AVENIDA DEL RÍO Cereté - Córdoba A orillas del Caño Bugre Fotografía inédita Abril de 2015
EL CERETÉ VIEJO
(Poema criollo)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Yo
siento que la tierra mía
Hermosa
es como un mochuelo
Que
canta finas canciones
Del
aire al caño y el cielo.
Cumbiambas
y melodías
Con
porros que dan aliento.
Y
espantan de las tristezas
Dolores
y desconsuelos.
A
orillas del caño Bugre
Que
escucha y canta en silencio.
¡Todo
lo que ha visto el caño
No
tiene historia ni cuento!
Abuelos
me lo contaban,
Decían
que en el tiempo viejo
La
riqueza era muy grande
Y
Cereté era pequeño.
La
calle vieja rabiza
Donde
está todo el comercio[1].
Era
como un rabo largo
Que
tuerce su senda al medio.
Había
casas bien altas
De
tablas y frescos techos.
Con
corredores alzados
De
ladrillos y cemento.
La
gente muy elegante
Usaba
ropa de género.
Los
viejos muy estirados,
Llevaban
caqui y sombrero[2].
Señoras
bien recatadas
Lucían
sus vestidos bellos.
De
olán y sedas muy finas,
Que
el turco vendía en el centro.
Las
chicas adolescentes,
Hermosas
como un florero.
Lucían
como bellas perlas
Guipur,
tornasol y fieltro.
Las
gentes del populacho
Vestían
otomana y luego[3],
Cuando
hubo platica buena
Los
hombres su dril lucieron.
¿Y
dónde se conseguía
Desde
la coleta al género?
En
las tiendas de los turcos
Que
había en todo el comercio.
Allí
todo revendían
Traído
de Lorica al puerto…
Por
el caño Bugre grande
Que
entonces sí que era grueso.
Se
hallaban ollas de barro,
Tinajas
y tinajeros.
Y
rulas y cucharones
Y
limas hechas de acero.
También
güelentina fina
Y
brillantina pa´l pelo.
¡Todo
lo vendían los turcos
Que
un día llegaron de lejos!
La
vela cartagenera,
También
la esperma de sebo
De
junto del turco había,
Abarcas
de tres puntadas
Hechas
de zurriago viejo
Con
que el pueblo raso todo
No
andaba pata en el suelo.
La
juventud desbordante
Usaba
sedas de lejos.
Porque
la coleta tosca
No
gusta a los mucharejos[5].
Manteca
bien colorada
Con
qué fritar alimentos
Era
de la tierra mía
Lo
que más vendían los viejos.
En
las tiendas de los turcos
Había
frascos bien llenos
De
dulces y arrancamuelas
Y
buchepavos al medio[6].
Aceites
de fina esencia
Y
el de comer que era bueno,
Cuando
los pelaos chiquitos
Se
tapaban por necios.
Pa´
cubrirse la cabeza
De
estos soles tan recios…
Vendían
cocobolo basto,
Sombrero
de napa al viento[7].
Y
a las gentes más pudientes
Les
vendían vueltiao bien hecho.
Con
hebras de caña flecha,
Quinceano
o diecinuevero.
Y
el amansa loco áspero
Era
un suéter muy grueso.
Hecho
con lanas crudas,
Que
usaba el algodonero.
Vendían
gas de alumbrarse
Por
chivos al menudeo[8]…
La
gente llevaba frasco
O
cóncolo para traerlo.
Y
el almidón lo vendían
Para
planchar los coletos,
Dejarlos
bien tiesecitos,
Templados
cual penca ´e cuero.
Y
el taburete de antaño
Junto
al burriquete viejo…
Todo
y más ofrecían
Los
turcos del ventorrero.
¡Hermosa
era la rabiza!
La
calle del gran comercio…
Vendían
de todo los turcos
Y
Cereté era muy bello.
Recuerdos
que se me agolpan
En
la memoria yo siento
Que
hacen hermosa a la tierra
Vivida
por mis abuelos.
Te
quiero tierra adorada
Te
quiero porque yo llevo
Sembrada
en el alma toda
La
vida de tus recuerdos.
Y
aunque no viva en tus casas
Y
aunque no pise tu suelo…
Palpitas
en mi conciencia
Como
el niño ama al abuelo.
