo fue la siguiente… ¡Pongan pues atención!

Corría el año 1982 y yo entonces cursaba el segundo año de bachillerato en el Colegio San Carlos de la familia Lemaitre en Cartagena de Indias, contaba escasos 14 años de vida. En razón que desde mi niñez había jugado con los niños de la vereda cereteana de Los cañitos, una de aquellas infaltables compañeras de juego, Socorro Ortega, a bien tuvo –junto con Tomás Ortega, el papá de ella, quien era entonces el compadre viejo-, nombrarme padrino de la hija primera de Socorrito. Se trataba de una encantadora niña morenita llamada Viviana del Carmen, de ojos vivarachos y negros. La madrina fue la agraciada hija del cuidandero de la finca Villa Patricia, Genaro Espitia. Ella se llamaba Carmen Espitia y la finca donde ella vivía era perteneciente por entonces al hacendado cereteano Tobías Assis. ¡La verdad y en medio de mi proverbial inexperiencia en torno al tema, no tenía la más mínima idea en qué lío me estaba metiendo al aceptar tan honrosa como grave designación! Sin pensarlo mucho les dije que sí, que claro, que contaran conmigo. Y luego cuando llegué a la casa a referirles a mis padres, estos nada me dijeron pero mi papá arrugó la cara en gesto de escepticismo como gallo jugao en varias plazas que sí era. Y optó por interrogarme de la siguiente manera…

-¿Y ese bautizo tuyo cuándo es que es?
-En quince días, papá…. Aprovechando que el cura de San Pelayo, Telmo Padilla, viene a la vereda de El Obligao, a decir misa y a bautizar pelaítos, ahí en la escuela…
-¡Ajá! ¿Y por qué te escogieron a ti pa´ eso?
-No sé papá, Tomás Ortega y Zenaida Pérez me dijeron que ellos querían que les bautizara a la nietecita; la primera hija de Socorro…
-¡Ajá!

No fue más. Sin tener una clara conciencia del papel que de mí se esperaba en esa aparentemente inocente institución social -tanto cordobesa como sucreña y surbolivarense, proseguí adelante con los preparativos del bautizo, en colaboración con la madrina. Unos días antes llegaron en cicla a la casa vieja de la finca, la futura comadre, acompañada por Cecilia Ortega, una de sus hermanas mayores, para decirme lo siguiente…

-¡Compadre! Buenas tardes… que es que la niña necesita lo del vestidito, que es para irlo a comprar a Cereté porque ya el bautizo es en dos días y toca dejarla lista…
-Ah bueno… Ya vengo, deje a ver y averiguo por acá con los viejos a ver qué me dan…

Yo me alejé unos minutos entre optimista y confiado. La respuesta de mis padres fue un pétreo muro de indiferencia, estaban almorzando en ese momento en el salón grande y me dijo mi papá, ante mi inocente petición…

-¡Yo no sé pa´ qué te metiste en ese lío! ¡Yo plata ahora no tengo! Tú verás a vé´ cómo sales de tu problema… ¡El que corta su palo redondo ya verá a vé´ cómo se lo tira al hombro! ¡Carajo!

Avergonzado como si cargara encima el peso de un piano de cola, salí a decirle a la comadre lo siguiente…

-¡Ay comadrita! Que me dicen los viejos que no tienen plata, que mire a ver cómo me las arreglo… ¡Me da pena pero plata ahora no tengo!

Un rictus entre molestia e incredulidad fue el que se reflejó en aquellos instantes en la cara de las dos mujeres, quienes solo optaron por mirarse entre sí. Amablemente dieron las gracias y se despidieron. Después supe que fueron donde la madrina y que ella sí les dio en seguida lo del vestido, el cual compraron en el comercio de Cereté, confeccionado en fina y blanca seda, con perlas y muchos encajes. En aquella  época la inversión fue cercana a los mil pesos.

Las molestias apenas comenzaban y las amargas sorpresas no se harían esperar. Llegado el gran día del bautizo, Socorrito fue hasta mi casa a las volandas bien por la mañana para decirme lo siguiente…

-¡Compadre! Que toca llevar en un papel anotao el dato de los abuelos paternos, maternos y los papás de la niña… ¡Eso lo tiene que hacé usté, compae!
-¡Listo! Eso no tiene problema… Y sobre el colchón de la cama mal anoté lo que creí que era y se lo entregué a la comadre a través de la ventana, mientras acababa de arreglarme para irnos en carro de plaza para la vereda de El Obligao…
-¡Compadre! Que dice mi papá que usté también tiene que pagarle al cura lo de la papeleta del bautizo… ¡No se le olvide!
-¡Tranquila que no se me olvida!

Cuando acabé de alistarme me fui –con mi acostumbrado optimismo y confianza- hasta donde mi papá, quien tomaba un oreo en una fresca hamaca, a media mañana, dándose onda…

-Papá, que ya me tengo que ir pa´ lo del bautizo de la hija de Socorro. De allá me mandaron a decí  los compaes viejos, que yo tenía que hacerme cargo de pagá  lo de la papeleta… ¿Usté sabe cómo es eso, papá?
-Ah sí, eso es lo que le tienes que pagá al cura para que haga el bautizo… ¡Eso te toca pagarlo a ti por ser el padrino!
-¿Y eso cuánto cuesta, papá?

Haciendo gesto de hombre ducho en el tema y poniendo pie en tierra, para salirse de la enorme hamaca de manta sinuana, me contestó mi papá…

-¡Eso es barato, eso no es que cueste mayor cosa!
-¿Cuánto es, papá?
-¡Eso por ahí… cincuenta pesos! ¡Eso no te vale más! Toma, llévate cien, con eso te alcanza y pa´ que pagues el pasaje de ida y vuelta hasta El Obligao…

No muy seguro de estar haciendo bien las cosas, le recibí el billete de cien pesos y me fui todo pensativo a la casa de los Ortega, para esperar el carro colectivo que nos llevaría a la escuela pública de la vereda. El pasaje entonces valía veinte pesos, la sola ida. Ida y vuelta una sola persona, desde Los cañitos hasta El Obligao y viceversa, valdría entonces cuarenta pesos. Con gesto de incredulidad las elegantes comadres –tanto la joven como la veterana-, se miraron entre sí, cuando vieron que una vez llegados a nuestro destino, me limité a pagar solamente mi pasaje y que obvié el del resto de la familia y acompañantes, según era lo esperado que se hiciera en esos casos. Las risitas y los cuchicheos empezaron. Yo me hice el indiferente pero por dentro sabía que todo aquello estaba muy mal y que el nombre tanto mío como de mi familia estaban quedando por el suelo. Ya no había marcha atrás así que seguí adelante… Las indirectas cayeron como lluvia de banderillas sobre los lomos de un novillo de año y medio, en corraleja de fiestas patronales… Decía la comadre vieja hablándole a Socorro…

-¡Ay mija! Qué bueno que trajimos plata que nos dio la madrina, porque si no… ¡Nos hubiéramos tenío que vení a pie! ¡Ja ja ja!
-¿Veddá compae? ¿Edchá pata nos hubiera tocao, veddá?

