SOL OMNIBUS LUCET

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jueves, 14 de mayo de 2015

EL CERETÉ VIEJO (Poema criollo)

AVENIDA DEL RÍO
Cereté - Córdoba
A orillas del Caño Bugre
Fotografía inédita
Abril de 2015

EL CERETÉ VIEJO
(Poema criollo)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Yo siento que la tierra mía
Hermosa es como un mochuelo
Que canta finas canciones
Del aire al caño y el cielo.

Cumbiambas y melodías
Con porros que dan aliento.
Y espantan de las tristezas
Dolores y desconsuelos.

A orillas del caño Bugre
Que escucha y canta en silencio.
¡Todo lo que ha visto el caño
No tiene historia ni cuento!

Abuelos me lo contaban,
Decían que en el tiempo viejo
La riqueza era muy grande
Y Cereté era pequeño.

La calle vieja rabiza
Donde está todo el comercio[1].
Era como un rabo largo
Que tuerce su senda al medio.

CALLE DEL COMERCIO - CERETÉ (CÓRDOBA)
Antiguamente llamada: Calle Rabiza
Fotografía inédita
Abril de 2015
Había casas bien altas
De tablas y frescos techos.
Con corredores alzados
De ladrillos y cemento.

La gente muy elegante
Usaba ropa de género.
Los viejos muy estirados,
Llevaban caqui y sombrero[2].

Señoras bien recatadas
Lucían sus vestidos bellos.
De olán y sedas muy finas,
Que el turco vendía en el centro.

Las chicas adolescentes,
Hermosas como un florero.
Lucían como bellas perlas
Guipur, tornasol y fieltro.


CASA TRADICIONAL DE LA CALLE DE LAS FLORES
Cereté - Córdoba
De arquitectura repubicana con elementos neoclásicos en sus columnas
Fotografía inédita
Abril de 2015

Las gentes del populacho
Vestían otomana y luego[3],
Cuando hubo platica buena
Los hombres su dril lucieron.

¿Y dónde se conseguía
Desde la coleta al género?
En las tiendas de los turcos
Que había en todo el comercio.

Allí todo revendían
Traído de Lorica al puerto…
Por el caño Bugre grande
Que entonces sí que era grueso.

Se hallaban ollas de barro,
Tinajas y tinajeros.
Y rulas y cucharones
Y limas hechas de acero.

También güelentina fina
Y brillantina pa´l pelo.
¡Todo lo vendían los turcos
Que un día llegaron de lejos!

La vela cartagenera,
También la esperma de sebo
De junto del turco había,
Por cuatro chivos y medio[4].


CALLE VIEJA DEL CENTRO DE CERETÉ
(Antes del incendio de 1963)

Abarcas de tres puntadas
Hechas de zurriago viejo
Con que el pueblo raso todo
No andaba pata en el suelo.

La juventud desbordante
Usaba sedas de lejos.
Porque la coleta tosca
No gusta a los mucharejos[5].

Manteca bien colorada
Con qué fritar alimentos
Era de la tierra mía
Lo que más vendían los viejos.

En las tiendas de los turcos
Había frascos bien llenos
De dulces y arrancamuelas
Y buchepavos al medio[6].

Aceites de fina esencia
Y el de comer que era bueno,
Cuando los pelaos chiquitos
Se tapaban por necios.

Pa´ cubrirse la cabeza
De estos soles tan recios…
Vendían cocobolo basto,
Sombrero de napa al viento[7].

Y a las gentes más pudientes
Les vendían vueltiao bien hecho.
Con hebras de caña flecha,
Quinceano o diecinuevero.


VENTA DE MÚCURAS, TINAJAS Y MOLLOS DE CERÁMICA TRADICIONAL
PUERTO WILCHES - CERETÉ (CÓRDOBA)
AÑO: 1920 (APROX.)

Y el amansa loco áspero
Era un suéter muy grueso.
Hecho con lanas crudas,
Que usaba el algodonero.

Vendían gas de alumbrarse
Por chivos al menudeo[8]
La gente llevaba frasco
O cóncolo para traerlo.