¡Que
Dios te bendiga siempre
Mi
Cereté de recuerdos!
Porque
de cara al futuro
Conquistas
recuerdos nuevos.
Madrid
(Cundinamarca)
Mayo
14 de 2015
[1]
Calle rabiza: Hacia 1921 (aprox.) nombre
infamante y burlón que se le dio a la calle central del comercio, porque para
una fiesta del 11 de noviembre (Independencia de Cartagena de Indias), quedó en
último lugar en el concurso local de la calle más adornada. Para quitarse el
remoquete burlesco sus habitantes decidieron rebautizarla Calle del comercio, como se conoce aún hoy en día.
[2]
Era costumbre generalizada en los municipios del antiguo departamento de
Bolívar que los hombres, generalmente adultos y mayores, usaran pantalones de
tela supernaval o caqui, bien planchados y almidonados. Con camisas manga
larga, generalmente blancas. Se amainaba un poco el sofocante calor con un
sombrero sabanero de alas anchas.
[3]
Otomana: Tela antigua muy barata, que
generalmente se usaba para forrar colchones. Vestirse de otomana llegó a ser
sinónimo local de condición muy humilde. En principio esta tela era importada y
distribuida en los municipios ribereños de Córdoba y Bolívar por los
inmigrantes sirio libaneses. Después fue producida en el país.
[4]
Chivo: era la denominación popular
antigua para la moneda de un centavo, acuñada por lo general con aleación de
cobre.
[5]
Coleta: Tela tosca antigua de origen
español, fue introducida localmente por los primeros colonizadores y con metros
de coleta se llegó a pagar e jornal semanal de trabajo, en algunas haciendas y
aparcerías sinuanas antiguas.
[6]
Golosinas cordobesas antiguas, hoy en día venidas a menos. Las arrancamuelas eran dulces hechos de azúcar fundida, teñidos de
rojo con esencia de cola. Les adicionaban un poco de coco fino rallado. Los buchepavos eran pepitas pequeñas de
colores varios, hechas de azúcar pulverizada. En su centro tenían una semilla
de ajonjolí.
[7]
Cocobolo: Sombrero barato popular,
hecho con caña flecha, generalmente coloreada con tintes de anilina. Los
recogedores de algodón acostumbran usarlo para defenderse del látigo de la
resolana canicular.
[8]
Gas: Nombre local con que se denomina
aun hoy en día al derivado del petróleo que en otros lugares es denominado kerosene.
|
Espacio dedicado al estudio de las ciencias humanas y sociales en la ilustre Capital del Oro Blanco. Se publicarán artículos, crónicas, ensayos, poemas alusivos y reflexiones, cuyo eje sea Cereté. Los textos son responsabilidad de sus autores, lo mismo que su material gráfico. Están registrados en la DNDA, los cobija la ley de propiedad intelectual. Se pueden emplear siempre que se haga la debida cita bibliográfica y/o web gráfica. Los ensayos están respaldados por investigaciones históricas.
SOL OMNIBUS LUCET
jueves, 14 de mayo de 2015
EL CERETÉ VIEJO (Poema criollo)
viernes, 3 de abril de 2015
¡BATALLA CAMPAL EN EL CALLEJÓN MÉNDEZ EN 1981! (Crónica)
VISTA AÉREA DE LA CAPITAL DEL ORO BLANCO, CERETÉ - CÓRDOBA |
¡BATALLA CAMPAL EN EL CALLEJÓN MÉNDEZ EN 1981!
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
A la memoria de Eduardo Alonso Rois Becerra (Lalo),
De Mario Nicolás Cogollo Petro y
de Chú… (q.e.p.d.)
Inolvidables compañeros de la época del internado.
Porque su recuerdo es inmortal e imperecedero
Como el broce de una campana
Y tañe en el cuadrante de la eternidad.