Yo forcé una risa a medio esbozar en aquella incómoda situación, oleadas de vergüenza y calor azotaban mi rostro. Seguir adelante, me dije… ¿qué más podía hacer? Llegamos en la graciosa vereda de El Obligao a una espaciosa casa solariega, a orillas del camino, donde nos invitaron a pasar. Era de una madre de familia de la escuela donde se oficiaba en ese momento la primera misa, pero no era todavía la de los niños, sino una misa de difunto. Aprovechamos ese compás de espera para elaborar con precisión el papel de los datos genealógicos de la niña, yo les gasté unas gaseosas entonces a las comadres para conjurar un poco el bochorno veraniego. Uno de los acompañantes era un hijo de Luis Padilla, el proverbial Pacho, quien salió en auxilio de la situación. Hombre experimentado en el tema, Francisco empezó a anotar con precisión las minucias de los datos que se pedían, para el diligenciamiento del documento bautismal. Se aclaró entonces quiénes eran los abuelos maternos, los paternos, sus nombres completos y documentos de identidad; los nombres de los padres, de los padrinos, etc. ¡Salió página y media de datos familiares! Hasta en eso fui inexperto yo. Antes que se acabara la misa de difuntos, nos encaminamos hacia la escuela de El Obligao, en cuyo salón grande estaba el sacerdote, tomándose un breve refrigerio, mientras la vieja y bondadosa maestra local hacía las veces de secretaria. 

Ella vendía las papeletas de bautizo y tomaba los datos para el diligenciamiento del acta de bautismo.  Nos hicimos entonces en la cola, llegado nuestro turno yo encabezaba la delegación familiar. Una vez frente a la mesa, le pregunté confiadamente a la profesora…

-Buenos días… ¿Cuánto cuesta la papeleta de bautismo?
-¡Vale doscientos cincuenta pesos, señor!
-¿Cómo? ¿Vale todo eso?
-¡Si señor!  Eso vale… ¿Los tiene  o no los tiene, señor padrino? ¡Apúrese que hay más gente en la fila!

Yo empecé entonces a sacar mis arrugados billeticos de veinte pesos y unas pocas monedas de mi bluyín. La madrina quien venía tras de mí, al notar mi apuro, me habló tranquilizadoramente, así…

-¡No te preocupes! Si no te alcanza yo aquí tengo dinero suficiente, dime cuanto te hace falta y yo los pongo entonces…
-¡No, no! ¡Ah bueno, sí! mejor dicho, sí… ¡Préstamelos todos que yo en la casa te los devuelvo!

La sonrosada e impecable chica me miró entre comprensiva y divertida y abrió su femenil monedero, para pasarme, acto seguido, cinco crujientes billetes de cincuenta pesos, nuevecitos. Tras de ella, la comadre, la mamá, la abuela y las tías de la niña, mal disimulaban sus risas, porque no se perdieron un ápice de la escena. Una de ellas salió al patio grande de la escuela a darle rienda suelta a las carcajadas, porque ya no podía contenerlas más. Entonces por allá por debajero se oyó este comentario…

-¡Carajo! ¿Hasta en eso? ¡Padrino pelongo hasta la cacha! Ja, ja, ja… ¡Qué chasco! ¡Qué vergüenza! Ja, ja, ja… ¿Y no que tienen plata? ¡Quién lo creyera!

¡Más banderillas!  Pero paciencia, padrino pelongo, paciencia, que aquello pronto llegaría a su fin. Una vez Viviana del Carmen fue bautizada y consagrada como cristiana, asistimos al complemento de la misa. La niña lucía radiante. Por cierto que el Padre Telmo Padilla al término de la eucaristía, lanzó una fuerte advertencia contra los padrinos presentes aquel día. Sus palabras exactas fueron estas, las cuales aún resuenan en mi mente como si fuera ayer…

-¡Ah! Una cosita muy importante, especialmente para los padrinos… ¡Esa papeleta que ustedes pagaron no la vayan a botar, porque ahí quedó consignado el futuro del ahijado o ahijada!  No sea que ahora lleguen y luego de emparrandarse por el bautizo y de mucho comer y beber, les vaya a dar daño de estómago. Y salga el padrino a media noche, en medio de la parranda, camino a la platanera porque tiene diarrea y a falta de otro papel con que limpiarse, acabe usándola para esos menesteres… ¡No vayan a hacer eso! ¡Guarden la papeleta de sus ahijados en un archivo bajo llave porque es muy importante!