Y el almidón lo vendían
Para planchar los coletos,
Dejarlos bien tiesecitos,
Templados cual penca ´e cuero.

Y el taburete de antaño
Junto al burriquete viejo…
Todo y más ofrecían
Los turcos del ventorrero.

¡Hermosa era la rabiza!
La calle del gran comercio…
Vendían de todo los turcos
Y Cereté era muy bello.


MERCADO VIEJO DE CERETÉ
RECUPERADO ARQUITECTÓNICAMENTE DURANTE LA ADMINISTRACIÓN DE DN. ALFONSO SPATH SPATH
Y CONVERTIDO EN SEDE DEL CENTRO CULTURAL RAÚL GÓMEZ JATTIN
Fotografía inédita
Abril de 2015

Recuerdos que se me agolpan
En la memoria yo siento
Que hacen hermosa a la tierra
Vivida por mis abuelos.

Te quiero tierra adorada
Te quiero porque yo llevo
Sembrada en el alma toda
La vida de tus recuerdos.

Y aunque no viva en tus casas
Y aunque no pise tu suelo…
Palpitas en mi conciencia
Como el niño ama al abuelo.

¡Que Dios te bendiga siempre
Mi Cereté de recuerdos!
Porque de cara al futuro
Conquistas recuerdos nuevos.

Madrid (Cundinamarca)
Mayo 14 de 2015
















[1] Calle rabiza: Hacia 1921 (aprox.) nombre infamante y burlón que se le dio a la calle central del comercio, porque para una fiesta del 11 de noviembre (Independencia de Cartagena de Indias), quedó en último lugar en el concurso local de la calle más adornada. Para quitarse el remoquete burlesco sus habitantes decidieron rebautizarla Calle del comercio, como se conoce aún hoy en día.
[2] Era costumbre generalizada en los municipios del antiguo departamento de Bolívar que los hombres, generalmente adultos y mayores, usaran pantalones de tela supernaval o caqui, bien planchados y almidonados. Con camisas manga larga, generalmente blancas. Se amainaba un poco el sofocante calor con un sombrero sabanero de alas anchas.
[3] Otomana: Tela antigua muy barata, que generalmente se usaba para forrar colchones. Vestirse de otomana llegó a ser sinónimo local de condición muy humilde. En principio esta tela era importada y distribuida en los municipios ribereños de Córdoba y Bolívar por los inmigrantes sirio libaneses. Después fue producida en el país.
[4] Chivo: era la denominación popular antigua para la moneda de un centavo, acuñada por lo general con aleación de cobre.
[5] Coleta: Tela tosca antigua de origen español, fue introducida localmente por los primeros colonizadores y con metros de coleta se llegó a pagar e jornal semanal de trabajo, en algunas haciendas y aparcerías sinuanas antiguas.
[6] Golosinas cordobesas antiguas, hoy en día venidas a menos. Las arrancamuelas eran  dulces hechos de azúcar fundida, teñidos de rojo con esencia de cola. Les adicionaban un poco de coco fino rallado. Los buchepavos eran pepitas pequeñas de colores varios, hechas de azúcar pulverizada. En su centro tenían una semilla de ajonjolí.
[7] Cocobolo: Sombrero barato popular, hecho con caña flecha, generalmente coloreada con tintes de anilina. Los recogedores de algodón acostumbran usarlo para defenderse del látigo de la resolana canicular.
[8] Gas: Nombre local con que se denomina aun hoy en día al derivado del petróleo que en otros lugares es denominado kerosene.  

viernes, 3 de abril de 2015

¡BATALLA CAMPAL EN EL CALLEJÓN MÉNDEZ EN 1981! (Crónica)

VISTA AÉREA DE LA CAPITAL DEL ORO BLANCO, CERETÉ - CÓRDOBA

¡BATALLA CAMPAL EN EL CALLEJÓN MÉNDEZ EN 1981!
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
                                                                                 
A la memoria de Eduardo Alonso Rois Becerra (Lalo),
De Mario Nicolás Cogollo Petro y  de Chú… (q.e.p.d.)
Inolvidables compañeros de la época del internado.
Porque su recuerdo es inmortal e imperecedero
Como el broce de una campana
Y tañe en el cuadrante de la eternidad.