Corría el referido año 1981 y yo entonces contaba 13 años de
vida y me hallaba cursando lo que entonces fuera mi primer año de bachillerato, en el Colegio San Carlos, de los hijos del
vicealmirante Orlando Lemaitre Torres en la heroica ciudad de Cartagena de
Indias. Mi padre había determinado enviarme entonces a un internado de
muchachos de provincia provenientes de distintos lugares de la costa, el cual
funcionaba en casa del educador cartagenero Adalberto Díaz Caballero, en el
barrio Pie de la Popa, callejón Méndez de la bella ciudad. Se trataba de
una modesta pensión tipo familiar, provista de varias habitaciones. Ahí mismo
el exigente y tradicional profesor Díaz vivía junto con su esposa Magola y sus
tres hijos, quienes de la menor al mayor eran respectivamente Magolita, Dayléster
y Blas Adalberto; con quienes llegué a tener un trato fraternal, que se estrechó
con el paso de los años y que aún se mantiene vivo.
Las tardes entre semana en
el mencionado internado transcurrían en medio de la acalorada rutina de la
siesta posterior al almuerzo, luego de llegar por las tardes del colegio, la
levantada tipo 4 pm para ir a estudiar hasta la hora de la cena en la noche;
con el ratico de televisión, que congregaba a los 21 o 22 internos que entonces
éramos. Dicho sea de paso, había muchachos provenientes de Astrea (Cesar), uno
de Zambrano (Bolívar), dos descendientes de sirio-libaneses acaudalados,
provenientes del fronterizo municipio de Maicao (Guajira). Otros dos provenían
de Uribia (Guajira), uno de Santa Marta (Magdalena), uno de Cereté (Córdoba), -que
después pasaríamos a ser dos, cuando mi primo Mario Nicolás Cogollo Petro se
fuera para allá;- y había al menos cuatro o cinco internos más, provenientes de
Valledupar (Cesar), entre ellos Marco Tulio López Pérez... ¡Veintitantos
jovenzuelos en total!
Los fines de semana las tardes transcurrían entre el pesado
sopor del calor cartagenero y las eternas suspiradas por la frustración de no
tener con qué ir a la playa, así fuera solo un ratico. ¡La consabida peladez de
los estudiantes era proverbial en aquel sitio, con una que otra excepción! La
entrada a cine costaba cuarenta pesos y eso entonces para nosotros era todo un
dineral. Para superar un poco aquellos inconvenientes el profesor Díaz había comprado
por entonces un televisor a color de última generación. A partir de lo cual
fueron un poco más amenas las tardes de sábado y domingo, viendo la desabrida
oferta televisiva nacional de la TV de los ochentas en Colombia, por cuenta de
los consabidos enlatados gringos, doblados en México: Baretta, Petrochelli, la Mujer Maravilla, la Isla de la Fantasía,
etc. El norteamericanizante cine de Hollywood era mejor que nada.
TARDE DE RECOCHA EN EL INTERNADO DÍAZ |
De otra parte, las relaciones nuestras con los muchachos
hijos de las familias que vivían en las solariegas casas estilo republicano a
lo largo del tradicional callejón Méndez, no eran precisamente las mejores.
Aquellos rufiancillos de ciudad se mostraban despectivos hacia nosotros y nos
hacían la burla, por considerarnos corronchos,
pueblerinos, pata en el suelo, etc. Y los roces y enfrentamientos no se
hicieron esperar. Los ánimos empezaron pronto a caldearse. En cierta
oportunidad uno de ellos me preguntó…
-¿Y tú de dónde vienes?
Sacando pecho le dije…
-¡Vengo de Cereté,
departamento de Córdoba! ¡La Capital del Oro Blanco!
Con una mueca de burla en el rostro el mozalbete me espetó
entonces…
-¿Departamento? ¿Quién
ha dicho que eso es un departamento? ¿Eso no es una intendencia o una
comisaría? ¿Igual que el Amazonas?
-¡Claro que es un
departamento! ¿Es que no te lo han enseñao nunca?
-¡Ja, ja, ja!