En cuanto a mi refiere hice entrega formal de aquella suspirada papeleta a la comadre vieja, la madre de Socorro, comae Zenaida. Finalizada la ceremonia, nos dirigimos a la plazoleta de El Obligao a esperar el colectivo de regreso. Ya se acercaba la hora del mediodía. Tanta gente se subió en el único carro colectivo que salió, media hora más tarde, que los hombres que ahí veníamos tuvimos que cederles el puesto a las damas y venirnos colgados en la parte trasera del viejo jeep, de pie, con inminente riesgo de nuestra seguridad personal. La polvareda de la carretera destapada hasta Los Cañitos era proverbial, así que Pacho y yo comimos una buena y generosa ración de polvo caminero. Las pestañas nos terminaron rubias de la tierra. Cuando pasamos frente a la casa de la familia Pérez y de la casa de Blas Mercado –quien era trabajador de la finca-, toda aquella numerosa familia estaba reunida a la orilla de la cerca de alambre del camino. Cuando me vieron venir me hicieron fiestas, entre risas y chanzas me gritaron a voz en cuello…

-Padrino pelongo… ¡Ahí va el padrino pelongo! Ja, ja, ja…

Yo festejé el chiste porque enfurruñarme ya nada solucionaría y les dije adiós con la mano, con gesto divertido. ¡Así había sido y no lo podía negar, qué más daba ya! Pedí al conductor que me dejara entonces en la esquina antes de enfilar hacia la carretera Cereté – Lorica y ahí me bajé, a pocos metros de la finca de mis padres, volviendo a pagar solo mi pasaje porque nada de dinero me quedaba ya. ¡Estaba extenuado y hambriento! Tanta banderilla me había abierto el apetito. Entonces me dijeron las comadres…

-¡Ay compadre! ¿Y no va a ir a probar la gallina que gastó la madrina?
-Comadre, yo llego a la casa a descansar y ya pasó allá donde ustedes…

La verdad lo que yo quería era escapar cuanto antes de toda aquella incómoda situación. ¡Qué gallina ni qué nada, yo quería era irme para mi casa! Y así lo hice. Llegué a la casa cuando mis padres degustaban una humeante sopa de carne de res, al momento justo del medio día. Mi papá me preguntó entonces lo siguiente…

-¡Llegó el hombre del bautizo! -¡Ajá mijo!- ¿Y cómo te fue?
-¡Mal, papá! Muy mal. Lo que usted me dio me alcanzó apenas para los pasajes y para gastarles una gaseosa allá a las comadres, ahí como para medio disimular la pelonguera. ¡La papeleta del bautizo esa, costaba doscientos cincuenta pesos! ¡Imagínese! Usted me dijo que valía no más cincuenta. Eso sería antes, eso ya no es así…
-¿Verdad? ¡Ja, ja, ja! ¡Padrino pelongo entonces! ¡Ji, ji, ji!

Mi papá rió de buena gana cuando le conté todo el amargo peso de mis desventuras de aquel día. Días después fui hasta el campamento de Tobías Assis a devolverle a la madrina el dinero que me había facilitado. Aquella amarga experiencia fruto de la improvisación y la juventud, intenté corregirla un poco al año siguiente, cuando ya Viviana del Carmen contaba con casi dos añitos de edad; fui hasta donde entonces ella vivía junto con la comadre, en la misma vereda de Los cañitos y me resarcí obsequiándole unos aretes de oro, que había comprado en una fina joyería en Cartagena.

No sé si me libraría, con esa acción, del remoquete local de “padrino pelongo”, pienso que no, porque lo sucedido aquel infortunado día del bautizo, dio pie para risas y chanzas varios años después.  Y fue así como aprendí con prueba de fuego qué cosa era y significaba ser un padrino en mi tierra. Y los peligros espantables de convertirse en padrino pelongo, cuando la disposición económica y la solvencia no nos acompañan.

Madrid (Cundinamarca), abril 1° de 2015

Nabonazar Cogollo Ayala de 15 años en el puente Román, en Cartagena de Indias (Bol.) año 1985
Fotografía inédita




lunes, 30 de marzo de 2015

UN PASEO POR LA CALLE VIEJA DEL MERCADO EN SEMANA SANTA Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Típica vendedora de bollos de maíz, a lomos de su burrito...
UN PASEO POR LA CALLE  VIEJA DEL MERCADO EN SEMANA SANTA

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

La Semana Santa viene
La Semana Santa va…
Y nosotros nos vamos
Y no venimos más.

(Copla popular anónima)

Viene la Semana Santa o Semana Mayor. Tiempo de reflexión, recogimiento y también de muchos recuerdos. La Semana Santa vieja, aquella de hace treinta años o más irrumpe en la memoria con la fuerza desbocada de los huracanes embravecidos. La calle vieja del mercado se cerraba y ventas ambulantes de comidas semanasanteras hacían entonces su agosto. Toldos y toldos se extendían a lo largo del pequeño viaducto. El ambiente se embalsamaba con aquellos aromas que invadían el ambiente: nuez moscada, clavo de olor, canela y pimienta de olor, entre otras especias; para aderezar la chicha fermentada de arroz o de maíz.

-¿Y de dónde traen todas esas cosas, papá? –Preguntaba yo en medio de mi ingenuidad de niño-…
-¡Del monte mijo! ¡Mira! El palmito, el mamey, el zapote, la berenjena… ¡Estos son los mejores frutos de nuestra tierra mijo!

A mano derecha ofrecían las frutas necesarias para preparar el tradicional mongo mongo o calandraca, dulce de textura suave preparado sobre una base de panela negra de campo, con frutas diversas: mango, piña, plátano maduro, mamey. ¿El vocablo calandraca es de origen zenú? Pienso que probablemente sí, sólo que dicho dulce incluye elementos que no son propios de la América precolombina, como por ejemplo la base dulce de panela de caña de azúcar y los plátanos maduros. Aunque esto último no es concluyente. Sobreviven sinuanismos que denotan referentes muy diversos de lo que originalmente denotaban. Pero bueno, dejemos a un lado estas consideraciones etnolingüísticas y prosigamos con nuestro relato original...