Corría el referido año 1981 y yo entonces contaba 13 años de vida y me hallaba cursando lo que entonces fuera  mi primer año de bachillerato, en el Colegio San Carlos, de los hijos del vicealmirante Orlando Lemaitre Torres en la heroica ciudad de Cartagena de Indias. Mi padre había determinado enviarme entonces a un internado de muchachos de provincia provenientes de distintos lugares de la costa, el cual funcionaba en casa del educador cartagenero Adalberto Díaz Caballero, en el barrio Pie de la Popa, callejón Méndez de la bella ciudad. Se trataba de una modesta pensión tipo familiar, provista de varias habitaciones. Ahí mismo el exigente y tradicional profesor Díaz vivía junto con su esposa Magola y sus tres hijos, quienes de la menor al mayor eran respectivamente Magolita, Dayléster y Blas Adalberto; con quienes llegué a tener un trato fraternal, que se estrechó con el paso de los años y que aún se mantiene vivo. 

Las tardes entre semana en el mencionado internado transcurrían en medio de la acalorada rutina de la siesta posterior al almuerzo, luego de llegar por las tardes del colegio, la levantada tipo 4 pm para ir a estudiar hasta la hora de la cena en la noche; con el ratico de televisión, que congregaba a los 21 o 22 internos que entonces éramos. Dicho sea de paso, había muchachos provenientes de Astrea (Cesar), uno de Zambrano (Bolívar), dos descendientes de sirio-libaneses acaudalados, provenientes del fronterizo municipio de Maicao (Guajira). Otros dos provenían de Uribia (Guajira), uno de Santa Marta (Magdalena), uno de Cereté (Córdoba), -que después pasaríamos a ser dos, cuando mi primo Mario Nicolás Cogollo Petro se fuera para allá;- y había al menos cuatro o cinco internos más, provenientes de Valledupar (Cesar), entre ellos Marco Tulio López Pérez... ¡Veintitantos jovenzuelos en total!

Los fines de semana las tardes transcurrían entre el pesado sopor del calor cartagenero y las eternas suspiradas por la frustración de no tener con qué ir a la playa, así fuera solo un ratico. ¡La consabida peladez de los estudiantes era proverbial en aquel sitio, con una que otra excepción! La entrada a cine costaba cuarenta pesos y eso entonces para nosotros era todo un dineral. Para superar un poco aquellos inconvenientes el profesor Díaz había comprado por entonces un televisor a color de última generación. A partir de lo cual fueron un poco más amenas las tardes de sábado y domingo, viendo la desabrida oferta televisiva nacional de la TV de los ochentas en Colombia, por cuenta de los consabidos enlatados gringos, doblados en México: Baretta, Petrochelli, la Mujer Maravilla, la Isla de la Fantasía, etc. El norteamericanizante cine de Hollywood era mejor que nada.


TARDE DE RECOCHA EN EL INTERNADO DÍAZ
De otra parte, las relaciones nuestras con los muchachos hijos de las familias que vivían en las solariegas casas estilo republicano a lo largo del tradicional callejón Méndez, no eran precisamente las mejores. Aquellos rufiancillos de ciudad se mostraban despectivos hacia nosotros y nos hacían la burla, por considerarnos corronchos, pueblerinos, pata en el suelo, etc. Y los roces y enfrentamientos no se hicieron esperar. Los ánimos empezaron pronto a caldearse. En cierta oportunidad uno de ellos me preguntó…

-¿Y tú de dónde vienes?

Sacando pecho le dije…

-¡Vengo de Cereté, departamento de Córdoba! ¡La Capital del Oro Blanco!