Departamento es Bolívar y su capital, Cartagena… ¡Tú vienes es de allá abajo,
del monte, con el cadillo pegao a la abadca! Ja, ja, ja… ¡Abaccú! ¡Regrésate
pa´l monte! Ja, ja, ja… ¡Busca tu charco babilla! Ja, ja, ja…
La juvenil gallada que acompañaba al pelafustán aquel
celebró de buena gana el chiste a costillas de mi tierrita, optando yo por
quedarme todo callado ante la andanada de burlas hirientes por ser pueblerino. Y
estos chistecitos ofensivos empezaron a ser repetitivos y constantes. Cuando
mis compañeros de internado, en amena tertulia vespertina, hablaban de su Valle del alma, de su Maicao, de su Urumita, etc., y uno de aquellos atrevidos locales, al pasar ya
fuera en bicicleta o en monopatín, les gritaban…
-¡Ahí están los
corronchos! ¡Los montunos! ¡Váyanse pa´ su tierra padtía de pueblerinos! Ja,
ja, ja…
En semejante caldo de cultivo, los odios y los
resentimientos mutuos no tardaron en aparecer y esperaban la menor oportunidad
para explotar y hacer de las suyas.
Cierto fin de semana, -considero que el mes sería en las
postrimerías del año, muy seguramente noviembre-, nos quedamos solos en la
casa. Los mayores que eran los cesarenses Jaime Villazón Sánchez y su hermano
Armando (el Negrito), junto con Lucho Garzón, -el hermano de la señora Magola-,
quedaron entonces a cargo del internado. El profesor salió de paseo junto con
su esposa y las dos niñas menores, en su pequeño carro Fiat. El hijo mayor, Blas –
a quien le decíamos Blacho-, trataba de llevarla bien con los del barrio y en
aquellos precisos momentos andaba compartiendo con ellos, quemando pólvora
novembrina. Estábamos entretenidos viendo una película de aventuras en la sala
de la casa, cuando de repente pasaron por la calle varios de los de la gallada
local, nos gritaron algo ofensivo y acto seguido arrojaron por la ventana un
volador encendido, que se quedó atascado entre los velos de las cortinas e inició
un rápido fuego, debido a la inflamable fibra sintética de las mismas. Todos
nos pusimos de pie, como tocados por un rayo y fuimos a ver qué pasaba… Cuando
nos acercamos vimos la gravedad de lo sucedido y logramos apagar de inmediato
el incipiente fuego. Uno de los del barrio estaba en mitad de la calle y se
reía, mientras nos decía…
-¡Ahí tienen pa´ que
chupen! ¡Estamos en carnavales, pueblerinos! ¡Ahí tienen su once de noviembre!
Un muchacho samario, Eduardo Alonso Rois Becerra
(q.e.p.d.), a quien por cariño llamábamos Lalo, se alebrestó para gritarles desde
la puerta con actitud de gallito fino y con el puño desafiante en alto, lo
siguiente…
-¡Ah malparíos!
¡Quieren guerra! ¡Pues guerra van a tené, so desgraciaos!
En el patio del internado había dos palitos de guayaba de
regular tamaño. Mis compañeros rápido se encaramaron en aquellos arbolitos y
les tiraban guayabitas verdes a otros que estaban en tierra, que rápido las
guardaban, unos en mochilas de colegio, otros en ollas de aluminio de la
cocina. Minutos más tarde esos frutos verdes zumbaban como bólidos, a través de
las ventanas del internado y algunos los aventaban desde el techo, hacia la
calle. Una de esas guayabitas dio de lleno en el rostro de Abraham Valdelamar,
uno de los vecinos nuestros que vivía justo en frente del internado. ¡La
hinchazón en el rostro del muchacho no se hizo esperar! Minutos después vino la
mamá a hacernos el reclamo, pero la batalla campal no terminaba, estaba entonces
en pleno furor… A la señora nadie le puso cuidado en su reclamo materno. La
batalla continuó con su sarta de hostilidades de parte y parte…
EDUARDO ALONSO ROIS BECERRA (LALO) -q.e.p.d.- |
Cuando ya no hubo más guayabas, Lalo y los demás internos
pudientes –los primos maicaeros Faisal Nader Palis y Édgar Christopher -, les
compraron a las negritas cocineras un panal de huevos, para proseguir arrojándoselos
a los atrevidos, apoyados por el guajiro Farid Redondo, entre otros. ¡Los
huevos hicieron de las suyas en las casas, cortinas y ventanas de los que antes
nos habían atacado! Aquellos no se quedaron de brazos cruzados y sobre el techo
de la casa llovieron piedras, voladores encendidos y palos, a título de
respuesta. Una de las piedras que aquellos nos tiraron le pegó a una de las
muchachas de la cocina de la casa.