Llamaba poderosamente mi infantil atención cómo se pesaban a granel las libras del aromático comino. Resulta indudable que nosotros los hispanoamericanos  tenemos una enorme deuda histórica con el lejano y misterioso Oriente. El mercado semanasantero del viejo Cereté no tenía nada que envidiarle al tradicional mercado de especias en Estambul la antiquísima Constantinopla de las mezquitas, de la imponente catedral de Santa Sofía –convertida por el líder musulmán Mehmet II en mezquita- y de las calles surcadas por derviches, aquellos viejos sabios que se extasiaban aun hoy en día para danzar en infinitos círculos bajo el efecto de múltiples sustancias psicoactivas. Pero dejemos a la misteriosa Turquía y volvamos a nuestro cálido Cereté. Prosiguiendo nuestro periplo, por la calle vieja del mercado se encontraba uno las ventas del delicioso  queso artesanal cereteano. Aquellos gigantescos bloques de ese queso que considero con toda justicia es el mejor del mundo. Los había de todos los tamaños, colores, olores, sabores y texturas. Había la variedad suave llamada queso picado. Se trataba de un queso cortado en cubos al momento de la quiebra de la leche cortada por el cuajo, que posteriormente se aderezaba en salmuera. También había miga de queso, la cual era semi amasada a mano y a la que se le dejaba abundante cantidad de suero. Y no podía faltar la deliciosa bolita de queso amasado. Se trataba de un queso exprimido manualmente y a la que también se le dejaba una buena cantidad de suero lácteo. Y el rey de todos. ¡El queso sólido costeño! Exprimido en cereta o molde de madera, drenado durante varias horas y prensado bajo varios kilos de peso. Este queso por ser tan seco se podía freír sin inconvenientes. ¡Qué queso holandés, ni qué queso madurado italiano ni qué queso suizo!  El queso de nuestra tierra era y sigue siendo el mejor del mundo, insisto. Sano, artesanal y netamente orgánico en su proceso de producción. Lástima que su tasa de producción esté sujeta a los regímenes de lluvias, porque si hay poco agua, se secan las pasturas.  A falta de pasto el ganado se enflaquece y merma la producción de leche. A falta de leche obviamente merma la cantidad de queso. ¡Es la ley de la naturaleza! En el interior de Colombia venden como el mejor de sus quesos el tradicional queso doble crema, que no podemos negar que es ciertamente delicioso. Pero no es muy aconsejable para nuestra salud – como alguna vez me lo prescribía un médico dietista- porque es excesivamente grasoso. En contraprestación –me decía el médico- el mejor queso para la salud humana es el queso costeño. Si le parece excesivamente salado, déjelo en agua de un día para otro. Si sigue estando salado, déjelo varios días cambiándole cada día el agua, concluía el facultativo.  ¿Sí ven por qué considero que nuestro queso es el mejor del mundo?

Prosigamos nuestro paseo por la calle vieja del mercado semanasantero en el antiguo Cereté. Pasados los puestos de queso venían las bolleras: colmenas y colmenas de esos inigualables envueltos de maíz, que también los había en todas las variedades posibles. Pasemos revista a algunas de ellas. Bollo limpio de maíz, ¡El ideal para acompañar el revoltillo de carne desmechada de hicotea con huevo de gallina de campo! ¿Qué es hicotea? Es una tortuga de río o bien de la ciénaga. Este maravilloso reptil quelonio de regular tamaño y cabeza trapezoidal es tan antiguo como el propio valle del Sinú. Los españoles cuando llegaron a estas tierras en el siglo XVI se aterraban de ver cómo los indios del Sinú la consumían y consumían también sus huevos. Inclusive los indígenas zenúes medían el tiempo por el ritmo regular del desove de las hicoteas (El mes de las hicoteas). ¿De dónde venían los bollos limpios de maíz? La capital mundial del bollo es la vereda cereteana de Martínez, seguida por la de Rabolargo. Así ha sido desde tiempos inmemoriales. Había también bollo de plátano maduro, bollo de yuca, bollo de maíz dulce y el más delicioso y popular de todos… ¡El bollo de coco aderezado con anís! Este singular manjar no tiene nada que envidiarle a los mejores dulces del mundo: el alfajor argentino, el turrón de jijona de España  o en la variedad de turrón de Alicante, las avellanas de la ciudad de Boston, capital del estado de Massachusetts  o bien los dulces variopintos del Portal de los Dulces en la Heroica Cartagena de Indias, nuestra antigua capital departamental. Las bolleras exhibían ante el público sus bollos de distintas clases apilados en forma piramidal sobre unos guacales de madera… Las bolleras semejaban monumentos vivos de la historia, hechos viandas, hechos ancestros, hechos raza, piel y costumbre que nunca jamás morirá.

-¡Bollo, coman bollo, coman bollo! Que semana Santa sin bollo no es Semana Santa

Decían las bolleras a voz en cuello. Después de las bolleras venía lo mejor… ¡La zona dedicada al bagre seco! El olor era fuerte e impregnaba tanto el ambiente que casi lo aturdía a uno. Olor a carne seca de pescado salado, tostado por la incandescente radiación del inclemente sol caribeño. Y las variedades también eran muchas… bagre pintado o bagre tigre, bagre bocón del río bajo, bagre de la ciénaga, bagre delgadito de barbas largas… en fin. ¡Lo que más llamaba mi atención era que mi papá preguntaba precios por aquí y por allá y a cada lonja de pescado seco que le ofrecían le quitaba un pedacito que de inmediato se engullía!  ¡Degustación auto servida! Aquellos bagres secos eran traídos algunos desde la señorial Lorica y otros desde las veredas ribereñas del río Sinú, el Caño Bugre o el Caño Grande de Lara. ¡Aquello sí era Semana Santa! Comida en abundancia, sobresaturación de nuestras mesas con comidas raras y pocas veces vistas en otras latitudes, como la ensalada amarga del cogollo del palmito, el acaramelado dulce de la calandraca ya antes mencionado o la dulce chicha de maíz o de arroz, endulzada con miel de monte y cortada con zumo de batata, que le daba un gusto muy especial.

Cuando los españoles llevaron a España la papa desde la ultramarina América;  presentaron dicho tubérculo en sociedad junto con la batata, otro tubérculo de piel rosácea purpurina de carne con regusto dulzón. Curiosamente la papa tuvo una inmediata acogida, junto con otros productos netamente americanos como por ejemplo el tomate (de origen azteca), el maíz (de origen azteca y antillano) y el chocolate (también de origen azteca); entre muchos otros. La papa se hizo popular y empezó a desplazar rápidamente al pan y al trigo en las mesas y alacenas españolas, aunque sin llegar a erradicarlo del todo. La batata fue rápidamente relegada al olvido. Pero no así su nombre. Cuando los españoles quisieron nominar a la papa confundieron involuntariamente ambos nombres: papa (voz quechua)  y batata (voz probablemente taína) en un nuevo sustantivo propio: patata. Y así quedó rebautizada para siempre la papa en tierras españolas, patata. Del español pasaría al inglés con la forma potatoe, al ruso con la forma cartofel, al ucraniano con la forma cartoschka y la forma nominal que me parece la más curiosa de todas, la del francés: pomme de terre (¡Manzana de tierra!).