Con una mueca de burla en el rostro el mozalbete me espetó entonces…

-¿Departamento? ¿Quién ha dicho que eso es un departamento? ¿Eso no es una intendencia o una comisaría? ¿Igual que el Amazonas?
-¡Claro que es un departamento! ¿Es que no te lo han enseñao nunca?
-¡Ja, ja, ja! Departamento es Bolívar y su capital, Cartagena… ¡Tú vienes es de allá abajo, del monte, con el cadillo pegao a la abadca! Ja, ja, ja… ¡Abaccú! ¡Regrésate pa´l monte! Ja, ja, ja… ¡Busca tu charco babilla! Ja, ja, ja…

La juvenil gallada que acompañaba al pelafustán aquel celebró de buena gana el chiste a costillas de mi tierrita, optando yo por quedarme todo callado ante la andanada de burlas hirientes por ser pueblerino. Y estos chistecitos ofensivos empezaron a ser repetitivos y constantes. Cuando mis compañeros de internado, en amena tertulia vespertina, hablaban de su Valle del alma, de su Maicao, de su Urumita, etc., y uno de aquellos atrevidos locales, al pasar ya fuera en bicicleta o en monopatín, les gritaban…

-¡Ahí están los corronchos! ¡Los montunos! ¡Váyanse pa´ su tierra padtía de pueblerinos! Ja, ja, ja…

En semejante caldo de cultivo, los odios y los resentimientos mutuos no tardaron en aparecer y esperaban la menor oportunidad para explotar y hacer de las suyas.

Cierto fin de semana, -considero que el mes sería en las postrimerías del año, muy seguramente noviembre-, nos quedamos solos en la casa. Los mayores que eran los cesarenses Jaime Villazón Sánchez y su hermano Armando (el Negrito), junto con Lucho Garzón, -el hermano de la señora Magola-, quedaron entonces a cargo del internado. El profesor salió de paseo junto con su esposa y las dos niñas menores, en su pequeño carro Fiat.  El hijo mayor, Blas – a quien le decíamos Blacho-, trataba de llevarla bien con los del barrio y en aquellos precisos momentos andaba compartiendo con ellos, quemando pólvora novembrina. Estábamos entretenidos viendo una película de aventuras en la sala de la casa, cuando de repente pasaron por la calle varios de los de la gallada local, nos gritaron algo ofensivo y acto seguido arrojaron por la ventana un volador encendido, que se quedó atascado entre los velos de las cortinas e inició un rápido fuego, debido a la inflamable fibra sintética de las mismas. Todos nos pusimos de pie, como tocados por un rayo y fuimos a ver qué pasaba… Cuando nos acercamos vimos la gravedad de lo sucedido y logramos apagar de inmediato el incipiente fuego. Uno de los del barrio estaba en mitad de la calle y se reía, mientras nos decía…

-¡Ahí tienen pa´ que chupen! ¡Estamos en carnavales, pueblerinos! ¡Ahí tienen su once de noviembre!

Un muchacho samario, Eduardo Alonso Rois Becerra (q.e.p.d.), a quien por cariño llamábamos Lalo, se alebrestó para gritarles desde la puerta con actitud de gallito fino y con el puño desafiante en alto, lo siguiente…

-¡Ah malparíos! ¡Quieren guerra! ¡Pues guerra van a tené, so desgraciaos!

En el patio del internado había dos palitos de guayaba de regular tamaño. Mis compañeros rápido se encaramaron en aquellos arbolitos y les tiraban guayabitas verdes a otros que estaban en tierra, que rápido las guardaban, unos en mochilas de colegio, otros en ollas de aluminio de la cocina. Minutos más tarde esos frutos verdes zumbaban como bólidos, a través de las ventanas del internado y algunos los aventaban desde el techo, hacia la calle. Una de esas guayabitas dio de lleno en el rostro de Abraham Valdelamar, uno de los vecinos nuestros que vivía justo en frente del internado. ¡La hinchazón en el rostro del muchacho no se hizo esperar! Minutos después vino la mamá a hacernos el reclamo, pero la batalla campal no terminaba, estaba entonces en pleno furor… A la señora nadie le puso cuidado en su reclamo materno. La batalla continuó con su sarta de hostilidades de parte y parte…


EDUARDO ALONSO ROIS BECERRA (LALO)
-q.e.p.d.-
Cuando ya no hubo más guayabas, Lalo y los demás internos pudientes –los primos maicaeros Faisal Nader Palis y Édgar Christopher -, les compraron a las negritas cocineras un panal de huevos, para proseguir arrojándoselos a los atrevidos, apoyados por el guajiro Farid Redondo, entre otros. ¡Los huevos hicieron de las suyas en las casas, cortinas y ventanas de los que antes nos habían atacado! Aquellos no se quedaron de brazos cruzados y sobre el techo de la casa llovieron piedras, voladores encendidos y palos, a título de respuesta. Una de las piedras que aquellos nos tiraron le pegó a una de las muchachas de la cocina de la casa.  