Hecha una fiera humana la mujer salió entonces a la calle y
encaró a los vecinos Abraham y su hermano Tadeo, quienes estaban parados frente
a la casa, apoyados todavía por la mamá, vociferando cosas ininteligibles… La
cocinera fuera de sí les gritó lo siguiente…
-¡Miray tú, ve!… ¡A mí
me respetay! ¿Qué es lo que te has creío, so negro malucutúo, champetúo? ¡Estay muy maluco pa´ que te metay conmigo,
oíte! ¡Ni mi marío me pega, pa´ que me vengay a pegá tú!
Y dicho esto, les volteó la cara y se entró al internado,
dejando momentáneamente la puerta
principal abierta. Édgar Christopher, en son de burla les gritó a todos los que
estaban frente a la casa, que sumaban dieciocho
o veinte personas….
-¡Joda! ¡Ahí tienen!
¡Esa es prima mía!
Yo entonces fui corriendo a la parte trasera del internado,
al patio, porque en la sala el aspecto era como el de una trinchera de guerra…
¡Todos estaban escondidos tras de los muebles y las butacas, arrojando lo que
pudieran hacia la calle! Huevos, zapatos, palos… en fin. La puerta del
internado se abría y cerraba según la conveniencia guerreril. Ya aquello era
una auténtica batalla campal y nada ni nadie parecía detenerla… Los
estrépitos se sucedían uno tras otro. Llamó
poderosamente mi atención que en el baño de la habitación trasera, Lalo y Julio
–uno de los de Astrea – Cesar- junto con otros muchachos guajiros –, habían
organizado toda una industria. Sacaban agua del inodoro que luego envasaban en
unas bolsitas de plástico a manera de bolis
de aguas negras, para aventárselas a la cara a nuestros agresores del
callejón Méndez. Chú –Jesús Peralta
Perilla, el interno de menor edad-, los llevaba en una mochila y los pasaba
a los de primera fila en la sala para que los tiraran. Cuando se los arrojaban
a aquellos, les gritaban…
-¡Ahí teney agua
´e inodoro, pa´ que bebay!
Finalmente, toda aquella batahola se fue calmando pasadas
unas dos horas, así mismo como había empezado. El saldo fue: la cortina
principal de la sala quemada, la falta de huevos para el desayuno del día
siguiente, una de las cocineras aporreada, una teja del techo malograda por un
palo arrojadizo y no sé cuántos vidrios rotos en las casa vecinas. Cuando todo
pasó, llegó Blacho de la calle, a quien mis furiosos compañeros increparon de
la siguiente manera, el principal de ellos Lalo…
-¡Joda! ¡Tú sí eres
mucho traicionero! ¿Cómo así que estabas con los del callejón Méndez en lugar
de apoyarnos a nosotros? ¡Estábamos tranquilos y ellos se vinieron a meté con
nosotros! ¡Esto lo tiene que sabé tu papá! Mirá la tronera que le hicieron a la
cortina de la sala…
Blas aseguraba no tener nada que ver en todo aquello, pero
la verdad era que ante los ánimos desbocados ¿qué hubiera podido evitar el
pobre Blacho? La chispa brotó y el polvorín se incendió de manera inevitable.
Esa tardecita nos tocó hacer el ingente aseo de toda la casa, ante los muchos
restos producto de lo que tiramos y nos tiraron a nosotros. Esa noche, cuando
el profesor Díaz y su señora regresaron a la casa, hubo consejo comunitario de
internado y se dio una consecuente lluvia de quejas y airados reclamos por lo
sucedido aquella tarde, por cuenta de mis ofendidos compañeros. El gran
damnificado y regañado de punta a punta fue Blas Adalberto, a quien se le
sindicó de haber propiciado de alguna manera aquella situación, al no notificarla
al profesor Díaz a tiempo para haberla evitado. Afortunadamente no hubo heridos
ni hechos que lamentar, solo insultos, golpes, porrazos y una que otra dignidad
ofendida. Ningún vecino vino a quejarse por los posibles destrozos, todo quedó
así. A partir de ahí los muchachos del callejón Méndez no se volvieron a meter
con nosotros y aprendieron a
respetar a los pueblerinos del internado Díaz, por más
citadinos y civilizados que aquellos se sintieran o creyeran ser.