Hacia la bonga vieja del mercado antiguo de Cereté le ofrecían a uno pescado fresco en abundancia: bochachico negro del río, cachana (que en el interior de Colombia la llaman cachama), bagre fresco, charúa, liceta, etc. ¡La tierra se abría y parecía ofrecer sus más preciados y venturosos frutos como la diosa zenú de la abundancia, la riqueza, la prodigalidad  y la alimentación! Ello me lleva a evocar a los antiguos romanos quienes rendían culto a Ceres, la diosa de la abundancia y su altar lo adornaban con granos de trigo dorado. ¡De ahí deriva la palabra cereal!
Nuestra Semana Santa desde siempre la hemos vivido en nuestra tierra más como una fiesta gastronómica que como una celebración religiosa de genuina reflexión y recogimiento, en honor a la verdad. Es entre nosotros más una fiesta del comer que del creer. Varias familias tradicionales cereteanas y cordobesas aprovechan la ocasión para reunirse en una casa grande con patio, para beber chicha, tomar tinto saborizado con canela, jugar cartas (burro, arrancón, canasta, veintiuna, etc.) o si no se congregan alrededor de un juego muy particular que también lo he visto en otras regiones del centro de Colombia: el cucunubá. Este juego consiste en una tabla dentada que se coloca en el suelo. Encima de cada orificio del borde de la tabla se han insertado previamente billetes de varias denominaciones. Se dispone la tablita en el piso o en un corredor, los jugadores se arman con bolitas de cristal a distancia prudencial, dos metros al menos y arranca el juego. Cada uno turnadamente hace su lanzamiento y el que tenga mejor suerte logrará que el bolinche atraviese por un orificio signado con un billete de alta denominación, lo cual no es para nada fácil. ¡Ello precisa de destreza, tino y buen pulso!

Nuestra Semana Santa es un maremágnum de aspectos del cual solo he tocado brevemente uno de ellos en esta columna. Haría falta abordar aspectos bien interesantes como los mitos y leyendas semanasanteros, las festividades religiosas, las creencias populares, los dichos y refranes, en fin. Finalizaremos esta columna con una mesa llena en abundancia con diversos platos: ensalada amarga de palmito picado, dulce de mongo mongo o calandraca, chicha fermentada de maíz, carne desmechada de hicotea acompañada con bollo limpio, sopa de palmito, bagre con zumo de coco y huevo de campo, arroz de frisol (fríjol pequeño), ensalada roja de remolacha, dulce de ñame y torta de yuca (el tradicional enyucado). ¡Cuidemos en estas festividades de la Semana Mayor la naturaleza! Las hicoteas están en vía de extinción y aunque son deliciosas debemos contribuir a su preservación. ¡Compremos solamente aquellas que son producidas en zoo criaderos, no las que son cruelmente arrebatadas de los hábitats de nuestras ciénagas para ser luego comercializadas en nuestros mercados! Para el domingo de ramos no llevemos palmas naturales cuya obtención atenta directamente contra nuestra riqueza vegetal. ¡Llevemos plantas vivas en materas para ser consagradas, según ya lo autorizó la jerarquía católica a nivel nacional! 

No abusemos de las comidas y tampoco de los condimentos excesivos. Lo muy dulce, muy picante, muy saborizado, muy ácido  o muy salado es un atentado contra el hígado y el páncreas. Los viejos ya lo sabían y por ello en tiempos de Semana Santa tomaban de tiempo en tiempo una infusión fría de agua de berenjena, para “desintoxicar el organismo” –según decían-. Apreciados lectores de esta columna, que Dios los bendiga, vivamos estas festividades felices, en paz con Dios, con nuestra conciencia y con la naturaleza. Para cerrar, un pequeño pero significativo homenaje a la calle vieja del mercado como una forma de honrar un pasado que nos llena de orgullo y exalta ante el futuro nuestra idiosincrasia, para construir un mañana mejor dueños de una conciencia más propia que nos hace ser más nosotros mismos. Quiera Dios que un día no muy lejano pueda ver este poema inmortalizado en una placa al inicio de dicha calle como se acostumbra en las callejuelas coloniales del centro histórico de Cartagena de Indias

Antiguo centro de Cereté (Córdoba) antes del pavoroso incendio de 1963 que le diera su fisonomía actual
EL VIEJO MERCADO DE CERETÉ

Calle vieja del mercado, calle llena de recuerdos…
Donde brotan como sombras los fantasmas a granel.
Aquí estuvo al pie sentado con sus frutas el ventero
De mameyes y caimitos, tan sabrosos como miel.

Allá fue la vendedora de canela y de comino…
¡Aromáticos tomillos, nuez moscada por doquier!
Se elevaban a los aires los aromas bendecidos
Que hechizaban el ambiente con su magia del ayer.

Allá estuvo la bollera con su dulce mercancía,
Acá estuvo el de los quesos que delicias ofrecía…
Más allá estaban los bagres tan dorados como el sol.

¡Tierra amada, Tierra mía! ¡Aquí brota tu riqueza!
Tan grandiosa como el valle del Sinú que un pie te besa
Y te ofrece palpitante su oración en español.

Yopal (Casanare), abril 10 de 2011
nacoayala@hotmail.com


sábado, 14 de marzo de 2015

MI FAMILIA SINUANA (Poema de valores familiares y regionales)

CELEBRACIÓN DEL 12 DE OCTUBRE POR PARTE DE NIÑOS DEL
CENTRO DOCENTE RURAL MIXTO DE RUSIA, AÑO 1985, ZONA RURAL, CERETÉ (CÓRDOBA)
-Foto inédita-

LOS NIÑOS ELEVAN LAS BANDERAS DE LOS DISTINTOS PAÍSES DE AMÉRICA MIENTRAS CANTAN EL HIMNO DE LAS AMÉRICAS
MI FAMILIA SINUANA
(Poema de valores familiares y regionales)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Gracias Padre, Señor de los cielos
Por brindarme un hermosa familia…
La mejor que hoy existe y que quiero
Con amor que en mí nunca se olvida.
Mi familia es mi padre y mi madre
Mis hermanos también mis abuelos…
Y mis tíos que son otros padres
Que me ofrecen amantes desvelos.