Hecha una fiera humana la mujer salió entonces a la calle y encaró a los vecinos Abraham y su hermano Tadeo, quienes estaban parados frente a la casa, apoyados todavía por la mamá, vociferando cosas ininteligibles… La cocinera fuera de sí les gritó lo siguiente…

-¡Miray tú, ve!… ¡A mí me respetay! ¿Qué es lo que te has creío, so negro malucutúo, champetúo?  ¡Estay muy maluco pa´ que te metay conmigo, oíte! ¡Ni mi marío me pega, pa´ que me vengay a pegá tú!

Y dicho esto, les volteó la cara y se entró al internado, dejando momentáneamente  la puerta principal abierta. Édgar Christopher, en son de burla les gritó a todos los que estaban frente a la casa, que sumaban dieciocho  o veinte personas….

-¡Joda! ¡Ahí tienen! ¡Esa es prima mía!

Yo entonces fui corriendo a la parte trasera del internado, al patio, porque en la sala el aspecto era como el de una trinchera de guerra… ¡Todos estaban escondidos tras de los muebles y las butacas, arrojando lo que pudieran hacia la calle! Huevos, zapatos, palos… en fin. La puerta del internado se abría y cerraba según la conveniencia guerreril. Ya aquello era una auténtica batalla campal y nada ni nadie parecía detenerla… Los estrépitos  se sucedían uno tras otro. Llamó poderosamente mi atención que en el baño de la habitación trasera, Lalo y Julio –uno de los de Astrea – Cesar- junto con otros muchachos guajiros –, habían organizado toda una industria. Sacaban agua del inodoro que luego envasaban en unas bolsitas de plástico a manera de bolis de aguas negras, para aventárselas a la cara a nuestros agresores del callejón Méndez. Chú –Jesús Peralta Perilla, el interno de menor edad-, los llevaba en una mochila y los pasaba a los de primera fila en la sala para que los tiraran. Cuando se los arrojaban a aquellos, les gritaban…

-¡Ahí teney agua ´e  inodoro, pa´ que bebay!

Finalmente, toda aquella batahola se fue calmando pasadas unas dos horas, así mismo como había empezado. El saldo fue: la cortina principal de la sala quemada, la falta de huevos para el desayuno del día siguiente, una de las cocineras aporreada, una teja del techo malograda por un palo arrojadizo y no sé cuántos vidrios rotos en las casa vecinas. Cuando todo pasó, llegó Blacho de la calle, a quien mis furiosos compañeros increparon de la siguiente manera, el principal de ellos Lalo…

-¡Joda! ¡Tú sí eres mucho traicionero! ¿Cómo así que estabas con los del callejón Méndez en lugar de apoyarnos a nosotros? ¡Estábamos tranquilos y ellos se vinieron a meté con nosotros! ¡Esto lo tiene que sabé tu papá! Mirá la tronera que le hicieron a la cortina de la sala…

Blas aseguraba no tener nada que ver en todo aquello, pero la verdad era que ante los ánimos desbocados ¿qué hubiera podido evitar el pobre Blacho? La chispa brotó y el polvorín se incendió de manera inevitable. Esa tardecita nos tocó hacer el ingente aseo de toda la casa, ante los muchos restos producto de lo que tiramos y nos tiraron a nosotros. Esa noche, cuando el profesor Díaz y su señora regresaron a la casa, hubo consejo comunitario de internado y se dio una consecuente lluvia de quejas y airados reclamos por lo sucedido aquella tarde, por cuenta de mis ofendidos compañeros. El gran damnificado y regañado de punta a punta fue Blas Adalberto, a quien se le sindicó de haber propiciado de alguna manera aquella situación, al no notificarla al profesor Díaz a tiempo para haberla evitado. Afortunadamente no hubo heridos ni hechos que lamentar, solo insultos, golpes, porrazos y una que otra dignidad ofendida. Ningún vecino vino a quejarse por los posibles destrozos, todo quedó así. A partir de ahí los muchachos del callejón Méndez no se volvieron a meter con nosotros y aprendieron a  respetar  a los pueblerinos del internado Díaz, por más citadinos y civilizados que aquellos se sintieran o creyeran ser.