¡Ah cosas de muchachos! Quizás no es mucho lo que han
cambiado los tiempos y esos ánimos juveniles desbocados aún los vemos hoy en
día, pero con saldos peores. Hace poco tuve la oportunidad de visitar el
tradicional callejón Méndez, en el Pie de
la Popa, 34 años después de los hechos aquí narrados. Ahora el pequeño
viaducto se denomina carrera 23 y es poco conocido por su nombre antiguo.
Recorrí aquellos lugares, vi la vieja casa del internado de 1981 y evoqué entre
risas esa pretérita batalla campal, que prometí escribir para deleite de los
que me escucharon evocarla. Una enseñanza queda de todo aquello: ¡Jamás irrespetemos a nadie en razón de su
origen! En realidad el irrespeto no es tolerable en ninguna de sus
manifestaciones, porque se constituye en la fuente de todos los conflictos.
Eso lo aprendieron aquellos irrespetuosos en aquella tarde de guayabas
contundentes, piedras y bolis de aguas
negras, en la heroica Cartagena, cuando el amanecer de la vida nos besaba
la frente con sus primeros rayos dorados.
Madrid
(Cundinamarca), abril 3 de 2015
ANTIGUO EDIFICIO DE LA FEDERACIÓN NACIONAL DE ALGODONEROS CERETÉ - CÓRDOBA |
¡NO MIRES PA´ ARRIBA MIJA QUE ESTOY ENCUERO! (Crónica)
Nabo Cogollo Guzmán, jinete en uno de sus afamados caballos de paso fino colombiano Locación de la fotografía: FINCA LA FLORIDA, Cereté (Córdoba), 1985 (aprox.) |
¡NO MIRES PA´ ARRIBA MIJA QUE ESTOY ENCUERO!
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Tan bueno y tan noble como era mi padre
Y la muerte infame me lo arrebató…
Esos son los dolores, las penas tan grandes
Que a sufrir en la vida lo pone a uno Dios.
CAMILO NAMÉN RAPALINO – MI GRAN AMIGO
Corría
el año 1983 y el proverbial don Camilo Namén Rapalino, el afamado cantautor
cesarense oriundo de Chimichagua (Cesar)[1]
andaba de visita por tierras del departamento de Córdoba y había llegado concretamente
a Cereté, donde se había alojado en la finca La florida de don Nabo Cogollo Guzmán, el caballista y gallero que
era parte del mundo vallenato, a quien lo unía una entrañable amistad de vieja
data. A Camilo Namén se le recuerda entre varios cantares vallenatos, por
hermosos y sentidos cantos costumbristas de sabor autobiográfico como El hombre libre, Recuerdos de mi niñez, El
encuentro con el diablo, Mi gran amigo, Las canas de mi vieja, La ceiba del
puerto, De la misma manera, etc. La personalidad expansiva y la innegable
simpatía de “Camo” –como cariñosamente lo llamaran sus amigos y conocidos- eran
garantía suficiente de grandes parrandas vallenatas con el Nabo y sus amigos,
que se extendían durante varios días. La vena poética de Camilo se inflamaba
por la emoción de la parranda y los versos y estrofas fluían a raudales, al
compás de la caja, la guacharaca y el acordeón. El infaltable acordeonista
siempre era Lánder Prioló, humilde carpintero oriundo del barrio Venus de
Cereté, acompañado por Sanjuanete como cajero o guacharaquero, entre otros. El
Nabo todo lo disponía para una agradable velada vallenata cada vez que Camo lo
visitaba y esos encuentros parranderos resultaban inolvidables. Yo entonces
contaba con 14 o 15 años y estudiaba bachillerato en el Colegio San Carlos de la familia Lemaitre, en Cartagena de Indias,
solo iba a la finca en vacaciones. Aquel diciembre de 1983 llegué a la casa y
mi papá contaba entre chanzas y diversiones la siguiente anécdota, vivida con
don Camo, la última vez que aquel había estado en la casa. Contaba mi papá lo
siguiente:
“Hombe,
aquel día estábamos parrandeando con Camilo en el ranchón grande largo de la
finca, al pie de las caballerizas. Estábamos con José Miguel Ramos, Gabriel
Arrieta y otros amigos cereteanos más. Ya nos habíamos tomado varias cajas de
ron y le habíamos dicho a la negrita esta de La coroza[2],
a Elisa, que matara unas jopopelao[3]
y nos hiciera un sancocho, pa´ coger fuerzas. Ya habíamos comí´o y yo estaba
reposando un rato en una de las hamacas del rancho, iba siendo medio día. Camilo
había pedido permiso a los presentes porque desde hacía rato estaba con la
toalla en el hombro y la jabonera y no lo habíamos dejado ir a bañar, dele que
dele con la verseadera y la improvisación vallenata. Lánder tocaba el acordeón…
Bueno, Camilo se fue a duchar al baño de la casona grande del frente del camino
real. Y nosotros seguimos acá cantando y verseando, cuando de repente se oyó un
estrépito grandísimo y Camilo gritando en el baño…
-¡Nabo, Chave[4]!