Mi familia es la cuna amorosa
Que de niño por siempre ha acunado…
Mi existencia con faz cariñosa
Y amorosa atención y cuidado.
Mi familia es mi madre a mi lado
Cuando siente que me he puesto enfermo.
Con solícito amor desbordado
Mil remedios me da su ser tierno.
Mi familia es papá siempre atento
Quien orienta mis muchas tareas…
Él trabaja, mas saca un momento
Para hacerme entender lo que sea.

Mi familia es mi bella abuelita
¡La más tierna y hermosa que existe!
Ella siempre me mima, bonita,
Con sus premios de amor y confite.
¡Viva siempre mi hermosa familia!
Y mi patria Colombia la grande…
Soy de aquí, pues nací yo a la vida
En un bello país junto al Ande.
Soy un niño sinuano y adoro
A la bella región cordobesa.
Donde el padre zenú con su oro
Asombrara a este mundo en belleza.

Aborigen de raza valiente
Fue el zenú quien aquí conviviera…
Trabajando este valle excelente
Con orgullo de raza pionera.
Hombres recios fueron mis ancestros
Y orgulloso lo siento en mis venas…
¡Fueron grandes como mis abuelos!
¡Y elevaron su recia bandera!

¡Es por eso que grito a los vientos…
¡Soy un niño sinuano, orgulloso!
¡Descendiente de un pueblo que siento
Palpitar en mi ser con gran gozo.
En mi tierra sinuana hay grandeza
Hay trabajo y ruidosa alegría…
¡Y por eso mi altiva cabeza
Yo levanto con sana hidalguía!

Madrid (Cundinamarca), junio 3 de 2013

sábado, 7 de marzo de 2015

VIEJOS MITOS Y LEYENDAS EN TORNO A LA SEMANA SANTA SINUANA (Crónica)


VIEJOS MITOS Y  LEYENDAS EN TORNO A LA SEMANA SANTA SINUANA
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
 
BLAS ARCADIO MERCADO SUÁREZ
Narratólogo natural y espontáneo, oriundo de la vereda de San Antonio del Táchira (Ciénaga de Oro), radicado en la zona rural de Cereté (Córdoba) en la década del sesenta.
Cereteano por adopción. En la actualidad cuenta con 60 años y vive en la vereda de Los cañitos, rodeado por sus 2 hijas y varios nietos.


Había en la casa vieja de mis padres un trabajador cuyo nombre era Blas Arcadio Mercado Suárez, oriundo de una vereda de Ciénaga de Oro llamada
San Antonio del Táchira. Blacho Merca –como lo acostumbrábamos llamar cariñosamente en la casa, llegó a la finca de mis padres siendo él apenas un adolescente, hacia 1964 o 1965 quizás. Yo aún no había nacido. Los años le pasaron en nuestra finca, cuando yo tuve conciencia suficiente como para recordarlo ya él había franqueado el umbral de los treinta años. En la vereda de Los Cañitos (Cereté) consiguió esposa, Rosa Pérez, con quien tuvo tres hijos. Al parecer Blas jamás regresó a su natal San Antonio.  Siendo yo apenas un niño, entre diez o doce años recuerdo los abundantes mitos y leyendas que la mente privilegiada de Blas me contaba a propósito de la Semana Santa o Semana Mayor. El día Viernes Santo yo le preguntaba, entre divertido y curioso…

-¡Blas! ¿Qué va a pasar el día de hoy?

Asumiendo una postura de docta suficiencia me respondía…

-Hoy a medio día a la mata de Escobilla le sale un carbón en la pata (es decir en la raíz). A los palos de mango les salen las Higas…

Estas últimas eran una especie de abultamiento repentino que salía entre la corteza del árbol y la madera. Abultamiento este que se extraía rápidamente con un cuchillo para descubrir una curiosa pelotica hecha de madera. ¡Ciertamente se trataba de un prodigio! Alguna vez tuve la oportunidad de sacar una yo mismo. Continuaba Blas Mercado su relato…

Esta noche -Viernes Santo- a las doce de la noche los goleros cantan (es decir los gallinazos) y cae en el suelo la flor del higuerón. Un hombre animoso que la quiera, tiene que levantarse antecitos de la media noche y extender debajo del palo del higuerón una sábana blanca. Luego tiene que sentarse en una de las cuatro esquinas del lienzo con las piernas en cruz -en postura de flor de loto como dirían los budistas en el Oriente-. Ahí hacia el punto de las doce de la media noche, le saldrá un hombre negro con una voz cavernosa como de trueno y ojos encendidos como dos brasas, que le dirá lo siguiente…

-¡Ya tú sabes quién soy yo! ¡Si estás aquí es porque algo quieres conmigo! ¡Si no, no hubieras venido!  ¿Pa´ qué quieres la Flor del Higuerón? ¡Tienes que decirme para qué la quieres y demostrarme que eres merecedor de ella!

El hombre no tiene que tenerle miedo y no darle nunca la espalda al Diablo, porque se lo come. Debe esconder entre la mano derecha un escapulario bendito por el cura del pueblo, para defenderse del Príncipe de las Tinieblas, porque si le da lado, se llamaba,  –Decía Blas entre grandes aspavientos-.  El hombre entonces le dice…

-¡Yo quiero la Flor del Higuerón pa´ peliá! ¡Pa´ que ningún hombre me gane peleando a los puños!
-¡Muy bien! Allí la tienes…

Acto seguido en el centro de la blanca sábana caerá como por arte de encantamiento, la grande y aromática Flor del Higuerón, tan bella, mágica y atrayente como la irresistible flor de loto que comieron los hombres de Ulises, para nunca jamás regresar a sus hogares y quedar presos de su misterioso e indescifrable hechizo según lo narra el legendario poeta griego Homero en La Odisea

El hombre de la sábana se abalanzará deseoso sobre la Flor del Higuerón, la cual deberá guardar en su seno, es decir, sobre el corazón para el resto de su vida. La flor permanecerá viva y con sus colores naturales como si aún se mantuviera prendida al pedúnculo floral.