¡Ah cosas de muchachos! Quizás no es mucho lo que han cambiado los tiempos y esos ánimos juveniles desbocados aún los vemos hoy en día, pero con saldos peores. Hace poco tuve la oportunidad de visitar el tradicional callejón Méndez, en el Pie de la Popa, 34 años después de los hechos aquí narrados. Ahora el pequeño viaducto se denomina carrera 23 y es poco conocido por su nombre antiguo. Recorrí aquellos lugares, vi la vieja casa del internado de 1981 y evoqué entre risas esa pretérita batalla campal, que prometí escribir para deleite de los que me escucharon evocarla. Una enseñanza queda de todo aquello: ¡Jamás irrespetemos a nadie en razón de su origen! En realidad el irrespeto no es tolerable en ninguna de sus manifestaciones, porque se constituye en la fuente de todos los conflictos. Eso lo aprendieron aquellos irrespetuosos en aquella tarde de guayabas contundentes, piedras y bolis de aguas negras, en la heroica Cartagena, cuando el amanecer de la vida nos besaba la frente con sus primeros rayos dorados.

Madrid (Cundinamarca), abril 3 de 2015


ANTIGUO EDIFICIO DE LA FEDERACIÓN NACIONAL DE ALGODONEROS
CERETÉ - CÓRDOBA


¡NO MIRES PA´ ARRIBA MIJA QUE ESTOY ENCUERO! (Crónica)

Nabo Cogollo Guzmán, jinete en uno de sus afamados caballos de paso fino colombiano
Locación de la fotografía: FINCA LA FLORIDA, Cereté (Córdoba), 1985 (aprox.)
¡NO MIRES PA´ ARRIBA MIJA QUE ESTOY ENCUERO!
(Crónica)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Tan bueno y tan noble como era mi padre
Y la muerte infame me lo arrebató…
Esos son los dolores, las penas tan grandes
Que a sufrir en la vida lo pone a uno Dios.

CAMILO NAMÉN RAPALINO – MI GRAN AMIGO

Corría el año 1983 y el proverbial don Camilo Namén Rapalino, el afamado cantautor cesarense oriundo de Chimichagua (Cesar)[1] andaba de visita por tierras del departamento de Córdoba y había llegado concretamente a Cereté, donde se había alojado en la finca La florida de don Nabo Cogollo Guzmán, el caballista y gallero que era parte del mundo vallenato, a quien lo unía una entrañable amistad de vieja data. A Camilo Namén se le recuerda entre varios cantares vallenatos, por hermosos y sentidos cantos costumbristas de sabor autobiográfico como El hombre libre, Recuerdos de mi niñez, El encuentro con el diablo, Mi gran amigo, Las canas de mi vieja, La ceiba del puerto, De la misma manera, etc. La personalidad expansiva y la innegable simpatía de “Camo” –como cariñosamente lo llamaran sus amigos y conocidos- eran garantía suficiente de grandes parrandas vallenatas con el Nabo y sus amigos, que se extendían durante varios días. La vena poética de Camilo se inflamaba por la emoción de la parranda y los versos y estrofas fluían a raudales, al compás de la caja, la guacharaca y el acordeón. El infaltable acordeonista siempre era Lánder Prioló, humilde carpintero oriundo del barrio Venus de Cereté, acompañado por Sanjuanete como cajero o guacharaquero, entre otros. El Nabo todo lo disponía para una agradable velada vallenata cada vez que Camo lo visitaba y esos encuentros parranderos resultaban inolvidables. Yo entonces contaba con 14 o 15 años y estudiaba bachillerato en el Colegio San Carlos de la familia Lemaitre, en Cartagena de Indias, solo iba a la finca en vacaciones. Aquel diciembre de 1983 llegué a la casa y mi papá contaba entre chanzas y diversiones la siguiente anécdota, vivida con don Camo, la última vez que aquel había estado en la casa. Contaba mi papá lo siguiente:

“Hombe, aquel día estábamos parrandeando con Camilo en el ranchón grande largo de la finca, al pie de las caballerizas. Estábamos con José Miguel Ramos, Gabriel Arrieta y otros amigos cereteanos más. Ya nos habíamos tomado varias cajas de ron y le habíamos dicho a la negrita esta de La coroza[2], a Elisa, que matara unas jopopelao[3] y nos hiciera un sancocho, pa´ coger fuerzas. Ya habíamos comí´o y yo estaba reposando un rato en una de las hamacas del rancho, iba siendo medio día. Camilo había pedido permiso a los presentes porque desde hacía rato estaba con la toalla en el hombro y la jabonera y no lo habíamos dejado ir a bañar, dele que dele con la verseadera y la improvisación vallenata. Lánder tocaba el acordeón… Bueno, Camilo se fue a duchar al baño de la casona grande del frente del camino real. Y nosotros seguimos acá cantando y verseando, cuando de repente se oyó un estrépito grandísimo y Camilo gritando en el baño…

-¡Nabo, Chave[4]! Vengan a ayudarme que me caí… ¡Ay mi pierna!

Todos dejamos de cantar y salimos corriendo pa´l baño, que de una vez se llenó de gente, encontramos a Camilo enjabona´o, tira´o en el suelo, sobándose la pierna. ¿Qué pasó? Que Camo se estaba bañando a totumadas con el agua de la alberca. En una de esas y sin darse cuenta, hizo contacto eléctrico entre la taza metálica que estaba usando y el bombillo del baño. El corrientazo lo tiró al suelo y se golpeó la pierna que alguna vez se había partí´o, lo que le produjo un fuerte dolor en la tibia, pero no fue más. Camilo se quejaba mucho…

-¡Ay Nabo, me partí otra vez la pierna, me duele mucho la pierna!
-Nombe no, cálmate, cálmate… ¡La tienes es resentida por el golpe, pero eso se te pasa con una buena sobada con Vacol[5]! –Le decía mi papá, al tiempo que le examinaba la pierna-…
-¿Vacol? ¡Pero si eso es pa´ burro, ternero y caballo! ¿Quién te ha dicho a ti que eso es pa´ gente?
-¡Carajo Camilo! ¡Déjate de vainas que yo sé lo que hago! ¡Elisa, Elisa!
-¡Sí don Nabo!
-Ven mija, sóbamele aquí la pierna a Camilo pa´ que se le pase el porrazo que dice que le duele mucho, coge el Vacol que ya me lo trajo corriendo Iván[6]”!

Y la buena cocinera empezó a refregarle vigorosamente la pierna a don Camilo con la pomada caliente, para que le aminorara el dolor por el golpe… Camilo le decía…

-No mires pa´ arriba mija, que estoy encuero… ¡Soba, soba que ya me está pasando! ¡Razón tenía el Nabo! ¡Ah viejo resabia´o ese! Ese Vacol es bendito…

Lo más chistoso de todo era que el baño seguía lleno de gente y en medio de la concurrencia, acostado en el piso húmedo, estaba don Camilo como Dios lo trajo al mundo. Pasada la primera impresión y el susto, entre todos ayudaron a Camo a vestirse y salir del baño, apoyándose en el hombro del Nabo, Camilo iba cojeando y quejándose. Mi papá le decía…

-Nombe no, eso ya te pasa, esas son cosas tuyas… Mira, acábate de vestir y ahora vamos allá a la sala que con una tusa yo te quito esa cojera… ¡Ya verás!
-¿Con una tusa? ¿Y eso cómo vaina es? ¡Ay Nabo, tú y tus métodos del tiempo viejo! Y lo mejor del caso es que resultan…
-¡Bueno, vas a ver el resultado!