Vengan a ayudarme que me caí… ¡Ay mi pierna!
Todos
dejamos de cantar y salimos corriendo pa´l baño, que de una vez se llenó de
gente, encontramos a Camilo enjabona´o, tira´o en el suelo, sobándose la pierna.
¿Qué pasó? Que Camo se estaba bañando a totumadas con el agua de la alberca. En
una de esas y sin darse cuenta, hizo contacto eléctrico entre la taza metálica
que estaba usando y el bombillo del baño. El corrientazo lo tiró al suelo y se
golpeó la pierna que alguna vez se había partí´o, lo que le produjo un fuerte
dolor en la tibia, pero no fue más. Camilo se quejaba mucho…
-¡Ay Nabo, me partí otra vez la pierna, me
duele mucho la pierna!
-Nombe no, cálmate, cálmate… ¡La tienes es
resentida por el golpe, pero eso se te pasa con una buena sobada con Vacol[5]!
–Le decía mi papá, al tiempo que le examinaba la pierna-…
-¿Vacol? ¡Pero si eso es pa´ burro,
ternero y caballo! ¿Quién te ha dicho a ti que eso es pa´ gente?
-¡Carajo Camilo! ¡Déjate de vainas que yo
sé lo que hago! ¡Elisa, Elisa!
-¡Sí don Nabo!
-Ven mija, sóbamele aquí la pierna a
Camilo pa´ que se le pase el porrazo que dice que le duele mucho, coge el Vacol
que ya me lo trajo corriendo Iván[6]”!
Y la
buena cocinera empezó a refregarle vigorosamente la pierna a don Camilo con la
pomada caliente, para que le aminorara el dolor por el golpe… Camilo le decía…
-No mires pa´ arriba mija, que estoy
encuero… ¡Soba, soba que ya me está pasando! ¡Razón tenía el Nabo! ¡Ah viejo
resabia´o ese! Ese Vacol es bendito…
Lo
más chistoso de todo era que el baño seguía lleno de gente y en medio de la
concurrencia, acostado en el piso húmedo, estaba don Camilo como Dios lo trajo
al mundo. Pasada la primera impresión y el susto, entre todos ayudaron a Camo a
vestirse y salir del baño, apoyándose en el hombro del Nabo, Camilo iba
cojeando y quejándose. Mi papá le decía…
-Nombe no, eso ya te pasa, esas son cosas
tuyas… Mira, acábate de vestir y ahora vamos allá a la sala que con una tusa yo
te quito esa cojera… ¡Ya verás!
-¿Con una tusa? ¿Y eso cómo vaina es? ¡Ay
Nabo, tú y tus métodos del tiempo viejo! Y lo mejor del caso es que resultan…
-¡Bueno, vas a ver el resultado!
Una
vez en la sala grande, el Nabo sacó de la nariz
de la palma[7]
del techo de la cocina vieja una tusa de maíz que tenía guardada ahí para lo
que se necesitara en el futuro, como hombre precavido que sí era. Acto seguido tiró
la tusa al piso y le dijo…
-Bueno, ven acá… Me vas a pisar esta tusa
contra el suelo, con el pie de la pierna enferma… Y vas a rodar, pa´ allá y pa´
acá, riquirraca, riquirraca, un rato hasta que la pierna ya no te duela… ¿Me
entendiste?