-¡Oiga compadre! –Le recuerda entonces el hombre negro-. ¿No será que se le está olvidando algo? Allá debajo de aquel palo de mango está aquel moreno que dice que usted tiene que pelear con él, porque si no lo mata…
-¡Listo! Va pa´ esa… 

Dice nuestro hombre, animado ya por los mágicos efluvios que empiezan a irradiar en todo su cuerpo los pétalos nacarados de la Flor del Higuerón, que se ha prendido misteriosamente a la piel de su nuevo dueño, haciéndose ahora piel con la piel. Y efectivamente bajo de un imponente árbol de mango de corazón, se veía un boxeador de estatura descomunal, con piel oscura y hercúleos brazos de pugilista. Su aliento más que de hombre parecía de toro. ¡El combate prometía ser brutal! Nuestro hombre sin dejarse amedrentar por aquella misteriosa aparición del Averno, se abalanza hacia el boxeador, más decidido y temerario que consciente de sus actos. La ruda pelea comienza. Un puño cerrado y duro como la piedra se estrella contra la mandíbula del boxeador de ultratumba quien se cimbra en todo su ser y responde con un demoledor derechazo que el Hombre de la Sábana alcanza a esquivar con elásticos reflejos. Un nuevo puñetazo de este se estrella contra la carótida del pugilista y pese a la diferencia de estatura entre el hombre real y el hombre fantasmagórico, el golpe pleno hace tambalear a este último, quien ahora cae de espaldas trastabillando para perder para siempre el equilibrio de manera aparatosa. Aquella aparición del averno queda tendida en el suelo mientras nuestro Hombre de la Sábana se repone de aquella repentina liberación de adrenalina. Segundos después el pugilista del otro mundo se ha esfumado. El hombre negro se le aparece a nuestro Hombre de la Flor del Higuerón para verificarse el siguiente diálogo…

-¡Buena esa hombre, buena esa! ¡Sabes usar muy bien esos golpes de tus nudillos! De ahora en adelante no habrá hombre ni normal ni ayudado, que te pueda derrotar! ¡Te la ganaste en franca lid, úsala para el bien nunca para el mal!

Y así, el hombre recoge su blanca sábana del suelo, se le echa al hombro y se va contento con su flor….

-¿Cómo así Blas? ¿La Flor del Higuerón nunca se debe emplear para el mal?
-¡No, Nunca! El Diablo te la da, pero si la empleas para el mal la Flor del Higuerón un día te llevará. Pero si la empleas solamente para el bien, llegará el día en que ya no la tengas pegada a la piel y ya  te hayas liberado de ella para siempre. ¡Ese día ella volverá de nuevo al palo del Higuerón, hasta el año entrante cuando venga otra nueva Semana Santa y otro hombre arriesgado y animoso venga por ella!

-¡Qué bonita esa historia Blas a la vez que terrible! ¡Cuéntame esa otra que me contaste el año pasado de los Hombres de Oro que te salieron allá en el palo grande de laurel de la división del ganado, allá atrás!

¡Ah sí! Eso fue cuando yo era muchacho que todavía no me había casado con Rosa. Yo tenía como veintidós años, más o menos. Don Nabo aún no había comprado la finca pequeña de Calderón.  La Florida llegaba entonces hasta la segunda división del ganado, la del palo grande de laurel tumbado que hay allá, ese que está caído a medio lado por un rayo que le cayó pero que no alcanzó a tumbarlo del todo. Yo una noche venía en el caballo viejo, el Parranda y venía de ese lado. El Parranda tenía sed así que me arrimé al bebedero largo de concreto con forma de T que tu papá mandó a colocar allí. Serían como las once y media de la media noche más o menos y precisamente era Semana Santa, pero todavía no llegaba el Viernes Santo. Oiga, yo llegué ahí al bebedero y el viejo Parranda estaba bebiendo, yo no desmonté. En esas estaba cuando yo vi del otro lado del palo grande de laurel un resplandor intenso como si fuera un bombillo de varias bujías que estuviera por ahí encendido. Calladito la boca me bajé del caballo y le dejé la rienda larga para que siguiera bebiendo agua en el abrevadero y para que comiera un poco de pasto de la pangola.  Me escondí tras del tronco de ese palo que como tú sabes es grueso y alto como un edificio y es bastante nervudo… ¡Ah sorpresa! Pude ver algo así como una caverna subterránea que se abría en la cara posterior del árbol, a la cual se accedía por unas largas escalinatas resplandecientes. Unas especies como de puertas hechas de la corteza aún viva de la gigantesca planta, se abrían y dejaban ver en su interior aquel recinto precioso todo enchapado en oro resplandeciente como si se tratara de  otro mundo u otra dimensión. ¡Salía mucha luz pero ignoro de dónde venía! Lo cierto es que allí dentro todo era de oro puro y macizo. Se veían unos seres, una especie como de rey. Este era un hombre alto de gran apostura de unos cuarenta años quizás, tocado en su cabeza con una alta corona de oro puro, que se remataba con gemas que jugaban con aquella luz mágica. Alcanzo a recordar que eran diamantes y rubíes. Este rey de las profundidades de la tierra estaba vestido con una larga e imponente túnica de seda dorada hasta los pies, bordada con hilos de oro que imitaba en sus diseños la filigrana más fina. En su mano derecha tenía una larga vara de oro rematada con un diamante esférico, a manera de cetro o bastón de mando. Lo acompañaba una señora vestida de similar manera que me imagino sería la reina, su esposa, porque cuando ella le hablaba le decía…

-¡Mi Rey y señor, la reina su esposa e indigna servidora!..

Aquel rey y su señora la reina salieron de ese maravilloso recinto. Yo estaba alelado con todo aquello pero no me podía dejar ver de ellos, por nada…

-¿Por qué Blas?

¡Porque en ese mundo todo es hermoso, todo es atrayente y todo es hechizador también! ¡Ese es el mundo del Encantamiento del Oro! Cuando yo era pelao por allá en Planeta Rica ya me habían hablado de él. Si esos reyes y sus esplendidos servidores –que los tienen y en gran número-, se te llegan a aparecer, te ofrecen oro y piedras preciosas y tú no te puedes negar. Ellos tienen ojos grandes, negros y pestañudos que lo embrujan a uno… ¡Uno de mil amores se va con ellos! Y te alojan en esplendidos palacios bajo de la tierra y te ofrecen la comida más deliciosa que tú jamás hayas probado en toda tu existencia…. ¡Pero tú nada de eso deberás comer, ni dormir en esas camas ni aceptar nada de aquellos maravillosos placeres y lujos!  Porque si lo haces te empiezas a olvidar de los tuyos, de tus seres queridos. Pero aun cuando así fuera, hay algo que te salva y que a ellos les da mucha rabia…

-¿Qué cosa?