Una vez en la sala grande, el Nabo sacó de la nariz de la palma[7] del techo de la cocina vieja una tusa de maíz que tenía guardada ahí para lo que se necesitara en el futuro, como hombre precavido que sí era. Acto seguido tiró la tusa al piso y le dijo…

-Bueno, ven acá… Me vas a pisar esta tusa contra el suelo, con el pie de la pierna enferma… Y vas a rodar, pa´ allá y pa´ acá, riquirraca, riquirraca, un rato hasta que la pierna ya no te duela… ¿Me entendiste?
-Carajo Nabo, tú y tus vainas… ¡Presta a ve´ hombe!

Y Camo siguió las prescripciones terapéuticas del Nabo y movió al principio lentamente por miedo al dolor, luego más rápidamente, su pie sobre aquel improvisado rodillo vegetal… Los músculos fueron entrando en calor y la pierna entera recuperó lentamente su movilidad, aunque quedaba algo de hinchazón por el golpe sufrido. Luego de varios minutos de aquel inusitado tratamiento campesino, Camilo se atrevió a andar por sí solo, sin ayuda de nadie. El remedio casero del tiempo viejo sinuano había surtido su milagroso efecto.

-¡Te das cuenta, Camilo! Carajo si no lo sabré yo… Esa es escuela vieja taponera del pa´e mío, Andrés Cogollo Berrocal[8]… To´as esas cositas las aprendí de él!
-¡Si Nabo, ya me doy cuenta! Bueno pues, voy a seguir andando un rato para acabar de desentumir la pierna y seguimos la parranda… ¡Denme un ron mientras tanto, carajo!
-¡Camina, camina que andando la pierna se te sana! ¡Iván, sírvanmele un Tres esquinas a Camo que ya se siente alenta´o! ¡Uva![9]

Y al rato proseguía la parranda quizás más alegre y animada que antes, ahora con la especial motivación del feliz desenlace de aquel infortunado incidente que a Dios gracias no dejó hechos que lamentar.

Cuando yo llegué a la casa en aquellas vacaciones esa fue la anécdota que me contaron de primera línea, en diciembre de 1983, enriquecida con los datos y aportes de los testigos directos: mi padre, Elisa e Iván Martínez, entre otros. Hoy he querido compartirla con los amables lectores, treintaiún años después de haberse dado esos hechos, por su valor histórico y testimonial.
Madrid (Cundinamarca), junio 26 de 2014


Yegua de paso fino colombiano de la cría de Nabo Cogollo Guzmán
Locación de la fotografía: FINCA LA FLORIDA (1963, aprox.) 


[1] Junio 22 de 1944, fecha de su nacimiento.
[2] La coroza es una vereda de aparceros perteneciente al municipio de San Carlos, en límites con el municipio de Ciénaga de Oro, departamento de Córdoba.
[3] Jopopelao era la forma coloquial por demás de jocosa como mi padre se refería a las gallinas de corral.
[4] Chave es Rosa Isabel Ayala de Cogollo, la esposa del Nabo. Familiarmente se la llamaba Chave y don Camilo la tenía en gran estima.
[5] Pomada o ungüento caliente de uso veterinario que mi papá usaba para golpes y porrazos en la finca. Aunque estaba prescrita para animales él la usaba indistintamente cuando se la requería como en este caso, debido a lo efectivo y saludable del medicamento.
[6] Iván Martínez el muchacho que hacía las veces de casero en la finca de mis padres, donde apoyaba a mi padre en las labores del cuidado de los caballos de paso fino colombiano y de ordeño de las reses, entre otras labores. Al igual que Elisa Espitia, Iván era oriundo de la vereda de La Coroza.
[7] La nariz de la palma es una forma coloquial de describir la parte superior de las hojas de palma amarga con que se suelen techar las casas en la zona de las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba, respectivamente.
[8] La alusión a la escuela vieja taponera hace referencia a la casa paterna del Nabo. La finca de sus padres, don Andrés Cogollo Berrocal y Edelmira Guzmán de Cogollo, se ubicaba en la vereda de El Tapón, perteneciente al municipio cordobés de San Pelayo, cerca de la línea limítrofe con Cereté. El Nabo siempre se ufanó de la casa vieja de sus padres a la que llamaba “la casa taponera”.
[9] Interjección que hacía las veces de grito parrandero del Nabo.