-Carajo Nabo, tú y tus vainas… ¡Presta a
ve´ hombe!
Y
Camo siguió las prescripciones terapéuticas del Nabo y movió al principio
lentamente por miedo al dolor, luego más rápidamente, su pie sobre aquel
improvisado rodillo vegetal… Los músculos fueron entrando en calor y la pierna
entera recuperó lentamente su movilidad, aunque quedaba algo de hinchazón por
el golpe sufrido. Luego de varios minutos de aquel inusitado tratamiento
campesino, Camilo se atrevió a andar por sí solo, sin ayuda de nadie. El
remedio casero del tiempo viejo sinuano había surtido su milagroso efecto.
-¡Te das cuenta, Camilo! Carajo si no lo
sabré yo… Esa es escuela vieja taponera del pa´e mío, Andrés Cogollo Berrocal[8]…
To´as esas cositas las aprendí de él!
-¡Si Nabo, ya me doy cuenta! Bueno pues,
voy a seguir andando un rato para acabar de desentumir la pierna y seguimos la
parranda… ¡Denme un ron mientras tanto, carajo!
-¡Camina, camina que andando la pierna se
te sana! ¡Iván, sírvanmele un Tres esquinas a Camo que ya se siente alenta´o! ¡Uva![9]
Y al
rato proseguía la parranda quizás más alegre y animada que antes, ahora con la
especial motivación del feliz desenlace de aquel infortunado incidente que a
Dios gracias no dejó hechos que lamentar.
Cuando
yo llegué a la casa en aquellas vacaciones esa fue la anécdota que me contaron
de primera línea, en diciembre de 1983, enriquecida con los datos y aportes de
los testigos directos: mi padre, Elisa e Iván Martínez, entre otros. Hoy he
querido compartirla con los amables lectores, treintaiún años después de
haberse dado esos hechos, por su valor histórico y testimonial.
Madrid
(Cundinamarca), junio 26 de 2014
Yegua de paso fino colombiano de la cría de Nabo Cogollo Guzmán Locación de la fotografía: FINCA LA FLORIDA (1963, aprox.) |
[1]
Junio 22 de 1944, fecha de su nacimiento.
[2]
La coroza es una vereda de aparceros
perteneciente al municipio de San Carlos, en límites con el municipio de Ciénaga
de Oro, departamento de Córdoba.
[3] Jopopelao era la forma coloquial por
demás de jocosa como mi padre se refería a las gallinas de corral.
[4]
Chave es Rosa Isabel Ayala de
Cogollo, la esposa del Nabo. Familiarmente se la llamaba Chave y don Camilo la tenía en gran estima.
[5]
Pomada o ungüento caliente de uso veterinario que mi papá usaba para golpes y
porrazos en la finca. Aunque estaba prescrita para animales él la usaba
indistintamente cuando se la requería como en este caso, debido a lo efectivo y
saludable del medicamento.
[6]
Iván Martínez el muchacho que hacía las veces de casero en la finca de mis
padres, donde apoyaba a mi padre en las labores del cuidado de los caballos de
paso fino colombiano y de ordeño de las reses, entre otras labores. Al igual
que Elisa Espitia, Iván era oriundo de la vereda de La
Coroza.
[7]
La nariz de la palma es una forma coloquial
de describir la parte superior de las hojas de palma amarga con que se suelen
techar las casas en la zona de las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba,
respectivamente.
[8]
La alusión a la escuela vieja taponera
hace referencia a la casa paterna del Nabo. La finca de sus padres, don Andrés
Cogollo Berrocal y Edelmira Guzmán de Cogollo, se ubicaba en la vereda de El Tapón, perteneciente al municipio
cordobés de San Pelayo, cerca de la
línea limítrofe con Cereté. El Nabo siempre se ufanó de la casa vieja de sus
padres a la que llamaba “la casa
taponera”.
[9]
Interjección que hacía las veces de grito parrandero del Nabo.
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