Que en el mundo de arriba, de la superficie, los tuyos te extrañen, te recuerden, te lloren y te hagan velorio… ¡Ellos eso no lo soportan, no lo consienten! Les da una especie como de soberbia cuando alguien acá arriba te llora. Y te cogen a patadas y te echan de su mágico mundo de oro. Tú pierdes entonces el conocimiento ante toda esa andanada de golpes que entre reyes y servidores reales te dan… ¡Luego despiertas a la orilla de la ciénaga o del palo grande de laurel donde todo comenzó! ¿Si me entiendes ahora?  

-¡Cristo bendito! ¿Y todo eso es verdad, Blas?

Sí señor… A mí esa vez casi me llevan porque el Parranda se alejó mucho y se puso a resoplar porque habían unos mosquitos que lo estaban molestando. Los reyes esos que estaban todavía por fuera de aquel recinto escalonado de oro, voltearon entonces a mirar. Pero vieron al caballo viejo ese solo y a mí no me pudieron pillar. Aunque llamaron a grandes gritos a unos pajecitos de la reina para que salieran a mirar, alumbrándose con unas fantásticos farolitos de oro puro y vidrios de diamante, a ver si era que por ahí andaba alguien. Yo me metí entre una de las grietas que formaban las raíces de aquel viejo palo y como yo estaba vestido de negro y con camisa marrón, me bajé el ala del sombrero vueltiao y pasaron de largo y no me vieron…

-¿Cómo eran esos pajecitos?

Eran unos muchachitos muy graciosos, como de unos quince o dieciséis años, pero sé que los hombres y mujeres del Mundo del Encantamiento del Oro viven miles de años. Nosotros para ellos somos unos pobres seres que apenas si logramos vivir máximo setenta u ochenta años. Aquellos singulares pajecitos se vestían con pantalones bombachos de seda dorada a media pierna y usaban en el cabello adornitos de oro con forma de mariposas. Las camisas eran de mangas largas bombachas recamadas de oro resplandeciente. Y en los codos y rodillas llevaban tintineantes cascabeles de oro y plata. Su piececitos eran calzados por zapatos de grana negra, adornados con una amplia hebilla de plata y un cascabelito de oro puro en el talón. ¡Gracias a esos cascabeles pude saber cuándo venían y cuándo se fueron finalmente!

-¿No te llamó  la atención irte con ellos, Blas?

¡Nombe! Yo los quería mucho a ustedes que eran como mi familia… ¡Yo que me iba a ir con esa gente para nunca más volver a salir de esas profundidades, por más oro que tuvieran o que me dieran! 

-¿Y cada cuanto aparecen esos seres del Mundo del Encantamiento del Oro?

Esos salen cada Semana Santa, donde hay palos grandes y viejos o a las orillas de caños o de ciénagas… Esa vez tocó a ese palo. Otra vez será a otro y así…

La pureza e ingenuidad de estos relatos nos sobrecoge el alma y el corazón. ¡Esa es nuestra tierra, nuestros campesinos, nuestros hombres y mujeres de esta tierra, que fabulan sus mundos interiores viendo en el interior de la tierra lo que renace y pulula en el interior de ellos mismos!

Que Dios nos bendiga y proteja a todos y a cada uno de nosotros en estas maravillosas fiestas de la Semana santa o Semana Mayor. ¡Quise en la columna del día de hoy rendir un cálido tributo a unos viejos y enmohecidos recuerdos de mi niñez, que fueran pintados en su momento con colores y matices tan espectaculares que me parecieron dignos de ser compartidos con todos mis conciudadanos cereteanos! Estos recuerdos y crónicas no pertenecen a Blas Mercado ni a mí ni a nadie en particular… ¡Pertenecen a todo un pueblo, toda una raza, toda una colectividad que fortalece los lazos invisibles de su identidad y de su mismidad a través de los mitos y leyendas frutos de nuestra tradición oral, que perpetúan nuestra mentalidad de padres a hijos y nos hacen ser más nosotros mismos! ¿Absurdos? ¡No! ¡Nuestros simplemente! Tan verdaderos  en su ingenua verdad enunciada como prístinos y cálidos en sus manifestaciones. Tanto más verdaderos cuanto más nuestros, cuanto más propios y telúricos.

Apreciados lectores que Dios los fortalezca y haga felices en esta cálida Semana Santa, esperemos que el año entrante por estas mismas calendas podamos estar refiriendo otros episodios de la mágica Flor del Higuerón, de las higas de los mangos, de la mata de Escobilla o del Mundo del Encantamiento del Oro, para deleite de nuestros lectores.  ¡Dios nos proteja a todos!

nacoayala@hotmail.com
 
JERÓNIMO BERROCAL (derecha, con sombrero)
FOTOGRAFÍA CON SUS PRIMOS PEQUEÑOS HACIA 1966, APROX.
EN UNA FIESTA PATRONAL DE CERETÉ
BLACHO MERCA
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Homenaje de gratitud y cariño a
Blas Arcadio Mercado Suárez,
Mago insomne de los relatos maravillosos en mi niñez…

Señor de las historias de lejanas resonancias
Amigo de la infancia y fiel mentor de juventud…
Con mágicos pinceles de dorada excelsitud
Trazabas vivos cuadros con tu verbo de distancias.

Y entonces te hacías otro, la emoción con vivas ansias
Llevaba tu relato hacia la magia en plenitud…
El oro refulgía, ponderabas su virtud
En ese mundo etéreo de lumínicas estancias.

¡Dorados esos tiempos, apreciado Blas Mercado!
Cuando tu mente fácil me llevaba hacia otro lado
Por un sendero pleno de luciente ensoñación…

Los años se marcharon más jamás fuiste olvidado
El tinte iridiscente de esos lienzos del pasado
¡Hoy brilla más que nunca en un fraterno corazón!

Madrid (Cundinamarca)
Agosto 27 de 2014